La LH se compone de salmos (con títulos,
antífonas, oraciones sálmicas), cánticos bíblicos, lecturas bíblicas, patrísticas,
de otros autores eclesiásticos (con didascalías propias), responsorios, himnos,
preces y oraciones. Se prevén también espacios de silencio meditativo.
Salmos y cánticos
Puesto que este Diccionario estudia en otro lugar el
aspecto bíblico-exegético de los salmos, bastarán aquí algunas indicaciones más
estrechamente vinculadas con su función en la LH.
Los salmos constituyen la verdadera médula de la LH,
a la que confieren la nota característica de alabanza divina profundamente
impregnada de lirismo religioso. Aunque los expresó una cultura históricamente
bastante lejana de nosotros, son apropiados para transformar en coloquio con
Dios los sentimientos, las emociones y las situaciones connaturales del hombre
de todos los tiempos: el dolor, la alegría, el miedo, la confianza, la
petición, la acción de gracias.
Reflejan la condición del hombre ante la enfermedad,
la muerte, la persecución, los peligros, las humillaciones, el bien y el mal.
Reflejan asimismo las más íntimas e irreprimibles aspiraciones del corazón
humano.
Sin embargo, la iglesia privilegia a los salmos no
tanto por su carga humana, aunque es fuerte y vibrante, sino sobre todo porque
están inspirados, en orden a la oración, por el Espíritu Santo, los usaron Cristo
mismo y los apóstoles, y la tradición cristiana los ha considerado como voz de
Cristo (o de la iglesia unida a él) al Padre, o bien voz de la iglesia al
esposo, voz del Padre sobre Cristo o, en todo caso, siempre como canto divino
sobre las realidades más vitales de la salvación. Esta perspectiva confirma que
la oración con los salmos es de actualidad en todos los tiempos entre todos los
fieles y en todas las situaciones.
Cada uno de los orantes o cada una de las asambleas
son ministros de la oración de la iglesia y de Cristo, llamados a manifestar no
sólo sus problemas existenciales del momento, sino sobre todo a hacerse eco del
alma de Cristo y de la iglesia en el encuentro con Dios Padre en el Espíritu.
El hombre no se salva exteriorizándose a sí mismo y su mundo, sino entrando en
comunicación con Cristo salvador a través de la iglesia. En efecto, la vida del
cristiano, por definición, consiste en solidarizarse lo más posible con Cristo.
Entonces es cuando el hombre se personaliza en cuanto
cristiano. Por consiguiente, la oración de los salmos no será nunca despersonalizada
y separada, porque con eiía se asume y se hace propia la personalidad de Cristo
y de la iglesia. Por otra parte, Cristo se ha revestido de la existencia humana
con todas sus connotaciones, salvo el pecado; por eso el que reza con verdadera
participación interior los salmos, aun sintiéndose llamado a identificarse
completamente con Cristo y con la iglesia, al mismo tiempo se sentirá valorado al
máximo en la propia esfera personal humana y religiosa.
No hay que ignorar ciertamente las dificultades, a
veces incluso grandes, para llegar a esta perfecta armonía entre lo personal y
lo objetivo en los salmos; pero el hecho de que escuadrones de orantes de todas
las generaciones y también de las nuestras los hayan encontrado plenamente satisfactorios
es prueba de que con el ejercicio, las disposiciones interiores y las
meditaciones se puede llegar a ello (cf OGLH 100-109).
La LH valoriza todos los salmos, excepto los
considerados por algunos más marcadamente imprecatorios (57; 82; 108, y cierto
número de versículos de unos cuantos más), y esto en consideración a las
dificultades psicológicas de algunas categorías de personas (OGLH 131),
no ciertamente por una carencia intrínseca de los salmos mismos.
La LH sitúa otros salmos en los tiempos fuertes
(adviento, tiempo de navidad, cuaresma, tiempo pascual) porque los califica
como históricos (77; 104; 105); y por tanto, por sus referencias a las
peripecias más determinantes del pueblo elegido tomadas como tipo de las del
NT, empalman mejor con los períodos litúrgicos más marcadamente conmemorativos (OGLH
130). Por eso no fue aceptada la valoración de que estos salmos no son
adecuados para la oración. Al contrario, lo son por un título especial. Sin
embargo, hay que reconocer que fue precisamente esa oración, expresada
erróneamente por algunos, la que condujo a la solución que hemos recordado.
En el salterio litúrgico están también entrelazados
con los salmos treinta y cinco cánticos bíblicos, de los que veintiséis son del
AT y nueve del NT, a los que hay que añadir los tres evangélicos. Otros
cánticos del AT se utilizan en las vigilias alargadas o celebraciones de
vigilias, destinadas a prolongar el oficio de lecturas para los contemplativos
u otros que lo deseen (OGLH 73).
Los salmos y los cánticos están acompañados de
antífonas, que proporcionan generalmente su clave interpretativa litúrgica. Se
tienen también los dos títulos, el primero de los cuales evoca más bien el
contexto bíblico, y el otro la perspectiva más propiamente litúrgica. La
reforma ha previsto también las oraciones sálmicas.
Los salmos y los cánticos, sin excepción alguna, son
composiciones líricas destinadas al canto, y sólo con éste pueden desplegar
plenamente las peculiaridades propias de su género literario (OGLH 103;
269; 277).
Para los cánticos, esta observación relativa al canto
podría ser menos evidente, en especial para los neotestamentarios; pero no hay
duda de que en el espíritu de la reforma su elección estuvo determinada por su contenido
lírico y, precisamente por eso, con vistas al canto. Hay que tener presente que
quien ha inspirado los salmos como pieza de canto ha inspirado también su
naturaleza cantable. Más aún, san Juan Crisóstomo dice incluso que el Espíritu Santo
es autor de su melodía, y que Dios mismo es su cantor". Esto vale por
analogía también para los cánticos.
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