El oficio divino, fruto de la reforma del Vat. II, se
presenta completamente reelaborado, y une los distintos componentes en un
cuadro repensado con criterios más funcionales en orden a la celebración comunitaria
y a la participación interior.
Invitatorio
Por lo regular, el oficio viene introducido por el
invitatorio. Está constituido éste por una antífona, variable según los tiempos
y los días, y por el Sal 94 (intercambiable con el 99; 66; 23); y se recita al
comienzo, es decir, antes del oficio de lectura o de las laudes, después del
versículo: "Señor, ábreme los labios / y mi boca proclamará tu alabanza".
El solista enuncia la antífona y ejecuta las estrofas del salmo con el Gloria
final. El coro repite la antífona y la intercala (OGLH 34; cf Ordinario
de la LH). Si el invitatorio hubiera de preceder a las laudes, se puede
omitir eventualmente (OGLH 35) para no oscurecer el carácter inaugural
del himno (cf OGLH 42), al menos en esta hora, que con mayor frecuencia
se celebra con el pueblo y se canta. En este caso se comienza con: "Dios
mío, ven en mi auxilio..., Gloria", himno. El invitatorio preanuncia la
orientación de alabanza y fiesta de todo el oficio ("Venid, aclamemos al
Señor"), pero hace también un llamamiento a las disposiciones interiores
necesarias para la escucha de la palabra de Dios ("Ojalá escuchéis hoy su
voz").