La iglesia es comunidad orante; más aún, es una
comunidad que no puede vivir sin una oración continua, y por tanto es siempre
orante (const. apost. Laudis canticum 8; OGLH 9- 10). La oración
pública, que parecería prerrogativa de la asamblea limitada únicamente al acto
de la celebración, es, por el contrario, nota identificadora estable de toda la
iglesia.
Ésta no es una idea abstracta, sino real y concreta;
no sólo porque comprende todas las iglesias locales y todas las asambleas de
culto, aunque sin ser el simple resultado de su suma, sino sobre todo porque es
una entidad presente y orante en cada comunidad eclesial y en cada reunión litúrgica
por una especie de ubicuidad y omnipresencia, al menos por lo que concierne a
su ámbito (cf CD 11; SC 41; OGLH 20; 21 -27).