La bendición es, en el Antiguo Testamento,
una confesión pública de la potencia de Dios y el favor concedido por Dios al
hombre. Las cosas, los campos y las propiedades, son bendecidas para que sean
un bien para el hombre. La fuente de toda bendición es Dios, aunque el hombre
pueda también bendecir. En Cristo “hemos sido bendecidos con toda clase de
bendiciones espirituales” (Efesios 1,3) y la Iglesia ha recibido la facultad de
bendecir. Por medio de la bendición se consagra a Dios todo aquello que
poseemos y hacemos.