Iglesia, compuesta de personas, no es ante todo una estructura, sino
fundamentalmente comunión, comunidad. Hacer posible la participación significa,
en primer lugar, eliminar los obstáculos que pudieran impedir la libre acción
de la comunidad: ésta debe poderse ver, sentir, cantar juntos.
La liturgia es acción que debe hacerse posible. La
distinción o diferencia ministerial impone aquí la necesidad de distinguir el
área presbiterial y la del aula, que no es, sin embargo, una separación: la presidencia
de la asamblea lo es para nosotros y con nosotros. Dentro del aula tienen su
lugar específico los centros ministeriales para la eucaristía, para la
iniciación cristiana, para la reconciliación y el lugar de la presencia
eucarística. La copresencia de todos ellos, por otra parte significativa,
impone una articulación que, según los diversos momentos de la celebración,
llegue a establecer el centro de referencia como polo privilegiado. La luz, la forma,
el espacio arquitectónico; todo debe dar una respuesta adecuada.
a) El centro ministerial para la eucaristía.
En el área presbiterial están colocados el altar, el
ambón y la sede presidencial. La centralidad del altar no es un marco
geométrico, sino una característica del espacio.
El ambón es el lugar de la proclamación de la palabra,
es la mesa de la palabra: Cristo es el único sacerdote. El recorrido
procesional que conduce hasta el área presbiterial debe pasar por en medio de
la comunidad congregada: la vestición, la preparación del celebrante es ya un
comienzo de la celebración (sacristía).
b) El centro para la iniciación cristiana.
Lo forma la pila bautismal; ahí se guardan también el crisma
y los santos óleos para la administración del sacramento de la confirmación. Es
un lugar donde, al recibir el bautismo, se pide ser acogidos en el seno de la
iglesia, ser hermanos en Cristo, hijos del Padre, signo pascual. Es un lugar vivo,
de gozo; es un lugar de acogida que lleva a la eucaristía. Es la ecclesia que
acoge; en modo alguno un lugar privado, sino el lugar propio de una celebración
comunitaria.
c) El centro para la reconciliación.
Es el lugar donde personalmente respondemos a la
invitación de "dejarnos reconciliar" con el Padre, para ser
readmitidos a la comunión con los hermanos. Es una respuesta que damos
personalmente, pero sin dejar de ser la comunidad la que acoge de nuevo: el
lugar, por consiguiente, no puede pensarse independiente del aula comunitaria.
d) El lugar de la presencia eucarística.
No es el lugar de la celebración. El misterio
eucarístico hace sacramentalmente presente a Cristo: se le rinde a este
misterio acción de gracias y culto. La presencia eucarística es el principal signo
real que llena nuestras iglesias cuando no hay celebraciones, lo que
distingue un lugar sagrado de otro ordenado a una comunidad humana. Cristo se
ofrece a todos y por todos bajo las sagradas especies: tal ofrenda se presenta
como peculiaridad permanente del edificio, signo real que puede distinguir
incluso exteriormente el edificio-iglesia.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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