Iglesia, compuesta de personas, no es ante todo una estructura, sino
fundamentalmente comunión, comunidad. Hacer posible la participación significa,
en primer lugar, eliminar los obstáculos que pudieran impedir la libre acción
de la comunidad: ésta debe poderse ver, sentir, cantar juntos.
La liturgia es acción que debe hacerse posible. La
distinción o diferencia ministerial impone aquí la necesidad de distinguir el
área presbiterial y la del aula, que no es, sin embargo, una separación: la presidencia
de la asamblea lo es para nosotros y con nosotros. Dentro del aula tienen su
lugar específico los centros ministeriales para la eucaristía, para la
iniciación cristiana, para la reconciliación y el lugar de la presencia
eucarística. La copresencia de todos ellos, por otra parte significativa,
impone una articulación que, según los diversos momentos de la celebración,
llegue a establecer el centro de referencia como polo privilegiado. La luz, la forma,
el espacio arquitectónico; todo debe dar una respuesta adecuada.