La belleza, pero también la complejidad de la rosa, han hecho de ella un símbolo
muy rico y en Occidente tan frecuente como el loto en Oriente: aparición
esplendorosa de la existencia a partir de las aguas primordiales, microcosmos
próximo al significado de la rueda, etc.
Ciertas afinidades de la rosa con respecto a la sangre sugirieron nociones de
renacimiento, victoria sobre el dolor y la muerte. Ello explica la costumbre de
colocar rosas en ofrenda a los manes, así como la guirnalda de rosas que ciñe en
algunas imágenes la cabeza de Hécate, la diosa infernal. En la mitología antigua
estaba consagrada a Venus.
En la iconografía cristiana, la rosa se considera relacionada con la sangre
de Jesús. Desde la Edad Media es también símbolo mariano: la Virgen es llamada
"rosa sin espinas". No obstante, aparece tardíamente; en el florario de la
Virgen, el lirio, símbolo de la pureza, tiene hasta los siglos XIII y XIV más
importancia que la rosa.
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