El Obispo diocesano, primer
administrador de los misterios de Dios en la Iglesia particular que le ha sido
encomendada, es el moderador, promotor y custodio de toda la vida litúrgica.
Pues el Obispo, por estar revestido de la plenitud del sacramento del Orden, es
"el administrador de la gracia del supremo sacerdocio", sobre todo en
la Eucaristía, que él mismo celebra o procura que sea celebrada, y mediante la
cual la Iglesia vive y crece continuamente.
La principal manifestación de
la Iglesia tiene lugar cada vez que se celebra la Misa, especialmente en la
iglesia catedral, con la participación plena y activa de todo el pueblo santo
de Dios, [...] en una misma oración, junto al único altar, donde preside el
Obispo rodeado por su presbiterio, los diáconos y ministros. Además, toda
legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por el Obispo, a quien ha
sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión
cristiana y de reglamentarlo en conformidad con los preceptos del Señor y las
leyes de la Iglesia, precisadas más concretamente para su diócesis según su criterio.
En efecto, al Obispo
diocesano, en la Iglesia a él confiada y dentro de los límites de su
competencia, le corresponde dar normas obligatorias para todos, sobre materia
litúrgica. Sin embargo, el Obispo debe tener siempre presente que no se quite
la libertad prevista en las normas de los libros litúrgicos, adaptando la
celebración, de modo inteligente, sea a la iglesia, sea al grupo de fieles, sea
a las circunstancias pastorales, para que todo el rito sagrado universal esté
verdaderamente acomodado al carácter de los fieles.
El Obispo rige la Iglesia
particular que le ha sido encomendada y a él corresponde regular, dirigir,
estimular y algunas veces también reprender, cumpliendo el ministerio sagrado
que ha recibido por la ordenación episcopal, para edificar su grey en la verdad
y en la santidad. Explique el auténtico sentido de los ritos y de los textos
litúrgicos y eduque en el espíritu de la sagrada Liturgia a los presbíteros,
diáconos y fieles laicos, para que todos sean conducidos a una celebración
activa y fructuosa de la Eucaristía, y cuide igualmente para que todo el
cuerpo de la Iglesia, con el mismo espíritu, en la unidad de la caridad, pueda
progresar en la diócesis, en la nación, en el mundo.
Los fieles «deben estar unidos
a su Obispo como la Iglesia a Jesucristo, y como Jesucristo al Padre, para que
todas las cosas se armonicen en la unidad y crezcan para gloria de Dios».
Todos, incluso los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica, y todas las asociaciones o movimientos
eclesiales de cualquier genero, están sometidos a la autoridad del Obispo
diocesano en todo lo que se refiere a la liturgia, salvo las legítimas
concesiones del derecho. Por lo tanto, compete al Obispo diocesano el derecho y
el deber de visitar y vigilar la liturgia en las iglesias y oratorios situados
en su territorio, también aquellos que sean fundados o dirigidos por los
citados institutos religiosos, si los fieles acuden a ellos de forma habitual.
El pueblo cristiano, por su
parte, tiene derecho a que el Obispo diocesano vigile para que no se
introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente en el
ministerio de la palabra, en la celebración de los sacramentos y sacramentales,
en el culto a Dios y a los santos.
Las comisiones, consejos o
comités, instituidos por el Obispo, para que contribuyan a promover la acción
litúrgica, la música y el arte sacro en su diócesis, deben actuar según el
juicio y normas del Obispo, bajo su autoridad y contando con su confirmación;
así cumplirán su tarea adecuadamente y se mantendrá en la diócesis el gobierno
efectivo del Obispo. De estos organismos, de otros institutos y de cualquier
otra iniciativa en materia litúrgica, después de cierto tiempo, resulta urgente
que los Obispos indaguen si hasta el momento ha sido fructuosa su
actividad, y valoren atentamente cuáles correcciones o mejoras se deben
introducir en su estructura y en su actividad, para que encuentren nueva
vitalidad. Se tenga siempre presente que los expertos deben ser elegidos entre
aquellos que sean firmes en la fe católica y verdaderamente preparados en las
disciplinas teológicas y culturales.
REDEMPTIONIS
SACRAMENTUM
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