jueves, 6 de septiembre de 2012

EXIGENCIAS DE LA “PARTICIPACIÓN ACTIVA”


La participación es una exigencia de la naturaleza misma de la liturgia. Ésta consiste en estar presentes activamente en la acción mistérica de Cristo actuada en la celebración. La liturgia es el medio como se ejerce la obra de nuestra redención[1]. Cuando los files participan de la celebración están en situación de presencia en el acontecimiento histórico de la salvación y ejercen en Cristo, por Cristo y con Cristo siempre presente y siempre vivo, su sumo y único sacerdocio.




            El Concilio ofrece algunos criterios generales para facilitar la mejor participación de los ministros y de los fieles en la celebración.



            Los pastores de almas deben promover la participación activa con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Para esto los ministros se deben impregnar totalmente del espíritu y de la fuerza de la liturgia y llegar a ser maestros de la misma[2]. Los seminaristas y religiosos en formación deben adquirir una sólida formación litúrgica, que les permitan comprender los sagrados ritos y participar de ellos con toda el alma[3]. Los pastores de almas, deben estar continuamente actualizados,  porque es imposible esperar una plena y consciente participación de los fieles si ellos mismos no se hacen maestros de la participación.



            A los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, que ya trabajan en la viña del Señor, se les ha de ayudar con todos los medios apropiados a comprender cada vez más plenamente lo que realizan en las funciones sagradas, a vivir la vida litúrgica y comunicarla a los fieles a ellos encomendados[4].



Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo[5].



            Los fieles deben ser seguidos y formados según su edad, género de vida y grado de cultura religiosa, ayudándoles con todos los medios a comprender cada vez más plenamente aquello en lo que participan y a vivir la vida litúrgica, es decir, a expresar con la vida lo que celebran con la fe.



            Los ministros, lectores, guías y miembros del coro, deben ser educados con especial atención, cada uno según su propia condición, al espíritu litúrgico, y deben ser formados para seguir con orden las normas establecidos, en el ejercicio de su función[6].



            El concilio subraya que la liturgia no se agota sólo en la celebración, ya que se habla de una “vida litúrgica”[7]. El fiel debe expresar con la propia vida lo que se celebra con la fe. El fiel se alimenta de la liturgia y obtiene de ella la fuerza necesaria para dar testimonio en el mundo de la transformación que Dios produce en su alma, llevándolo a la santificación de todo su obrar. No existe autentica vida cristiana sin una vida litúrgica, de la cual recibimos las gracias para comunicar la caridad de Cristo. La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda fuerza[8].



            En relación a la reforma de los textos y ritos se dice que estos deben estar ordenados de modo tal que expresen claramente la santa realidad que significan y así el pueblo cristiano pueda fácilmente entender y participar a la celebración de forma plena, activa y comunitaria[9]. Se promueve la participación mediante un especial cuidado de las aclamaciones de los fieles, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos, las acciones, los gestos, silencios. Además se deben incluir en los libros litúrgicos las rubricas que contienen las partes de los fieles[10].



            Los principios que se dan para facilitar la participación son: la noble simplicidad en relación con los ritos, gestos, edificio de culto, libros, ornamentos litúrgicos, objetos litúrgicos; claridad y brevedad, para que la realidad que significan sean expresadas claramente, evitando las inútiles repeticiones[11]; comprensibilidad, en cuanto sea posible[12]; la dimensión comunitaria, porque la acción litúrgica es siempre una acción del Corpus totus[13]; mayor apertura de los tesoros de la Escritura en la celebración litúrgica[14]; conservar la tradición y abrirse a un legítimo progreso[15]; sustancial unidad, sin una rígida uniformidad. La unidad de la Iglesia no excluye las varias tradiciones, usos y expresiones,



dentro de los límites establecidos, en las ediciones típicas de los libros litúrgicos, sobre todo en lo tocante a la administración de los Sacramentos, de los sacramentales, procesiones, lengua litúrgica, música y arte sagrados, siempre de conformidad con las normas fundamentales contenidas en esta Constitución[16].

Tomás H. Jerez

                [1] Cf. SC 2.
                [2] Cf. SC 14.
                [3] Cf. SC 17.
                [4] Cf. SC 18.
                [5] SC 19.
                [6] Cf. SC 29.
                [7] Cf. SC 6.
                [8] Cf. SC 9.
                [9] Cf. SC 21.
                [10] Cf. SC 30-31.
                [11] Cf. SC 21.
                [12] Cf. SC 34.
                [13] Cf. SC 27.
                [14] Cf. SC 35, 51.
                [15] Cf. SC 23.
                [16] SC 39.

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