viernes, 28 de enero de 2011

EL CULTO DE LOS SANTOS

El culto de los santos confesores, asociado al culto de los mártires, es el otro elemento que abrió en la Iglesia nuevas vías al desarrollo litúrgico. El término sanctus (= sancitus, de sanere, encerrar), en su noción primitiva denota un lugar cerrado, reservado, donde la divinidad se ha manifestado de alguna manera. En el campo religioso, el término sanctus fue aplicado por derivación a aquellas personas, ya vivas, ya difuntas, tenidas en tan alta estima moral, que se creían como res sacra, porque en ellas Dios se había manifestado de modo particular. Sin embargo, el apelativo sanctus, en el sentido más moderno y litúrgico de la palabra, es decir, dado a una persona canónicamente inscrita en el catálogo de los santos, no se encuentra en los primeros siglos de la Iglesia. Hasta la mitad del siglo IV solamente los mártires fueron considerados sancti y tuvieron los honores del culto. Eran los cristianos perfectos, los verdaderos imitadores de Cristo, porque eran partícipes efectivos de su pasión, quienes, lavando en la sangre toda mancha, habían merecido ser admitidos en seguida a la visión de Dios, y en el último día serán, como los apóstoles, jueces, al lado de Cristo, de sus hermanos.

Pero, cerrado el período de las persecuciones, se entendió que la vida piadosa y mortificada de las vírgenes, de los obispos y de los ascetas era, en realidad, un eauivalente del martirio. La idea no era nueva. Clemente Alejandrino (+ 215) había ya llamado mártir al gnóstico que, por amor de Dios, observa los preceptos del Evangelio y renuncia a los placeres del mundo. Pero en el siglo IV esta idea se hizo común. Devotae mentís serviius immaculata quotidianum martyrium est, escribía San Jerónimo respecto a Paula. San Gregorio de Nacianzo vio a San Atanasio en compañía de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, que han combatido por la verdad; y llama a San Basilio mártir, reunido con los mártires, sus hermanos. Sulpicio Severo observa a propósito de San Martín de Tours: Nam, licet ei ratio temporis non potuerit praestarc martyrium, gloria tamen martyris non carebit, quia, voto et virtute, et potuit esse martyr et voluit. Más aún, todo el mundo estaba entonces lleno de la fama y de los prodigios de los primeros solitarios San Antonio, San Hilario y San Afraates. Una muchedumbre continua venía no sólo de Egipto, sino de Palestina, de Constantinopla y de las tierras más lejanas, para conocerlos, preguntarles, admirarlos, El mismo emperador se encomendaba a las oraciones de San Antonio. El aceite y el pan que Hilario había bendecido eran buscados ávidamente como un remedio seguro contra todo mal.
Esta valoración nueva de algunos estados de vida religiosa, tan floreciente en aquel tiempo — vírgenes, obispos, ascetas — que venía justamente a hacerse popular en medio de la iglesia, debía necesariamente ejercer su influencia también en el campo litúrgico. Si los obispos y los ascetas eran también mártires de la paz, mártires no sin sangre, sino de voluntad y de penitencia, por qué su tumba, al igual que la de los mártires antiguos, no debía ser venerada y su nombre inscrito en el álbum festivo de las iglesias. Ha quedado testimonio de esto en Orígenes hacia la mitad del siglo IV. San Jerónimo narra que San Antonio (+ 358), morti próximas, sepulturam suam ignoto loco paran iussit, ne Pergamius, qui in iis locis ditissimus erat, martyrium, idest, aediculam sacram, super tumulum sumum fabricarel; prueba de que, para honor de ciertos personajes muertos con fama dé gran santidad, se habían comenzado a erigir capillas (martyria, memoriae), como hasta entonces se había hecho con los mártires. Sozomeno refiere eme el cuerpo de San Hilarión (+ 371), poco después de su muerte, fue trasladado de Chipre a su monasterio de Palestina, donde el aniversario de este traslado llegó a ser fiesta popular, celebrada con máxima pompa y con concurso enorme de pueblo a su sepulcro. Teodoreto recuerda a un famoso anacoreta de Siria, Marcieno, al cual, todavía vivo, le fueron levantados un gran número de oratorios. El asceta Teodosio fue transportado solemnemente a la iglesia de Antioquía, dedicada a San Juliano, donde ya había sido sepultado otro célebre solitario, Afraates. A la muerte de Marón, los países vecinos se disputaron con las armas el cadáver, los vencedores lo depositaron en una espléndida iglesia expresamente erigida, instituyendo una fiesta anual en su honor.
Con los ascetas, también los obispos entraron en el culto litúrgico. En Occidente, el papa San Silvestre (+ 337), San Martín de Tours (+ 398), San Ambrosio de Milán (+ 397), San Eusebio de Vercelli (+ 371) y San Severo de Rávena (+ 352) fueron ciertamente los primeros hallados en la recensión más antigua del Martirologio jeronimiano, compilado, según Duchesne, en la segunda mitad del siglo V. En África, parece ser que a San Agustín (+ 430), inmediatamente después de su muerte, se le dio culto público, encontrándose señalado en el calendario de Cartago. En Oriente, ya San Gregorio de Nisa (+ 386) celebraba delante de su pueblo la memoria de San Efrén (+ 373), y San Gregorio Nacianceno (+ 389), la de San Atanasio y de San Basilio. Se puede afirmar que, a principios de siglo V, el culto de los mártires, integrado por el culto de los santos confesores, era practicado, de manera más o menos amplia, en todas las iglesias de la cristiandad.
Un desarrollo más firme y orgánico del culto de los santos comenzó en la Iglesia al introducirse una fórmula de canonización de los santos por parte de la Sede Apostólica. Como hemos dicho antes, no hay noticias, salvo en casos excepcionales, de que en los primeros siglos los obispos hiciesen un exámen previo para admitir un mártir al culto público. Pero después (s. X-Xl), o porque se sintieron incapaces de resistir a ciertos impulsos poco iluminados de su pueblo o porque quisiesen con el sello de la Santa Sede dar mayor brillo y notoriedad a un santo más favorito, entró el uso de pedir al papa el reconocimiento y la autorización de cada nuevo culto. Juan XV dio el primer ejemplo de este procedimiento cuando en el sínodo de Roma del 993 canonizó solemnemente al obispo Ulrico de Augsburgo.

0 comentarios:

Publicar un comentario