El Concilio Vaticano II insiste varias veces en la dimensión de la «consagración»
que implica la vida consagrada; una consagración que comienza en el Bautismo
y encuentra su plenitud en la Eucaristía. La vida religiosa implica,
en efecto, «una consagración peculiar que profundiza la realizada
por el Bautismo» (PC, 5). En esta misma línea insiste, con mayor
detalle, la Lumen Gentium: «Consagrado ya a Dios por el Bautismo, el religioso,
por la profesión de los consejos evangélicos, se consagra de forma
aún más íntima al servicio de Dios» (LG, 44). Por
eso, la Iglesia no se limita a elevar la profesión religiosa a la situación
puramente jurídica, sino que a través de una acción litúrgica,
la presenta como un estado consagrado a Dios (cfr. LG, 45).
que implica la vida consagrada; una consagración que comienza en el Bautismo
y encuentra su plenitud en la Eucaristía. La vida religiosa implica,
en efecto, «una consagración peculiar que profundiza la realizada
por el Bautismo» (PC, 5). En esta misma línea insiste, con mayor
detalle, la Lumen Gentium: «Consagrado ya a Dios por el Bautismo, el religioso,
por la profesión de los consejos evangélicos, se consagra de forma
aún más íntima al servicio de Dios» (LG, 44). Por
eso, la Iglesia no se limita a elevar la profesión religiosa a la situación
puramente jurídica, sino que a través de una acción litúrgica,
la presenta como un estado consagrado a Dios (cfr. LG, 45).