El Obispo diocesano, primer
administrador de los misterios de Dios en la Iglesia particular que le ha sido
encomendada, es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica.
Pues el Obispo, por estar revestido de la plenitud del sacramento del Orden, es
"el administrador de la gracia del supremo sacerdocio", sobre todo en
la Eucaristía, que él mismo celebra o procura que sea celebrada, y mediante la
cual la Iglesia vive y crece continuamente.
La principal manifestación de
la Iglesia tiene lugar cada vez que se celebra la Misa, especialmente en la
iglesia catedral, con la participación plena y activa de todo el pueblo santo
de Dios, [...] en una misma oración, junto al único altar, donde preside el
Obispo rodeado por su presbiterio, los diáconos y ministros. Además, toda
legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por el Obispo, a quien ha
sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión
cristiana y de reglamentarlo en conformidad con los preceptos del Señor y las
leyes de la Iglesia, precisadas más concretamente para su diócesis según su criterio.