La atención del lector se centrará ahora en la
relación que se establece entre espacio arquitectónico y acción litúrgica.
Precisemos inmediatamente cómo la primera aportación concreta de la
arquitectura puede y debe ser el eliminar el mayor número de obstáculos
técnicos y de formas que dificulten un armónico desarrollo de los ritos, desde
las celebraciones litúrgicas y paralitúrgicas hasta las formas de piedad
privada y comunitaria.
Consiguientemente, la adecuación tipológica de la arquitectura religiosa es posible en la medida en que se analicen los significados y las exigencias de la acción litúrgica, en estrecha relación con la comunidad jerárquicamente ordenada que celebra. La conciencia del significado (y, por tanto, no sólo de las exigencias funcionales) es necesaria para explicitar y reconocer los valores relaciónales que se establecen cada vez que una presencia material, por su inamovilidad, constituye un signo perceptible. Por lo mismo, la funcionalidad litúrgica, entendida como conjunto de relaciones significativas entre los elementos materiales humanos y divinos que forman el edificio-iglesia, dimana de la eclesiología como doctrina teológica sobre la iglesia. Si la relación de comunicación constituye una señal significante, esta última no es a su vez sino el resultado de una compleja intuición de carácter arquitectónico-artístico, cuyo éxito solamente puede comprobarse en la elaboración de cada obra según las específicas cualidades que la caracterizan.
Sería, pues, nuevamente limitante pretender enmarañar
con normas concretas o con modelos uniformes las orientaciones nacidas del
análisis de los significados y exigencias de la acción litúrgica, ya que la instrumentación
formal que utiliza el realizador arquitectónico posee sus peculiares
características. Es fácil demostrar, por ejemplo, cómo la presencia eucarística
(el sagrario) situada fuera del altar mayor puede circunstancialmente
relacionarse, en términos de significado, con un objeto secundario al no
coincidir con el centro ideal del presbiterio; pero, a la inversa, el sagrario,
aun situado fuera del altar —si bien en una singular condición espacial entendida
como un conjunto homogéneo de formas y de luces—, puede también constituir, si
tal es el fin, el centro principal de referencia cuando no hay celebración.
La casi ilimitada potencialidad concedida al artífice
formal para asignar valores y significados a las distintas partes por medio de
relaciones espaciales específicas —en el uso de materiales, en la forma, en la
dimensión y en la iluminación— tan sólo exige del comitente la individuación
del contenido, que no, ciertamente, la prefiguración de soluciones
arquitectónicas.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
0 comentarios:
Publicar un comentario