El pensamiento medieval da una significación simbólica no sólo a los números y a los puntos cardinales. Los colores, los sonidos y los olores, que se relacionan con las vibraciones percibidas por tres sentidos diferentes -la vista, el oído y el olfato- evocan también e nel espíritu misteriosas concordancias.
Cada color tenía su "significado", que ha dejado vestigios en la liturgia y en la heráldica. Se les ha atribuido siempre, además, una acción excitante, calmante o deprimente, efectos benéficos o maléficos, hasta tal punto que se ha instituido en nuestros días una terapéutica de los colores denominada cromoterapia.
A los cuatro elementos les corresponden cuatro colores: el azul al aire, el marrón a la tierra, el verde al agua y el rojo al fuego.
El blanco, el rojo, el verde y el azul son colores benéficos que despiertan la alegría; no así el negro, el amarillo y el violeta, colores tristes y nefastos que evocan el duelo y la penitencia.
El blanco simboliza la luz, la eternidad. En las visiones apocalípticas de Daniel y de San Juan, el Anciano de los días, cuyos cabellos rivalizan en blancura con la lana más pura, aparece vestido con ropa blanca como la nieve. Los ángeles que lo rodean están también completamente vestidos de blanco. En la Iglesia, es el color de la vestimenta del papa y del alba de los sacerdotes. Al ser el blanco emblema de la pureza y de la virginidad, es también distintivo simbólico de los primeros comulgantes, los jóvenes casados y los catecúmenos.
El rojo, que se llama gules en heráldica, es el color de la sangre y del fuego. Entre los griegos, el color de Ares, dios de la guerra. En la mística cristiana, el emblema del amor divino, de San Juan, de los mártires, que son soldados de Cristo, y de los santos inocentes. De la misma manera que el blanco se reserva para el papa, el púrpura se convirtió en el atributo de los cardenales, considerados como los soldados del papado. Fue hacia 1295 cuando Bonifacio VIII les confirió la vestidura roja, como emblema de su intrepidez, que llegaba incluso hasta derramar su sangre por la Santa Sede, perseguida entonces por el rey de Francia Felipe IV.
Menos excitante que el rojo, el verde (sinople para la heráldica), que es el color de la vegetación primaveral, constituye el símbolo de la esperanza, del amor naciente.
El azul, que posee las mismas virtudes calmantes, es el color del manto de la Virgen, quizás en señal de duelo por la muerte de su Hijo.
En cuanto al negro, al amarillo y al violeta, no se duda de su maléfica significación. El negro es el color del espíritu del Mal, de la desesperanza y del duelo. El amarillo, color de la bilis y de la envidia, es el símbolo de la felonía de Judas y, por extensión, de los judíos, a los que en la Edad Media se les obligaba a llevar un rodete amarillo cosido a su ropa y un gorro puntiagudo de color amarillo azafrán. En Bretaña, el amarillo era el color del duelo. Finalmente el violeta, símbolo de la aflicción, es el color de las vestiduras sacerdotales y de los velos con lo sque se cubren las imágenes durante la Semana Santa. Es el color penitencial.
Aunque esta es la significación habitual, hay que señalar, sin embargo, que algunos colores, como muchos animales del bestiario, pueden considerarse de distinta manera y tener un doble sentido, bueno o malo. Así, por ejemplo, el verde, símbolo de la virtud cristiana de la esperanza, porque evoca la renovación de la primavera, puede ser también el color de Satanás.
Ejemplo: "La entrega de las llaves a San Pedro". Vicenzo Catena. Museo del Prado.
Las tres figuras femeninas que acompañan a los personajes principales, ¿quiénes son? La respuesta a esta pregunta nos la da el color de sus vestidos (negro, verde y rojo), que son un mensaje dirigido a quien lo sabe leer. Se trata de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Todavía hoy asociamos el rojo al amor (caridad) y el verde a la esperanza. El negro de la fe puede ser una alternativa a representar esta figura con los ojos vendados.
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