martes, 15 de noviembre de 2011

POSTURAS Y GESTOS


1. Introducción
1. ¿Por qué razón son necesarios los gestos y actitudes corporales en la oración litúrgica? Por la naturaleza del hombre: por lo que es individualmente, y por lo que es colectivamente.
El hombre es alma y cuerpo, y si bien hay una supremacía del alma sobre el cuerpo -por el ser el alma espiritual-, no puede prescindir del cuerpo. Ambos elementos constituyen el ser humano, y hacen a la perfección del mismo. Por eso resucitaremos, es decir, volveremos a tomar nuestros cuerpos, sea para gozar eternamente en el Cielo, sea para sufrir eternamente en el Infierno. El alma no se santifica sino a través y en un cuerpo; recibe los efectos espirituales de los sacramentos a través de la materia (la que constituye el sacramento; la que conforma el cuerpo).

"En el hombre lo material y lo espiritual no están yuxtapuestos, sino unidos, y esta unión no es composición de dos cosas distintas, sino correlación interna de dos elementos de un mismo y único ser; esta unión es propiamente una unidad, y una unidad substancial; por eso un culto puramente espiritual no sólo no sería humano y debería rechazarse, sino que es sencillamente imposible" (Dom Capelle)

2. Por otro lado, el hombre es un ser social, y más aun, el cristiano pertenece a una sociedad sobrenatural, la Iglesia católica. Ahora bien, para manifestar los estados interiores del alma, los sentimientos del corazón, es necesario que ellos se hagan visibles a través de los gestos y actitudes. Pero en la liturgia no se trata de exteriorizar mis estados emocionales, mi devoción personal, sino de algo objetivo: la devoción de la Iglesia, maestra consumada de espiritualidad; la primera escuela de oración es la liturgia. Ella nos lleva de la mano al espíritu de adoración, de acción de gracias, de compunción, etc.
"La religión tiene actos interiores, que son como principales y pertenecen por sí mismos a esta virtud, y tiene actos exteriores que son como secundarios y ordenados a los interiores". (S.T., II-II, q.81, a.7)

2. De pie y con los brazos extendidos
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1. Ya rezaban así los egipcios, los griegos, los romanos y los judíos, aunque con pequeñas diferencias: más o menos abiertos los brazos; más o menos extendidos; las palmas en general mirando al cielo.
Ex.9, 29: "Respondióle Moisés: 'Cuando salga de la ciudad extenderé mis manos hacia Yahvé, y cesarán los truenos, y no habrá más granizo, para que sepas que la tierra es de Yahvé"
Isaías 1, 15: "Cuando extendéis vuestras manos, cierro ante vosotros mis ojos, y cuando multiplicáis las oraciones, no escucho; vuestras manos están manchadas de sangre"
Sal. 27, 2: "Escucha la voz de mi súplica cuando clamo a Ti, mientras levanto mis manos hacia el interior de tu Santuario"
Sal. 62, 5: "Así te bendeciré toda mi vida y hacia tu nombre levantaré mis manos"
Sal.140, 2: "Como el incienso, suba hacia Ti mi oración; sea la elevación de mis manos el sacrificio vespertino" [1]
Mt. 6, 5: "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que gustan orar de pie en las sinagogas..."
Mc.11, 25: "Y cuando os ponéis de pie para orar, perdonad lo que podáis tener contra alguien..."
Lc. 18, 11: "El fariseo, erguido, oraba en su corazón de esta manera: 'Oh Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres...'"

2. El sacerdote siempre ha dicho la oración de pie, con los brazos extendidos y levantados, como intercesor, al igual que Moisés.[2] El estar de pie es la actitud propia del sacrificador. "Sacerdos non sedet sed stat; stare enim signum est actionis liturgicae" [3]
Hasta la Edad Media se le exigía que mirase al oriente.[4]
Algunos sacerdotes exageraban el gesto, por lo que se les pedía moderación. "No nos contentamos con levantar nuestras manos como los paganos, sino que las extendemos en memoria de la pasión del Señor...No elevamos las manos con ostentación (como los paganos), sino con moderación" (Tertuliano, De Orat., c.14)[5]
Por eso en el misal anterior al de Juan XXIII se prescribía el que las manos no sobrepasasen ni la altura, ni la anchura de los hombros.[6]
Por los gestos del sacerdote se pone de manifiesto el origen de las oraciones de la Misa:
- antiguas, romanas: brazos separados: Colecta, Secreta, Postcomunión; Prefacio, Canon y Pater;
-      galicanas: manos juntas (origen germánico; más bien carácter privado: oraciones antes de la comunión del sacerdote)

