Desde siempre el arte ha acompañado e igualmente
expresado el más profundo sentimiento religioso del hombre, tornándose elemento
determinante en el proceso de ritualización del culto dentro de los distintos
pueblos. Arte y rito están, de esta manera, ligados entre sí; lo atestigua el
mismo arte prehistórico que ha llegado hasta nosotros en grafitos y obras
estéticas de toda índole y en todos los continentes.
El signo gráfico, modelado o arquitectónico, ha
servido al hombre para expresar lo inexpresable, ya por ser todavía
solamente fruto del deseo, ya por pertenecer al pasado y estar por tanto sólo
presente en el recuerdo, ya por ser realidad trascendente.
El grabado rupestre del animal perseguido por los
perros o herido por la flecha mortal, que se adelantan a la acción misma del
hombre, es acto religioso, propiciatorio; la máscara o maquillaje que
transforman el rostro y el cuerpo del hombre encarnan el espíritu y lo hacen
presente; el cipo consagrado con óleo y clavado en tierra testimonia el
sentimiento religioso del fiel; finalmente, también el lugar o cualquier otra
realidad natural que asume las características de originalidad, grandiosidad,
belleza o impenetrabilidad es signo manifestativo de la presencia divina.
En el pasado, el acto propiciatorio o de agradecimiento
se expresaba por medio de dones artísticamente elaborados; el culto a los muertos
nos ha transmitido testimonios de gran valor, desde las gigantescas pirámides
hasta las diminutas y bellísimas urnas cinerarias, desde los misteriosos
sarcófagos de las momias hasta los simples utensilios finamente trabajados.
Para el culto pagano, la grandiosidad del templo y la
preciosidad de los objetos son también elementos que manifiestan la sacralidad.
En el culto hebraico, el valor artístico y material del objeto litúrgico no constituye
su sacralidad, pero sí es una exigencia de la misma; y así seguirá siéndolo en
el culto cristiano, confirmándolo en tal sentido el mismo Cristo con la defensa
del gesto de la pecadora que derramó sobre sus pies un preciosísimo ungüento (cf
Jn 12,3).
El arte acompaña al cristianismo a lo largo de toda su
historia, como sucede también en las demás religiones.
La historia misma del arte evidencia la parte
preponderante que ocupa el arte con función religiosa. Incluso en el arte occidental
los principales estilos, como el paleocristiano, el románico, el gótico, el
renacentista y el barroco, están definidos principalmente por obras de carácter
religioso, reflejando cada uno de ellos un momento particular de la historia de
la fe y evidenciando la espiritualidad que caracteriza al arte mismo. Algo similar
ha acaecido en los últimos siglos, en los que el carácter esencialmente ecléctico
de la espiritualidad ha favorecido una desordenada recuperación de los
elementos estilísticos del pasado, amenazados en principio por el mismo
fundamental defecto del eclecticismo, que contrasta con la libre expresión de la
originalidad propia del hombre en cada tiempo.
También hoy el redescubrimiento de la autenticidad
litúrgica ejerce una liberación de la autenticidad del hombre, que puede así
manifestarse con originalidad y verdad. El momento actual es todavía de
búsqueda, de tendencia hacia un movimiento que resulta, al mismo tiempo, contradictorio
en su confrontación con el pasado y nostálgico frente a él, abierto a un
extenso futuro, pero obstaculizado por mentalidades legalistas o privatistas:
en efecto, por una parte, ateniéndose a la costumbre, se rechaza la incipiente libertad
que conceden las normas actuales; por otra parte, aun dentro de la variedad de
estilos, no se abre a la comunidad a cuyo servicio está, hasta el punto deque,
con frecuencia, el arte en elculto no es expresión del espíritu de la iglesia,
sino que continúa siendo esencialmente la conclusión de personales
elaboraciones del artista, incluso (a veces) carente de fe o simplemente en
busca de su propia afirmación individual.
De V. Gatti
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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