El juicio de
Dios (11, 17-18; 12, 10-12)
«Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.
Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra».
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra».
«Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas».
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas».
El capítulo 11 describe la escena en la cual, al
toque de la séptima trompeta, resuena en el cielo cantos de júbilo por el
establecimiento de la soberanía de Dios en el mundo; los veinticuatro ancianos,
que representan a todos los justos de la antigua y la nueva alianza, adoran a
Dios entonando un himno que tal vez ya se usaba en las asambleas litúrgicas de
la Iglesia primitiva. Adoran a Dios, señor del mundo y de la historia,
dispuesto ya a instaurar su reino de justicia, de amor y de verdad.
Tocó el séptimo ángel su trompeta, entonces sonaron
en el cielo fuertes voces que decían: «Ha llegado el reinado sobre el mundo de
nuestro Señor y de su Cristo; reinará por los siglos de los siglos». Es el
canto de los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante
de Dios se postran rostro en tierra y adoraron a Dios haciendo propias las
palabras de los salmos: del 2, que
es un himno mesiánico (2,1-5), y del 98, que celebra la realeza divina (98,1). Ensalzan
el juicio justo y decisivo que el Señor está a punto de realizar sobre toda la
historia humana.
Es significativa la identidad de los justos, salvados ya en el reino de
Dios. Se dividen en tres clases de «siervos» del Señor: los profetas, los
santos y los que temen su nombre (11,18). Es como un retrato espiritual del
pueblo de Dios, según los dones recibidos en el bautismo y que se han hecho
fructificar en la vida de fe y de amor (19,5).
El capitulo 12 relata la maravillosa escena del
enfrentamiento de la Mujer y el Dragón. El vidente contempla en la mujer circundada de luz a
una figura de grandeza y esplendor sobrenatural. En contraste con ella aparece
el dragón, símbolo de las fuerzas del mal. La mujer lleva un niño en su seno, y
le ha llegado el momento del parto; cuando lo dio a luz, el dragón quiso
devorarlo, pero el hijo fue arrebatado hasta el trono de Dios y la mujer huyó
al desierto. Entonces se trabó en el cielo una batalla entre Miguel y el dragón.
Al final
de la batalla en la que el dragón es derrotado y arrojado a la tierra, una
fuerte voz se hace oír en el cielo entonando el himno que celebra la
importancia de lo sucedido.
La mejor ilustración de
esta escena se halla en dos declaraciones de Jesús: «Yo estaba viendo a Satán
caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18), queriendo decir con esto que por obra
suya Satán fue despojado de su poder. Dice también: «Ahora tiene lugar el
juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera» (Jn
21,31). La muerte de Jesús será su vitoria. El sentido exacto de este pasaje es
la exaltación del Mesías a la diestra de Dios, recompensa de su obra en la
tierra y de su muerte, representa la primera decisiva victoria sobre Satán; con
ella su poder se ve destruido en principio o limitado a la tierra y a un determinado
espacio de tiempo (12,12).
La importancia de la
victoria obtenida se subraya con los nombres que el vidente acumula para
ponderar la peligrosidad del vencido. Es «la antigua serpiente», que indujo a
pecar a la primera pareja humana, es el «diablo-Satanás», o adversario de los
hombres, el seductor de todo el mundo.
La victoria de Miguel
sobre Satán es el principio de su derrota definitiva, y por eso bien se puede
decir que con ella se ha inaugurado el dominio de Dios y de su ungido. Al ser
arrojado del cielo, Satán se ve despojado de la posición influyente que hasta
ahora ha tenido ante Dios.
El triunfo de Miguel es
al mismo tiempo el triunfo de los hermanos de aquellos que cantan en el cielo
(12,11). Con la caída de Satán se les dio también a ellos la posibilidad de
humillar a quien antes era su acusador, de rechazar victoriosamente todos los
ataques de su adversario; fue la victoria que consiguieron cuando valerosamente
dieron testimonio de Cristo, testimoniandolo incluso con la propia sangre. Los
«hermanos» (12,10) son los mártires cristianos y todos aquellos que ofrendarán
su vida por la fe durante la gran prueba que está para sobrevenir.
Para los que cantan en
el cielo, la victoria es ya una realidad, como lo es también el comienzo del
reino de Dios, gracias a la muerte de Cristo.
La caída de Satán es
para los ángeles y para los bienaventurados motivo de inmensa alegría (12,12),
mientras para los hombres lo es de grandes lamentos, ya que la tierra se convierten
ahora en el escenario de la lucha contra Dios y su ungido.
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