viernes, 28 de enero de 2011

LA SACRISTÍA

La sacristía (secretarium) es aquella sala, generalmente contigua al presbiterio, en la cual se conserva el ajuar del culto y donde los ministros sagrados se revisten de las vestiduras litúrgicas.
En la época antigua, las iglesias más importantes poseían más de una. Las Constituciones apostólicas hacen mención de dos pastophoria o sacristía, una de las cuales era habilitada para la custodia de la Santísima Eucaristía según un uso que duró en muchas iglesias occidentales hasta el siglo XVI. San Paulino de Ñola (+ 431), describiendo la basílica de San Félix, por él reedificada, alude claramente a dos sacristías adyacentes al ábside de la basílica. En una de ellas se preparaban los sacerdotes para el sacrificio; en la otra se guardaban los libros escriturísticos, especialmente el evangeliario. En las antiguas basílicas romanas, el secretarium estaba generalmente a la izquierda del atrio, fuera de la iglesia propiamente dicha; tal era el caso de las basílicas de San Pedro y de San Juan in Laterano. Este debía tener medidas bastante grandes, porque el papa recibía allí, en determinadas circunstancias, el homenaje de los aristócratas del laicado y no raramente se celebraban sínodos. El concilio de Cartago del 419, que contaba 217 obispos presentes, fue celebrado en el secretarium de la basílica Fausti.
Durante el Medievo, las pequeñas iglesias no siempre estaban provistas de sacristía o tenían una muy pequeña. El modesto ajuar sagrado se guardaba en bancos o armarios puestos detrás o a los lados del altar o sobre el lectorio. El sacerdote tomaba y dejaba los ornamentos sobre el ángulo mismo del altar o sobre algún banco del coro. Las grandes cómodas sacristías actuales son más bien de época reciente, sin hablar de algunas monumentales, como la de San Sátiro, de Milán, construida por Bramante, y las dos de San Lorenzo, en Florencia, obra de Brunelleschi y de Miguel Ángel. San Carlos Borromeo fue el celoso promotor de estos modestos pero importantes lugares, recomendando la erección y la oportuna ubicación para la necesaria custodia del ajuar sagrado.
En un ángulo de la sacristía, hoy se suele colocar el sacrario, formado por una pequeña cisterna subterránea que se abre al exterior mediante una ventanita excavada en el muro o una boca abierta sobre el pavimento, provista de cobertura de piedra. El sacrario, que no debe confundirse con el armario en el muro, que guardaba en el pasado el Santísimo Sacramento, sirve para recibir el agua de las abluciones litúrgicas, como también los desperfectos y las cenizas de objetos sagrados que se hacen inservibles, como el algodón usado para las unciones de los santos óleos y parecidos.
En las iglesias medievales, el sacrario, destinado a recoger el agua de la ablución de las manos del sacerdote en la misa y después de ésta, era generalmente construido a un lado del altar. Prope altare — escribía Durando — collocatur piscina, seu lavacrum. Tenía, además, la forma de ventanita, abierta en el espesor del muro, y que tenía en la base un recipiente redondo o poligonal, provisto de orificio para el libre paso del agua. Una toalla se colgaba a los lados para secarse las manos.

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