La LH alimenta el espíritu de piedad y la
oración personal (SC 90), la cual no es sólo oración individual
extralitúrgica, sino también ese espíritu de comunión con Dios en la alabanza,
en la adoración y en la súplica que debe animar en todo instante el corazón de quien
celebra la LH. Así pues, ésta no es sólo acción comunitaria, sino actividad
de toda la esfera interior de los individuos, estimulada por el encuentro con
Dios y penetrada de su Espíritu divino.
La LH, en cuanto oración, fortalece en todas
las luchas y dificultades que se encuentran en el áspero camino de la santidad.
Hace crecer las virtudes teologales (OGLH 12) con la palabra de Dios y
con todos los demás momentos de coloquio con él. Es oración, que purifica,
ilumina, enriquece con gracias (OGLH 14).