3. También los laicos extendían sus brazos y miraban al oriente. Así lo inculcaba san Pablo a los fieles: "Deseo, pues, que los varones oren en todo lugar, alzando manos santas sin ira ni disensión" (I Tim. 2, 8). Y lo mismo enseñaron los Padres de la Iglesia:
San Máximo de Turín: "El hombre no tiene más que levantar las manos para hacer de su cuerpo la figura de la cruz; he aquí por qué se nos ha enseñado a extender los brazos cuando oramos, para proclamar con este gesto la pasión del Señor" (Hom.2 de Cruce Domini, PL 57, 342)
San Ambrosio: "Debes in oratione tua crucem Domini demonstrare" (De sacram., VI, 4)[7]
Se le preguntó a San Macario: "¿Cómo debemos orar?" Y respondió: "No es necesario usar muchas palabras, basta tener las manos elevadas".
El concilio de Nicea prescribió esta forma de orar en el canon 20.
Es harto conocida la imagen del "orante" de las pinturas catacumbales.[8]

4. "Análoga disciplina se encuentra en las Reglas monásticas más antiguas del Oriente y del Occidente, según las cuales los monjes, durante la salmodia, debían estar en pie: 'Sic stemus ad psallendum, ut mens nostra concordet voci nostrae' (c.19), dice San Benito. La postura se hacía menos gravosa apoyándose en soportes en forma de tau o en forma de brazuelos ('cambutae'), que muchas veces se unía a los bancos del coro. La disciplina se conservó con alguna resistencia hasta el s.XI; en esta época comenzó por primera vez a mitigarse, aplicando a los sitiales del coro unos apéndices (llamados 'misericordia') sobre los que se apoyaba la persona sin estar propiamente sentada, hasta que entró la costumbre de sentarse sin más. Los asistentes al coro se levantaban, como constata el concilio de Basilea (1431, 39) solamente al Gloria Patri; pero la antigua severidad se conserva en diversas familias religiosas masculinas y femeninas" (Righ. t.I, p.339-40)

Simbolismo. Ya desde la antigüedad se relacionaba esta postura con Cristo crucificado.[9]
"El hombre está hecho según el modelo de la cruz" (Santo Cura de Ars)
Santo Tomás dice respecto a este gesto: "Gesticulationes non sunt ridiculosae; fiunt enim ad aliquid representandum. Quod enim sacerdos brachia extendit post consecrationem, significat extensionem brachiorum Christi in cruce. Levat etiam manus orando, ad designandum quod oratio eius dirigitur por populo ad Deum".

La plana extensión de los brazos, en forma de cruz, se prescribía en algunos misales antes del de San Pío V, para el "Unde et memores", regla que mantuvieron los dominicos. Más aún, los cartujos para todo el Canon.

El estar de pie

1. La posición recta del hombre es signo de su dignidad dentro del universo material. Dice Santo Tomás que el hombre "se halla dispuesto del modo más perfecto, dada la disposición del universo, porque con su estatura recta la parte superior, o sea, la cabeza, está en dirección a las regiones superiores del mundo, y su parte inferior hacia la inferior del mismo".
El tener el rostro en alto es también propio de su naturaleza racional "porque los sentidos han sido dados al hombre, no solamente para procurarse las cosas necesarias a la vida, como los demás animales, sino también para conocer. Por esto mismo, al paso que los otros animales no encuentran goces en las cosas sensibles sino en orden a su alimentación y reproducción, sólo el hombre es deleita a la vista de las bellezas de los objetos sensibles en sí mismas; y, como los sentidos funcionan principalmente en la cara, los demás animales la tienen inclinada hacia la tierra, como para buscar su alimento y proveerse de él, mientras que el hombre la lleva levantada, a fin de que pueda libremente por sus sentidos, y especialmente con el de la vista, que es el más penetrante y por el que aprecia en los objetos muchas diferencias, conocer en todos sus detalles las cosas sensibles, ya celestes, ya terrestres, recogiendo así de todas ellas la verdad inteligible" (I, 91, 3, ad 3).

