La LH es la única oración que tiene un
equivalente, sustancialmente semejante, en todas las confesiones cristianas.
Todas las iglesias orientales tienen su oficio divino, con denominaciones y
estructuras propias ciertamente, pero organizado casi siempre con la salmodia, los
textos bíblicos, oraciones tradicionales y, sobre todo, siguiendo el carácter horario
de santificación de las horas. Los hermanos separados de Occidente, aun no
aceptando toda la doctrina sobre la eucaristía, los sacramentos y los
sacramentales de la iglesia romana y rechazando en general gran parte de sus
ejercicios piadosos, tienen un oficio divino vinculado en diferente medida al
oficio divino de la tradición antigua común. Según esto, en el plano de la
alabanza eclesial a Dios se encuentra cierta unidad, nunca rota, que es obra
del Espíritu Santo, principio unificante (LG 7; 13).
Esta función aglutinante es todavía más íntima y
profunda porque el Espíritu Santo es el mismo principio dinámico que vivifica
toda oración (OGLH 8), pero particularmente la del oficio divino
celebrado en las diferentes comunidades divididas. Las reúne a todas, incluso a
las que no tienen la eucaristía y la totalidad de los sacramentos, en una
comunión de oración y de beneficios espirituales (cf LG 15). Es sobre
todo en el oficio divino, después de la eucaristía, donde el Espíritu Santo
hace madurar en la súplica a Dios la consecución de la fusión perfecta de todos
en el único cuerpo de Cristo.
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