miércoles, 15 de mayo de 2013

CÁNTICOS DE LITURGIA DE LAS HORAS DEL APOCALIPSIS DE SAN JUAN

Introducción.
El libro del apocalipsis surge en el ambiente litúrgico de la comunidad cristiana primitiva. Por el contenido del mensaje y la estructura del texto deducimos que era destinado a una asamblea litúrgica reunida en torno a la Palabra: «beato aquel que lee y aquellos que escuchan» (1,1-3). Es constante la referencia a esta asamblea orante en su doble rol de intérprete de la palabra que le es dirigida y en el rol de transmisora del mensaje.
El ambiente litúrgico, característico del libro, es descripto por medio de relatos, visiones, y objetos típicos que forman parte del culto judío y cristiano, como son las copas, trompetas, coros, etc.
El apocalipsis habla de una liturgia cósmica, que involucra a todas el universo, nos sitúa en la dimensión sobrenatural, fuera del tiempo, donde el pasado, el presente y el futuro se unen para formar una única realidad eterna. En ella la Iglesia peregrinante, purgante y triunfante manifiesta su  plena comunión.
El apocalipsis nos enseña que es la adoración la actitud que corresponde a la asamblea litúrgica de frente al misterio de Dios. La adoración nace del reconocimiento de la infinita trascendencia de Dios y del reconocimiento de la propia pequeñez de frente a Dios. La adoración tiene una doble dimensión, por un lado requiere la sumisión de la creatura que se reconoce pequeña de frente a Dios y por otra parte expresa el deseo de establecer una relación intima con Dios. La adoración sincera dice: «yo deseo que sólo Tú seas exaltado, que sólo Tú seas glorificado».
La centralidad del tema de la adoración es manifestada por la insistencia en el uso del término en varios pasajes del texto. Es usado 24 veces en el Apocalipsis y 60 veces en todo el NT.
El vocablo adoración en nuestro idioma moderno significa reverencia con mucho honor o respeto a un ser; reconocer o tribuir valor a una persona. La postración, gesto físico de la adoración, nos habla de sumisión hacia Aquel a quien se adora.
Esta adoración no es posible sin la intervención del Espíritu. La referencia al Espíritu, en el Apocalipsis, lo encontramos con una impostación original. Juan dice dos veces: «Devenir en el Espíritu» (1,10; 4,2), indicando un contacto particular con el Espíritu Santo, que provoca en él un devenir, una transformación. Es el Espíritu que hace revivir en la asamblea litúrgica el mensaje de Cristo, llevando a una relectura y un discernimiento de la historia. Así la asamblea mantendrá la palabra escuchada, elaborando, profundizando, gustando el material profético vinculado por el Espíritu. Bajo la guía del Espíritu, identificará las pistas aplicativas donde colocar después su empeño operativo.
Todos estos elementos hacen del Apocalipsis un libro particularmente apto, sobre todo en algunos textos particulares, para la oración pública o privada. La Liturgia de la Horas propone para la oración pública de la Iglesia algunos versículos del Apocalipsis en los que resuenan las alabanzas de la Iglesia en oración, evocando con inspiración poética los misterios realizados para la salvación del hombre en la hora vespertina, en particular, el sacrificio consumado por Cristo en la cruz.
Cuando la Iglesia ora y canta, con estos himnos, se alimenta la fe de cuantos participan, y las mentes se dirigen a Dios presentándole una ofrenda espiritual y recibiendo de él su gracia con mayor abundancia.
El libro del Apocalipsis logra evidenciar la estrecha unión que se da entre nosotros y la Iglesia celestial que se lleva a cabo cuando celebramos juntos, con fraterna alegría, la alabanza de la divina majestad, y todos los redimidos por la sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación, congregados en una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios uno y trino.
En las Vísperas, de la Liturgia de las Horas, después del rezo de los dos primeros salmos, se recita un cántico del nuevo Testamento, cuatro de estos cánticos proviene del Apocalipsis. Los comentamos brevemente a continuación, usando como referencia las catequesis de Juan Pablo II.

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