Himno de los
redimidos (4, 11; 5, 9. 10. 12)
“Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.
Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.
Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
Para la formación de
este Cántico, la Liturgia une diversos versículos: el v.11 y último del cap. 4,
y los vv. 9-10 y 12 del cap. 5. San Juan es transportado en espíritu al cielo.
Allí contemplará las cosas celestiales y el anuncio de los sucesos futuros que
tendrán lugar sobre la tierra. Pero antes de entrar oye una voz, la misma que
había oído antes. Es la voz de Cristo revelador que aquí va a hacer de guía de
Juan. Hasta ahora Jesucristo le ha mostrado cosas que son; mas en adelante le
va a mostrar las cosas que ocurrirán en el futuro (4,1). Estas serán de grande
importancia para la Iglesia y para el mundo.
Al entrar en el cielo,
lo primero que ve Juan es a Uno que está sentado en un trono (4,2),
rodeado de asistentes. Dios aparece como el Señor del universo y de los siglos.
En el cielo, desde donde son dirigidos todos los sucesos del universo, Juan
verá cómo el Señor Dios omnipotente confiere al Cordero el poder de su reino.
La corte celestial es representada
por cuatro «Vivientes» (4,6), que evocan a los ángeles de la presencia divina
en los puntos cardinales del universo, y por «veinticuatro Ancianos» (4,4), presbyteroi,
que son los jefes de la comunidad cristiana, cuyo número alude a las doce
tribus de Israel y a los doce Apóstoles, como síntesis de la Antigua y la Nueva
Alianza.
Los veinticuatro Ancianos rodean el trono
de Dios. Están sentados en sus tronos, vestidos de blanco y con una corona de
oro sobre sus cabezas. Todo esto simboliza su poder y su gran dignidad. Las
vestiduras blancas significan el triunfo y la pureza. Las coronas simbolizan su
autoridad y la parte que toman en el gobierno del mundo. Además de reinar
ejercen en la liturgia celeste un oficio sacerdotal.
Los veinticuatro
Ancianos se asociaban a esta liturgia celestial postrándose de rodillas e
inclinándose hasta tocar la tierra, según la costumbre oriental. Tomando luego
sus coronas, que simbolizan el poder de gobernar el mundo, las arrojaban
delante del trono de Dios (4,10). A estos signos de respeto y adoración añaden
los Ancianos su propio himno litúrgico: «Eres digno, Señor, de
recibir la gloria, el honor y el poder, porque
tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas» (4,11).
Esta doxología desarrolla el tema de la gloria de Dios en las obras de la
creación. Dios es digno de que le alabemos, porque él es perfecto y su bondad
se extiende a todo el universo. Ha creado todas las cosas y por su voluntad
existen. La gloria y el honor es el reconocimiento de su dominio soberano sobre
la creación.
Los ángeles del cielo,
en quienes debe estar representada la creación entera, aclaman al Dios creador
y conservador de todas las cosas.
La naturaleza con truenos y relámpagos contribuyen a
realzar la majestad de Dios, como en la teofanía del Sinaí. Son la imagen
tradicional de la voz y de la acción ad
extra de Dios, sobre todo en
las teofanías. Simbolizan, al mismo tiempo, el poder terrible que Dios tiene, y
que manifestará castigando a los transgresores de su ley y a sus enemigos.
Los cuatro Vivientes, de los que habla Juan, están
tomados de Ezequiel (1,10), y representan
los cuatro reyes del reino animal: el
león, rey de las fieras; el toro, rey de los ganados; el águila, rey de las
aves, y el hombre, rey de la creación. La tradición cristiana ve también en
estos símbolos a los cuatro evangelistas, que retratan la vida, la personalidad
y las enseñanzas de Jesucristo. Los cuatro Vivientes no cesan ni de día ni de
noche de ensalzar la santidad del Señor Dios todopoderoso. Los misteriosos
Vivientes aclaman la santidad de Dios y, al mismo tiempo, su omnipotencia y
eternidad (4,8). Esta doxología se inspira en Isaías (6,3), y corresponde al Sanctus que se canta en la misa.
El capítulo 5 tiene como
tema central a Jesucristo redentor, al Cordero inmolado por los pecados del
mundo. La adoración va dirigida al Cristo glorioso, vencedor por su pasión y
muerte redentora. En sus manos pone el Padre Eterno los destinos futuros de la
humanidad. Él llevará a cumplimiento los planes divinos, luchando contra las
fuerzas adversas de su Iglesia, y logrando el triunfo definitivo sobre el mal.
Al recibir el Cordero la suprema investidura de manos del Padre, todas las
criaturas, ángeles, ancianos y los cuatro seres vivientes, cantan un himno de
alabanza y adoración.
A la derecha de Dios ve
el profeta un libro (5,1), es decir, un rollo de papiro conteniendo los decretos
divinos contra el Imperio romano, modelo de todos los imperios paganos
perseguidores de los cristianos. El contenido del libro es secreto por eso está
sellado con siete sellos.
Un ángel grita con
fuerte voz si hay alguien digno, o capaz, de abrir el libro (5,2), pero nadie
responde. Nadie es digno, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los abismos,
de abrir el libro (5,3). Nadie posee la dignidad suficiente para atreverse a
escudriñar los destinos futuros de la humanidad.
Ante el silencio de toda
la creación, el profeta, prorrumpe en llanto (5,4), porque comprende cuál es el
contenido del rollo, y piensa que no será posible conocer la revelación de
aquel libro misterioso, y, en consecuencia, tampoco tendrá la alegría de
contemplar el triunfo final del reino de Dios y de su Iglesia sobre los poderes
del mal, personificados en las autoridades del Imperio romano. Uno de los
Ancianos lo tranquiliza diciendo: «No llores, mira que ha
vencido el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, y que puede abrir el
libro» (5,5). Sólo Cristo es capaz de abrir el libro porque
Él ha triunfado, mediante su pasión y resurrección, del pecado y de la muerte.
El León anunciado
aparece de repente bajo la forma de Cordero (5,6).
Es Cristo, el cordero pascual inmolado por la salvación del pueblo elegido. El
Cordero se acerca al trono y recibe el libro de manos del que está sentado en
él (5,7). Los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postran, en señal
de adoración, delante del Cordero glorioso (5,8). Tienen en sus manos cítaras,
para acompañar el cántico nuevo que en seguida entonarán, y copas de oro llenas
de perfume (5,9). Estos perfumes simbolizan las oraciones de todos los fieles
de la Iglesia que aún viven en la tierra. Los Ancianos se muestran como
suplicantes intercesores.
Los ancianos y los
Vivientes cantan a Cristo redentor. Él ha rescatado con su sangre a toda la
humanidad, confiriendo a todos los salvados la dignidad de reyes y sacerdotes (5,10). Todos los cristianos han
comenzado ya a reinar espiritualmente desde que Cristo ha sido glorificado, y
son poderosos delante de Dios por su intercesión.
El cántico de los
Vivientes y de los ancianos es acompañado por el coro de ángeles, que aclaman y
confiesan al Cordero, inmolado por la salud de la humanidad, proclamándolo
digno de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (5,12).
Estos siete términos indican la plenitud de la dignidad y de la obra redentora
de Cristo. A la perfección de la obra divina, alcanzada por la redención, corresponde
la perfecta glorificación de aquel que la ha realizado.
0 comentarios:
Publicar un comentario