El Obispo diocesano, «por ser
el dispensador principal de los misterios de Dios, ha de cuidar incesantemente
de que los fieles que le están encomendados crezcan en la gracia por la
celebración de los sacramentos, y conozcan y vivan el misterio pascual». A este
corresponde, «dentro de los límites de su competencia, dar normas obligatorias
para todos, sobre materia litúrgica».
«Dado que tiene obligación de
defender la unidad de la Iglesia universal, el Obispo debe promover la
disciplina que es común a toda la Iglesia, y por tanto exigir el cumplimiento
de todas las leyes eclesiásticas. Ha de vigilar para que no se introduzcan
abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente acerca del ministerio de la
palabra, la celebración de los sacramentos y sacramentales, el culto de Dios y
de los Santos».