La gozosa experiencia de plenitud no nos debe hacer olvidar
los muchos límites de nuestra Eucaristía. La celebración del misterio pascual
nos remite inexorablemente a su cumplimiento, al día de «su venida» definitiva.
Se vive, pues, en toda celebración el «ya y todavía-no» de la escatología
que acrecienta la esperanza y el deseo de la venida de Cristo. No se olvide
que es en lo interno de la celebración donde brota del corazón de la Iglesia
Esposa, bajo el impulso del Espíritu, el «Marana-thà», como grito impaciente
después de cada encuentro con Cristo que ha dejado casi una herida en el corazón
de la Iglesia. Pero allí está también el «todavía-no» de la historia, es
decir, la experiencia no total de ser Iglesia eucarística por parte de los
fieles por diversas razones.
1. El
«todavía-no» de la Iglesia eucarística
Podría ser ilustrado este todavía-no de la Iglesia
eucarística con algunas pinceladas provocadoras:
Todavía no reflejamos en nuestra experiencia de
Iglesia eucarística, el verdadero rostro eucarístico, por falta de vida de fe y
de caridad, por ignorancia del misterio que celebramos, por incoherencias con la
lógica de la Eucaristía, por la falta de conversión al misterio pascual y a sus
exigencias. Y claro que nosotros limitamos por nuestra parte los efectos de la
Eucaristía que dependen de nuestra libre acogida; por eso, el encuentro
cotidiano en la mesa eucarística nos permite ser renovados constantemente en el
misterio pascual. Tenemos necesidad de la Eucaristía para no resignarnos a la
mediocridad de nuestra experiencia cristiana en la Iglesia.
Todavía-no todos los hijos de Dios que son invitados a
la salvación y a la comunión se sientan a la mesa eucarística. Cada celebración
nos permite verificar cuántos sitios están todavía vacíos y cuántos hermanos
faltan a la llamada, o porque todavía no conocen el Evangelio de la Eucaristía o
porque conscientemente lo rechazan, o bien porque sigue siendo para ellos
indiferente.
Todavía-no todas las Iglesias que celebran la
Eucaristía han alcanzado la unidad visible que la Eucaristía quiere formar en
una comunión orgánica.
Todavía-no vivimos en la historia lo que
sacramentalmente expresamos en la Eucaristía. De la celebración a la vida, poco
a poco se desfigura el rostro eucarístico de la Iglesia, hasta hacerse
irreconocible en los individuos y en la comunidad cristiana el hecho de que
hayan celebrado el misterio y se hayan encontrado con Cristo. Por eso tenemos
necesidad de configurarnos a la Eucaristía cada día porque cada día se desfigura
en nosotros el rostro eucarístico de la Iglesia.
2.
Celebrar y proclamar la esperanza
También en la experiencia de tantos límites, la Iglesia
celebra sin cambios de opinión su esperanza y se proyecta hacia el futuro
prometido:
Confiesa la comunión con los santos y la esperanza de
reunirse con ellos en la gloria.
Espera la resurrección corporal prometida por el pan que da
la vida eterna; reconoce que la Eucaristía deja en nuestros cuerpos semillas de
resurrección que florecen tras el misterioso período de la muerte y de la
sepultura en la novedad de cuerpos resucitados.
Proclama, casi hasta el límite de la utopía, la esperanza de
los Cielos nuevos y de la Tierra nueva que la transformación eucarística
prefigura en una «Pascua del universo» (cfr. GS 38-39).
P. JESÚS CASTELLANO CERVERA, OCD
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