Es un período complejo, de situaciones ampliamente contradictorias y, al mismo tiempo, rico en nuevos fermentos: industrialización, desarrollo de la técnica y de las ciencias naturales, junto al indiferentismo, anticlericalismo, liberalismo, democracia, socialismo utópico y socialismo marxista, ateísmo, materialismo.
La participación en la celebración litúrgica, reducida
a una obligatoria presencia pasiva, llega en gran parte a traspasarse al
ejercicio de prácticas lato sensu religiosas, que parcializan el
misterio de la salvación, a pesar del testimonio contrario de grandes santos.
Dentro de tales dificultades va, sin embargo,
madurando un nuevo interés por la liturgia, y a finales del s. XIX asistimos a
un florecimiento de estudios teológicos. Por otro lado, las iniciativas y las
medidas restrictivas de la jerarquía tratan de defender y hasta de reforzar las
murallas del ghetto católico con miras a una reconquista cristiana
de la sociedad moderna; pretenden guiar y limitar la investigación artística,
prefiriendo en el campo arquitectónico, explícita o indirectamente, el período
gótico y el barroco.
La apelación, recogida por el código de derecho
canónico (1917), a la tradición cristiana y eclesiástica, al ecclesiae
sensus, refiriendo ahora tales términos a la tradición del arte sacro
europeo, lleva, a comienzos del siglo, a la construcción de iglesias barrocas
en California y de edificios góticos en Tokyo.
Tal constante tendencia, aunque con diversos acentos,
abre un foso entre la cultura arquitectónica, expresión de un mundo en gran parte
rechazado, y la iglesia, cada vez más preocupada por su denuncia de errores y
desviaciones el resultado de tal tendencia puede comprobarse por las
desafortunadas y desfasadas realizaciones de arquitectura religiosa de la época,
que, salvo raras excepciones, modernizando solamente la tecnología de
implantaciones formales anteriores acríticamente asumidas, provocan el
desinterés de los realizadores más cualificados.
Finalmente, con el avance del movimiento litúrgico y
la publicación de la encíclica Mediator Dei (20 de noviembre de 1947),
Pío XII llega a afirmar que "no deben repudiarse generalmente, en virtud de
una toma de partido, las formas y las imágenes de hoy, pero sí es absolutamente
necesario dejar campo libre al arte moderno, cuando sirva con la debida
reverencia y el honor debido a los edificios sacros y a los ritos
sagrados". En lugar del ascetismo y de las temibles censuras que todavía
persistían, Juan XXIII abre la iglesia a la esperanza, demuestra aceptar el
diálogo y la mentalidad experimental del mundo moderno. Llegamos nuevamente —como
final de un ciclo, podemos decir— a hablar de domus ecclesiae en un
sentido análogo al utilizado en los primeros siglos: "Introducid en las
iglesias —dice, en efecto, Juan XXIII a los arquitectos franceses— la
sencillez, la serenidad y el calor de vuestras casas".
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas
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