jueves, 1 de marzo de 2012

EL ESPACIO ARQUITECTÓNICO PARA LA ASAMBLEA LITÚRGICA

Iglesia, compuesta de personas, no es ante todo una estructura, sino fundamentalmente comunión, comunidad. Hacer posible la participación significa, en primer lugar, eliminar los obstáculos que pudieran impedir la libre acción de la comunidad: ésta debe poderse ver, sentir, cantar juntos.
La liturgia es acción que debe hacerse posible. La distinción o diferencia ministerial impone aquí la necesidad de distinguir el área presbiterial y la del aula, que no es, sin embargo, una separación: la presidencia de la asamblea lo es para nosotros y con nosotros. Dentro del aula tienen su lugar específico los centros ministeriales para la eucaristía, para la iniciación cristiana, para la reconciliación y el lugar de la presencia eucarística. La copresencia de todos ellos, por otra parte significativa, impone una articulación que, según los diversos momentos de la celebración, llegue a establecer el centro de referencia como polo privilegiado. La luz, la forma, el espacio arquitectónico; todo debe dar una respuesta adecuada.

ORIENTACIONES PARA LA PRAXIS – ARQUITECTURA SACRA

El problema de una interpretación crítica y bien orientada de las obras de arquitectura religiosa, realizadas o sin realizar, se nos plantea desde la exigencia misma de encontrar posturas comunes que, dentro de situaciones diversas, puedan llevar a reconstruir no ya una imagen formal única, sino una modalidad de la unidad de la iglesia visible.
UNIDAD EN LA DIVERSIDAD.
No conviene, pues, sugerir un único modelo de iglesia (edificio arquitectónico) como signo de la unidad de los cristianos, confundiendo así la unidad en espíritu y verdad con la uniformidad de las tipologías y de la forma arquitectónica. La arquitectura se expresará como servicio a la iglesia sólo cuando se transforme en edilicia eclesial en el sentido ya varias veces invocado. Las invariables que vamos a señalar se traen como orientación para una definición siempre local del edificio sagrado, por lo que deben interpretarse dentro de unos contextos urbanos bien determinados.


miércoles, 29 de febrero de 2012

LA "DOMUS ECCLESIAE"

La domus ecclesiae indicaba un conjunto de locales diversos para los servicios de la comunidad, que comprendían, en el corazón mismo de la domus, la sala para la celebración de la liturgia. Si se adopta nuevamente esta expresión, no es por una manía arqueologizante o de retorno a los orígenes, sino por descubrir explícitos en ella, dentro de su dinámica de organización, los tres grandes aspectos de la iglesia: el profético, el litúrgico y el caritativo. Evidentemente, ha de ser la pastoral la que indique, con participación de la comunidad, la exigencia, la dimensión, la utilidad y el radio de influencia de tales estructuras. El edificio-iglesia, por consiguiente, está pensado como una pequeña ciudad dentro de la ciudad, como una realización de la Jerusalén terrena, anticipación de la nueva Jerusalén.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas

lunes, 27 de febrero de 2012

CEMENTERIO - CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

Donde sea posible, la Iglesia debe tener cementerios propios, o al menos un espacio en los cementerios civiles bendecido debidamente, destinado a la sepultura de los fieles. Si esto no es posible, ha de bendecirse individualmente cada sepultura.
Las parroquias y los institutos religiosos pueden tener cementerio propio. También otras personas jurídicas o familias pueden tener su propio cementerio o panteón, que se bendecirá a juicio del Ordinario del lugar.
No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a los Cardenales o a los Obispos diocesanos, incluso «eméritos».
Deben establecerse por el derecho particular las normas oportunas sobre el funcionamiento de los cementerios, especialmente para proteger y resaltar su carácter sagrado.
CDC (1240-1243)

EL SIGNO EN LA CIUDAD


En el indiferenciado y caótico tejido del actual contexto urbano sería fundamental hallar un lugar más reconocible donde pudiera el espíritu humano encontrarse con Cristo en la liturgia. Tal lugar habrá de ser un espacio urbano destinado al encuentro con el Señor y en el que se agrupen los seres humanos en torno a la única mesa y la única palabra; habrá de ser sobre todo reconocible como lugar santo; no sólo por el hecho de celebrarse en él el santo sacrificio, sino también en virtud de la santidad de quienes allí se congregan. Deberá ser un espacio acogedor y accesible, donde pueda el hombre encontrarse consigo mismo y encontrar al Otro en una dimensión de diálogo, de amistad y de oración y que estimule, por otra parte, la realización de la solidaridad humana.

domingo, 26 de febrero de 2012

LA RELACIÓN COMITENTE-ARQUITECTO ARTISTA


Se hace necesaria una consiguiente especificación. Entre las dos posturas extremas: dejar al técnico artista toda decisión o predeterminar por parte de las comisiones eclesiásticas competentes los modelos unívocos, se ve la conveniencia de reconsiderar juntos, comunidad local y artistas —como momento de madurez de la comunidad y de concienciación del artista—, la doctrina teológica sobre la iglesia; con lo que se consigue la individuación no de espacios ni de formas, sino de contenidos, de significados de las presencias y de las específicas exigencias locales que puedan constituir la base del programa edilicio a cuya realización concurren de igual manera la intuición, la creatividad, la sensibilidad del artista —correlativas a los vínculos internos y externos del programa mismo— dentro de un proceso unitario formativo de la obra. La comunidad local, las comisiones diocesanas y la central sobre el arte sacro podrán después comprobar, dentro de esa correcta relación, la pertinencia y la calidad de la respuesta artística.

sábado, 25 de febrero de 2012

LOS ALTARES

El altar, o mesa sobre la que se celebra el Sacrificio eucarístico, se llama fijo si se construye formando una sola pieza con el suelo, de manera que no pueda moverse; y móvil, si puede trasladarse de lugar. Conviene que en todas las iglesias haya un altar fijo; y en los demás lugares destinados a celebraciones sagradas, el altar puede ser fijo o móvil.
Según la práctica tradicional de la Iglesia, la mesa del altar fijo ha de ser de piedra, y además de un solo bloque de piedra natural; sin embargo, a juicio de la Conferencia Episcopal, puede emplearse otra materia digna y sólida; las columnas o la base pueden ser de cualquier material. El altar móvil puede ser de cualquier materia sólida, que esté en consonancia con el uso litúrgico.