Los vasos sagrados, que están
destinados a recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, se deben fabricar,
estrictamente, conforme a las normas de la tradición y de los libros
litúrgicos.[205] Las Conferencias de Obispos tienen la facultad de decidir, con la
aprobación de la Sede Apostólica, si es oportuno que los vasos sagrados también
sean elaborados con otros materiales sólidos. Sin embargo, se requiere
estrictamente que este material, según la común estimación de cada región, sea
verdaderamente noble, de manera que con su uso se tribute honor al Señor y se
evite absolutamente el peligro de debilitar, a los ojos de los fieles, la
doctrina de la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas. Por lo
tanto, se reprueba cualquier uso por el que son utilizados para la celebración
de la Misa vasos comunes o de escaso valor, en lo que se refiere a la calidad,
o carentes de todo valor artístico, o simples cestos, u otros vasos de cristal,
arcilla, creta y otros materiales, que se rompen fácilmente. Esto vale también
de los metales y otros materiales, que se corrompen fácilmente.
Los vasos sagrados, antes de
ser utilizados, son bendecidos por el sacerdote con el rito que se prescribe en
los libros litúrgicos. Es laudable que la bendición sea impartida por el Obispo
diocesano, que juzgará si los vasos son idóneos para el uso al cual están
destinados.
El sacerdote, vuelto al altar
después de la distribución de la Comunión, de pie junto al altar o en la
credencia, purifica la patena o la píxide sobre el cáliz; después purifica el
cáliz, como prescribe el Misal, y seca el cáliz con el purificador. Cuando está
presente el diácono, este regresa al altar con el sacerdote y purifica los
vasos. También se permite dejar los vasos para purificar, sobre todo si son
muchos, sobre el corporal y oportunamente cubiertos, en el altar o en la
credencia, de forma que sean purificados por el sacerdote o el diácono,
inmediatamente después de la Misa, una vez despedido el pueblo. Del mismo modo,
el acólito debidamente instituido ayuda al sacerdote o al diácono en la
purificación y arreglo de los vasos sagrados, ya sea en el altar, ya sea en la
credencia. Ausente el diácono, el acólito litúrgicamente instituido lleva los
vasos sagrados a la credencia, donde los purifica, seca y arregla, de la forma
acostumbrada.
Cuiden los pastores que los
paños de la sagrada mesa, especialmente los que reciben las sagradas especies,
se conserven siempre limpios y se laven con frecuencia, conforme a la costumbre
tradicional. Es laudable que se haga de esta manera: que el agua del primer
lavado, hecho a mano, se vierta en un recipiente apropiado de la iglesia o
sobre la tierra, en un lugar adecuado. Después de esto, se puede lavar nuevamente
del modo acostumbrado.
REDEMPTIONIS
SACRAMENTUM
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