La Eucaristía, en cuanto misterio de fe, compromete cotidianamente,
probablemente más que otros misterios, la fe personal y eclesial. De
hecho, cada día nos encontramos con este misterio en la celebración eucarística,
como sacerdotes y como simples cristianos; a diferencia de otros sacramentos,
que se reciben de una vez para siempre (bautismo, confirmación, orden
sacerdotal), o de tanto en tanto, como la penitencia, o de otras verdades de fe,
que quedan lejanas de nuestra consideración inmediata, la Eucaristía exige de
nosotros, por el contrario, un acto de fe cotidiano y
renovado.