La comunidad apostólica observaba el uso nacional de
los hebreos de la triple oración: por la mañana, a mediodía y por la tarde.
Pero no se desconocía la oración nocturna (Le 6,12; He 16,25). A partir del s. IV
se difundió mucho la costumbre de los cinco tiempos, recordada ya por
Tertuliano y por otros: laudes, tercia, sexta, nona, vísperas. Sin
embargo, algunos ambientes añadieron otros dos: prima, señalada para
Belén y otros lugares por Casiano, y completas, de las que
habla el mismo Casiano y antes todavía san Basilio. Es frecuente también
un tiempo estrictamente nocturno, colocado y configurado de forma
diferente.
En la multiplicidad de esquemas, entre los que algunos alcanzaban extremos de doce tiempos de oración e incluso más, y otros que se limitaban sólo a la mañana y la tarde, se hizo común el de ocho tiempos, correspondientes a los siguientes oficios: nocturnos, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, aunque las fuentes siguen hablando a veces de siete horas, en atención al Sal 118,164: "Siete veces al día te celebro". Por respeto a este número simbólico, algunos no hacían entrar en la cuenta los nocturnos, como san Benito (Reg. 16), o consideraban una las dos horas de nocturnos y laudes, por ejemplo Casiano.
Uno de los vehículos más determinantes para la
divulgación del sistema octonario en Occidente fue la Regla de san
Benito, que recibió amplia difusión a partir del s. VIII. El número permaneció
en el oficio romano hasta el Vat. II, que suprimió la hora de prima.
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