El adjetivo “activa” es usado por primer para vez por
el Magisterio en el motu proprio Tra le
sollecitudini (1903), de Pio X. Para el Papa la liturgia es el lugar
privilegiado donde florece y se mantiene el espíritu cristiano. La
participación activa a los sagrados misterios y a la oración solemne de la
Iglesia es la fuente donde los files beben y se alimentan de este espíritu
cristiano[1].Pio X
no se limitó a la enunciación del principio, sino que lo llevó a la práctica
promoviendo la comunión frecuente, la participación de los niños a la
eucaristía y permitió al acceso al rezo de la liturgia de las horas a los
laicos, reduciendo el número de los salmos.
En
los años 1915 y 1921, bajo el pontificado de Benedicto XV, son enviadas desde
la Secretaria de Estado dos cartas que hablan de la participación en la
liturgia. La primer carta el Card. Gaspari, Secretario de Estado, la dirige al
abad de Montserrat, en ocasión del Congreso Litúrgico, intitulándola: “Fidelium activa participatio liturgiae”.
Exhorta a difundir entre los fieles el conocimiento exacto de la liturgia,
suscitando el gusto sacro por las formulas, ritos, cantos, con los cuales dan
culto a Dios. La participación activa debe llevar a los fieles a unirse al
Sacerdote acerarse a la Iglesia, nutrirse de piedad, encender la fe y
mejorarles la vida[2].
La segunda carta es dirigida al cav. Marietti, en ocasión de la parvus Missale Romanum, latine et italice,
en esta se habla de la participación del pueblo en el Sacrificio Eucarístico[3].
Pio
XI hará mención de la expresión “participación activa” en su Constitución
Apostólica Divini cultus (1928): «Quo
autem actuosius fideles divinum cultum participent cantus gregorianus, in iis
quae ad populum spectant, in usum populi restituatur»[4].
La
Encíclica Mediator Dei (1947) de Pio
XII, habla explícitamente de la “participación activa”, aun cuando en las 13
menciones que se hace de la participación, nunca la acompañada del adjetivo
“activa”. El Papa dice que la participación debe ser sobretodo interna, ejercitada
con pía atención de ánimo, con íntimo afecto del corazón, de un modo tan intenso y tan activo que, sacerdote y asamblea, se unan íntimamente al sumo
sacerdote y con él y por él ofrezcan el sacrificio, sacrificándose con Él[5]. La
participación interna es acompañada de acciones externas, como las diversas
posturas del cuerpo, las respuestas a
las oraciones de ministro, el canto, etc. La liturgia es el culto del Corpus totus, del entero cuerpo de
Cristo, cabeza y miembros. Los fieles participan activamente cuando ofrecen con
el sacerdote que preside el sacrificio y en cuanto deben ofrecerse a sí mismos
como víctimas, como enseña Inocencio III: «No sólo ofrecen el sacrificio
los sacerdotes, sino también todos los fieles; pues lo que se realiza
especialmente por el ministerio de los sacerdotes, se obra universalmente por
el voto o deseo de los fieles[6]».
La participación
externa juntamente con la interna constituyen la participación activa[7], que es perfecta cuando es
unida a la participación sacramental.
Pío
XII favorece la participación con la reforma de la vigilia pascual, y de toda
la semana santa, modificando el ayuno eucarístico y dando lugar a la misa
vespertina, y promovió el canto de los fieles en la liturgia.
La introducción
del concepto “participación activa” en ámbito Magisterial, fue acompañado por
numerosas iniciativas del movimiento litúrgico. Lambert Beuduin hace propia las
palabras de Pío X, de la introducción a Inter
Sollicitudines. La participación de los fieles a los sagrados misterios y a
la oración pública de la Iglesia constituyen la fuente primaria e indispensable
de donde ellos pueden beber el auténtico espíritu cristiano. La “participación
activa” es el slogan del movimiento litúrgico. Lambert propone como
aplicaciones: la
devoción; la liturgia como inspiración de la piedad y la vida cristiana;
Difusión de la traducción del misal, para que las oraciones de los fieles
fuesen las oraciones litúrgicas, que son más objetivas; Dejar de hacer novenas
en misa y llenar ese "vacío" con la misa misma; Recuperar en el hogar
las vísperas, la bendición de la mesa y oraciones en los tiempos litúrgicos, es
decir, hacer que el espíritu litúrgico penetre en las manifestaciones religiosas
del pueblo cristiano; promocionar el canto gregoriano, según las orientaciones
de Pío X.
Fueron también promotores del movimiento: Dom Guéranger, Dom Columba Marmion,
Cardenal Gomá, Dom Odo Casel, Pío Parsch, Cardenal Schuster, Dom Casimiro
Sánchez Aliseda, Dom Bernard Capelle, Dom Manuel Caronti, Dom Benito Baur, Dom
Santiago Alameda, Don José Pío Gurruchaga, Romano Guardini, Mario Righetti, Dom
Francisco Vandenbroucke, Dom Germán Prado, Cardenal Lercaro, Padre Brasó, Dom
Justo Pérez de Urbel, Dom Andrés Azcárate, Dom Salvador Marsili, Claude
Jean-Nesmy, Dom Cirpiano Vagaggini, Aimé Georges Martimort y Divo Barsotti[8].
¿Qué promovía el movimiento litúrgico? Unir la vida
espiritual a la vida litúrgica; pasar de una ejecución mecánica del rito a una
redescubrimiento de su significado; volver a las fuentes de la liturgia, introducir el uso de la lengua
vulgar; recuperar la concelebración; afirmar el concepto del sacerdocio común
de los fieles. La investigación histórica fue
acompañada del estudio teológico. Se investigaron los orígenes del culto
cristiano, la historia de la misa y del breviario, los textos antiguos, las
oraciones de la misa, etc. Se hizo la primera edición crítica de la Tradición
Apostólica de Hipólito y del canon de la misa. El estudio teológico comprendía
la espiritualidad y la pastoral de la liturgia.
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