En este día, como dice el Missale Romanum, la iglesia conmemora a Cristo, el Señor, que entra en Jerusalén para llevar a cumplimiento su misterio pascual. En todas las misas se debe hacer memoria de esta entrada del Señor: con la procesión solemne (forma I); con la entrada solemne (forma II) antes de la misa principal; o bien con la entrada simple (forma III) antes de las otras misas.
La entrada solemne, aunque sin procesión, puede ser
repetida antes de otras misas que tengan gran número de fieles.
Desde el punto de vista pastoral, hay que saber
encontrar los modos más adecuados para dar realce de fe al reconocimiento
mesiánico de Cristo en el hoy de la vida de la iglesia y del mundo por parte de
nuestras asambleas. Por eso la celebración de la entrada de Jesús debe valorar
no tanto los ramos de olivo cuanto sobre todo el misterio expresado a
través de la procesión, que proclama la realeza mesiánica de Cristo.
La liturgia de la palabra y la liturgia eucarística
son una celebración de la pasión del Señor. En efecto, éste es el único domingo
del año en que se celebra el misterio de la muerte del Señor con
la proclamación del relato de la pasión. Este hecho no carece de significado
teológico, ya puesto de relieve por los evangelistas: Jesús se dirige a la ciudad
santa y entra en ella triunfalmente, pero para consumar su pascua de muerte y
resurrección.
De A. Bergamini
Nuevo Diccionario de
Liturgia – Ediciones Paulinas
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