Los textos de plegarias eucarísticas
atestiguados por las diversas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente
constituyen un campo de investigación tan vasto, que nos vemos obligados a
limitar los acentos a algunas líneas esenciales.
Por lo que se refiere a Oriente, el análisis
de los textos sugiere a los estudiosos el agrupar los textos en torno a algunos ámbitos que resultan capaces
de tipificar la riquísima producción al respecto: el tipo alejandrino, el
antioqueno, el siriooriental; para Occidente se imponen las referencias a las
cuatro grandes tradiciones: romana, ambrosiana, galicana e hispánica. Hay que
notar que esta clasificación de carácter general no surge sólo de las
consideraciones que ponen de relieve, dentro de las tradiciones de Oriente y de
Occidente, una diversidad de estructura en el modo de componer entre sí los
elementos de la anáfora; resultan todavía más decisivos los aspectos relevantes
que connotan la especificidad de la inspiración temática propia de cada una de
las tradiciones arriba indicadas. Bajo esta perspectiva debe decirse que la
pluralidad de plegarias eucarísticas presentes en la tradición litúrgica revela
las peculiaridades teológicas y espirituales de las "familias
litúrgicas" a través de las cuales ella se ha ido expresando. Aunque no
podemos aquí pretender ser completos, puede ser útil aludir a la riqueza y
variedad de conclusiones a que conduciría un análisis comparado de plegarias
eucarísticas de la misma época, pero provenientes de tradiciones litúrgicas
diversas.
Ayudados también por estudios especializados,
examinamos aquí el canon romano, la anáfora de la iglesia de Jerusalén y la de
san Basilio".
El canon romano, como es sabido, está ya
atestiguado en sus partes más antiguas por san Ambrosio en el De sacramentas
(ca. 380), y ha sufrido en los siglos sucesivos una serie de integraciones
y de modificaciones que deformaron la estructura original.
En su lenguaje solemne y hierático se
ilumina una rica teología del ofrecimiento, y la temática del sacrificio encuentra
en algunas referencias bíblicas acentos de un gran valor doctrinal; el esquema
es articulado y complejo, muy diverso de las características totalmente
peculiares de la tradición oriental. En cuanto al texto de la iglesia de
Jerusalén, aparecen inmediatamente el esquema trinitario, dentro del cual se
desarrolla una rica reflexión teológica, y la constante referencia a la
Escritura; el tema epiclético encuentra un notable desarrollo, hasta el punto
de aparecer capaz de interpretar en profundidad el significado de conjunto del
memorial eucarístico; la oración de acción de gracias parte desde el tema mismo de la creación. De la magnífica
anáfora de san Basilio impresiona sobre todo la armónica fusión de las dos
partes en las cuales se articula netamente: en la primera confluyen
simultáneamente, dentro de una continua referencia a la biblia, una profunda
contemplación del misterio y de los datos de un debate sobre los temas
trinitarios y pneumatológicos, alcanzadas ya precisiones conclusivas y clarificadoras; en la segunda, en cambio, la oración se abre
a una súplica de intercesión, en la cual encuentran espacio simultáneamente todas
las personas, grupos, experiencias que animan aquella concreta comunidad, y se
da al misterio de la iglesia-comunión una consideración de gran amplitud.
Si nos hemos parado un poco, a modo de
ejemplo, sobre estos aspectos, del todo insuficientes y esporádicos, es sobre
todo porque creemos en el valor del método utilizado en este estudio
monográfico y comparado; a parte de la ventaja de entrar a comprender la
riqueza de muchas plegarias eucarísticas —las tres a las que hemos aludido
constituyen sin duda ejemplos de entre los más significativos y merecedores de
profundización—, una metodología como ésta permitiría captar, más allá de las
muchas diversidades entre las tradiciones particulares, la presencia de
constantes estructurales y temáticas de la anáfora cristiana.
También por esta razón nos parece necesario
concluir esta rápida síntesis histórica con algunas consideraciones de orden
general. Debe tenerse en cuenta ante todo que el progresivo proceso de
separación y de superación de la matriz judía tiene lugar en virtud de una
conciencia cada vez más lúcida de la novedad y de la definitividad de Cristo.
Es su pascua, la alianza nueva ritualizada en la memoria litúrgica; en
ella se hace a los creyentes el don del Espíritu de unidad y de reconciliación.
Aparece, por tanto, evidente que antes todavía
de los debates teológicos, particularmente vivos por la insidia constante de
las numerosas corrientes heréticas, la tradición anafórica cristiana se
construye y se desarrolla a partir de la exigencia de confesar la fe en
aquello que Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo. En esta perspectiva, no
maravilla, de hecho, la presencia de un segundo dato complexivo proveniente
de la tradición antigua: el de la pluralidad de los textos de plegarias
eucarísticas. El Oriente, en particular, representa el testimonio al respecto
más significativo, a causa de la riqueza y variedad de las tradiciones que lo
constituyen.
Las múltiples vicisitudes que Dios ha
vivido con su pueblo en el intento de conducirlo a la acogida de la realidad profunda
de la alianza culminada en Cristo, hacen ya plausible, o incluso necesaria, una
variedad de expresiones que revelen más adecuadamente su riqueza; a ello hay
que añadir la progresiva experiencia de la palabra, que es propia del camino histórico
de las iglesias particulares, y la intermitente amenaza de herejías.
El conjunto de estos elementos puede dar razón
del hecho de que la oración, que está en
el corazón de la celebración eucarística, se vaya articulando en su formulación
concreta también en referencia y como respuesta a esas realidades. Por su
parte, la tradición litúrgica de Occidente —mucho menos rica y variada—
presenta un dato singular: la tendencia a crear una relación más explícita entre
el texto de la plegaria eucarística y los diversos misterios de Cristo celebrados
a lo largo del curso del año litúrgico. Serían sobre todo el cuerpo prefacial
de la liturgia romana y ambrosiana y diversos elementos de la tradición
hispánica y ambrosiana quienes lo documentan; en todo caso, un dato de este
tipo simplemente confirma, con un acento propio, la característica de fondo con
que la antigüedad nos entrega el sentido de la anáfora: la de considerarla lugar
autorizado de la confesión de fe del pueblo de Dios en la totalidad del
misterio único e indiviso de Cristo.
F.
Brovell
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