La alianza de la iglesia con el poder secular y el
creciente proselitismo plantean problemas cuantitativos y cualitativos, para
cuya solución se pasó de la domus ecclesiae a la experimentación de
salas tomadas de la basílica forense o de los ambientes representativos del palacio
imperial. La inicial indiferencia frente a la fijeza del lugar y sus signos
simbólicos se transforma, por parte de la autoridad eclesiástica, en una
exaltada aspiración a erigir edificios como testimonio de la presencia de
Cristo en la tierra, como señales de una pedagogía religiosa orientada a conquistar
los nuevos pueblos con los que la cristiandad entra en contacto después de la
caída del imperio romano.
Basado en concretas fórmulas constructivo-espaciales y
rápidamente propagadas por todo el mundo cristiano, el modelo de la basílica paleocristiana
se revela, por univocidad, enormemente productivo en términos de historia de la
arquitectura. Las posibilidades de entender esta última como un gran instrumento
pedagógico de servicio al pueblo para favorecer la adhesión a la fe comienzan a
ser el fundamento más o menos explícito de toda la producción de la
arquitectura religiosa posconstantiniana.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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