Todo el contenido de la Sacrosanctum Concilium está dirigido a hacer explicito el concepto
de participación activa en la liturgia. La constitución conciliar usa en 16
números el término participación, acompañándola con diversos adjetivos que
especifican su significado (11, 14, 17, 19, 21, 27, 30, 31, 41, 48, 50, 55, 79,
114, 121, 124). Los adjetivos que se utiliza más frecuente, con participación,
son “activa” (5 veces), Consciente (4 veces), fructuosa, plena, comunitaria,
pía, fácil. Todos estos adjetivos involucran las tres dimensiones de la persona
humana: acción (voluntad), conocimiento (inteligencia) y emotividad (pía,
fructuosa, plena).
El
aspecto cognoscitivo de la participación constituye una preocupación central de
la Sacrosanctum Concilium. La
participación consciente es una exigencia de la misma naturaleza de liturgia, y
a la cual tienen derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo
cristiano[1]. Los
textos y los ritos deben estar ordenados de modo tal que expresen con claridad
las cosas santas que significan y, en lo posible, que los fieles puedan
comprenderlas fácilmente[2]. Los padres
conciliares insisten sobre la necesidad de la comprensión correcta de los
contenidos de la celebración litúrgica. Por esto los clérigos, son los primeros
que «deben
adquirir una formación litúrgica de la vida espiritual, […] que les permita
comprender los sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma»[3], para que después, puedan transmitir esta experiencia a los fieles laicos.
La participación
consciente, no significa una comprensión integra del contenido de cada una de
la oraciones que forman parte de la liturgia, sino un esfuerzo de
interiorización de estas palabras, haciéndolas propias y dejando que ellas
penetren en lo profundo del ser cambiando la propia existencia e
involucrándonos vivamente en la celebración de los misterios de la salvación. Los
cristianos no deben participar a los misterios de la fe como extraños o mudos
espectadores. Los ritos y oraciones deben manifestar con claridad el sentido
propio de cada una de las partes y su mutua conexión, para que sea posible la
más fácil la piadosa y activa participación de los fieles[4].
La
participación consciente, relacionada con la dimensión cognoscitiva, está
íntimamente relacionada con la participación activa, porque una persona no
puede ser involucrada plenamente en el rito, sin un grado de comprensión de
aquello que en él sucede. La participación activa, no se resuelve con la sola
conciencia o conocimiento racional, en él entra en juego la acción litúrgica,
ya que el rito es sobre todo acción. El lenguaje litúrgico implica todo el
cuerpo. La participación activa es un cuerpo activo según las modalidades del
rito.
La
acción en contexto litúrgico no significa solamente aquellos que se hace
durante la celebración, sino en el dejarse mover por el rito. Se participa
padeciendo la acción. La participación activa es ser parte de la acción ritual
en la cual el hombre es pasivo porque se deja anticipar por el sacro, por
misterio, por Dios. Cristo es el sujeto principal de la liturgia y nos hace
partícipes de su obra[5].
Insistir
sobre el conocimiento y la acción, no debe llevarlos a considerar la esfera
emotiva como un aspecto meramente subjetivo, fruto de la experiencia religiosa
individual, porque en la liturgia es involucrada toda la personas, con todas su
dimensiones[6].
No es justo contraponer el rito a las emociones por el solo hecho que ellas
están relacionadas al aspecto subjetivo de la experiencia humana. El aspecto
objetivo implica el “estar de frente” a la realidad, mientras que la
participación implica el “estar dentro” la realidad que es típico del aspecto
subjetivo. El sentir emotivo de ser parte del misterio, no tiene menor valor
que el saber racional. El rito está formado por palabras, gestos, sonidos, silencios,
imágenes, espacios, aromas, contactos, relaciones, que ponen al sujeto en
dialogó con Dios, con los demás y consigo mismo, provocando la reacción de los
sentimientos, que los empujan a dejarse conducir hacia la intima experiencia
del misterio que se celebra.
Pío
XII en la Mediator Dei, cuando habla de la participación de los fieles en el
sacrificio Eucarístico dice:
Conviene […] que todos los fieles se den cuenta de que
su principal deber y su mayor dignidad consiste en la participación en el
sacrificio eucarístico; y eso, no con un espíritu pasivo y negligente,
discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan
activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote[7].
Los cristianos deben hacer propios aquellos sentimientos de Cristo, cuando
se ofrecía en sacrificio, suscitando el honor, la alabanza y la acción de
gracias. Pablo exhorta a la filipenses: «Habéis
de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en
el suyo» (2,5). Esto aplicando al rito es ofrecerse a
sí mismo, junto con Cristo, por Él y con Él. Los fieles uniéndose a las palabras del sacerdote que
celebra oran junto con él, con los mismos sentimientos de la Iglesia[8].
Tomás H. Jerez
[5]
En la liturgia actúa el «Cristo total»,
Cabeza y Cuerpo. En cuanto sumo Sacerdote, Él celebra la liturgia con su
Cuerpo, que es la Iglesia del cielo y de la tierra. La liturgia del cielo la
celebran los ángeles, los santos de la Antigua y de la Nueva Alianza, en
particular la Madre de Dios, los Apóstoles, los mártires y «una muchedumbre
inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas» (Ap
7, 9). Cuando celebramos en los sacramentos el misterio de la salvación,
participamos de esta liturgia eterna (Catecismo
de la Iglesia Católica, Compendio, 233-234).
[6] Tan lejos está la sagrada liturgia de reprimir los íntimos sentimientos de
cada uno de los cristianos, que más bien los enfervoriza y estimula a que se
asemejen a Jesucristo y a que por El se encaminen al Eterno Padre: por lo cual
ella misma quiere que todo el que hubiere participado de la hostia santa del
altar, rinda a Dios las debidas gracias. Pues a nuestro divino Redentor le
agrada oír nuestras súplicas, hablar con nosotros de corazón a corazón y
ofrecernos un refugio en el suyo ardiente (MD
155).
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