2. "Ya hemos dicho que un profundo respeto al Dios infinito exige una postura conveniente. Dios es tan grande y nosotros somos ante Él tan pequeños que la conciencia de esto se manifiesta también exteriormente: ella nos hace pequeños, nos obliga a arrodillarnos.
Pero el respeto profundo se puede expresar además de otro modo. Piensa que estás sentado descansando, o leyendo, o conversando despreocupadamente. Si viene alguien que respespetas y se dirige a ti, enseguida te pondrás de pie y lo escucharás y le responderás en actitud respetuosa. ¿Qué significa esto?¿No está en contradicción con lo dicho antes? De ninguna manera. Es sólo otra expresión para el mismo pensamiento fundamental: algo grande o importante en el hombre que entra exige de nosotros una actitud conveniente.
Ciertamente eso significa estar de pie: que él se ha concentrado. Está atento, cortés, está dispuesto. Y está preparado. Pues quien está de pie puede ir inmediatamente hacia aquí o hacia allí, puede realizar sin demora un encargo, puede comenzar un trabajo que le ha sido asignado.
Este es el otro aspecto del profundo respeto a Dios. En el arrodillarse se trataba del respeto que adora, que permanece en el recogimiento; aquí se trata del respeto atento, activo. Tal respeto profundo lo tiene el ayudante atento, el soldado más dispuesto. Y tal respeto se revela en el estar de pie". (Guardini, p.22-23)

3. "...Ese mirar hacia donde sale el sol con los brazos levantados y abiertos era como un proyectarse hacia Cristo resucitado, del que el sol naciente era un símbolo.
Durante el primer milenio, a los cristianos no les estaba permitido arrodillarse en la liturgia de los domingos y dáis festivos; y ello porque el día del Señor, el domingo, era una pequeña Pascua, el día de la resurrección. Esa piedad pascual del estar de pie delante de Dios, del alzarse hacia Cristo, ha encontrado una expresión conmovedora en la tradición sobre la muerte de San Benito de Nursia. Según esa tradición, el santo habría muerto de pie, apoyándose en los hermanos de la orden que lo habían incorporado. Un manuscrito ilustrado antiquísimo, que se conserva en la Biblioteca Vaticana, reproduce esa escena. Es la postura de las vírgenes del Evangelio, que aguardan al esposo y le salen al encuentro". (Kapellari, p.99-100).

3. De rodillas

1. Se utilizó esta postura desde el cristianismo primitivo, como lo atestigua Tertuliano: "En ellos - días penitenciales- toda oración se hace de rodillas porque debemos expiar nuestros pecados delante de Dios".[10]
Por el contrario - como ya dijimos-, en los domingos y en el tiempo pascual estaba prohibido arrodillarse y ayunar.[11]
2. Hasta el s.X se arrodillaban los fieles solo en los días no festivos y únicamente en la Antemisa. El diácono decía "Flectamus genua" y el pueblo se arrodillaba antes de la oración del sacerdote. Posteriormente esa postura se prolongó durante la oración misma.
Por otro lado, la inclinación que se acostumbraba ahcer durante el Canon y oraciones en los días festivos, se reemplazó por el estar de rodillas. El Ordo de San Amand (s.IX) pide que los sacerdotes que estén junto al altar se arrodillen durante el Canon.
El Sínodo de Tours, canon 37 (año 813) consideró que el estar de rodillas era la postura adecuada de la oración cristiana.
En el s.XIII pro el movimiento eucarístico se impone el estar de rodillas al menos durante la consagración (aun en domingos y días festivos).

Simbolismo

1. Indica la voluntad del hombre de hacerse pequeñito frenta a la majestad divina. "Nunca el hombre es más grande que cuando está de rodillas", porque en ese momento es cuando reconoce su verdadera estatura; la diferencia infinita entre el Creador y su creatura.
Ese postrarse puede significar adoración o puede significar súplica.
Cristo rezó así en Getsemaní; san Esteban y san Ignacio en el momento de su martirio. San Pablo dice "doblo mis rodillas antre el Padre de N.S.J.C" (Ef. 2, 14)

2. Es signo penitencial. "Inflexio genuum poenitentiae et luctus indicium est". (San Isidoro)[12]
Es como si el fardo de nuestros pecados nos pesara, y derribara por tierra. La santa tristeza que debilita y no permite mantenernos en pie. Como el publicano del Evangelio, que de rodillas y golpéandose el pecho, imploraba la misericordia divina.
"Cuando dobles las rodillas, que no sea un gesto presuroso y vacío. Dale un alma. Pero el alma del arrodillarse implica que también interiormente el corazón se inclina con profundo respeto ante Dios. Con este profundo respeto que sólo puede ser demostrado a Dios: porque lo adora.
Cuando entres en la iglesia, o la dejes, o pases frente al altar, arrodíllate con unción, lentamente, pues todo tu ser debe expresar: "¡mi gran Dios...!"
Esto es entonces humildad y verdad, y cada vez que esto ocurre hace buena a tu alma" (Guardini, p.21)

4. Las manos juntas

"La costumbre de las manos juntas nació en la Edad Media y provino verosímilmente de la forma de homenaje del sistema feudal germánico, según el cual el feudatario se presentaba a su señor con las manos juntas para recibir de él la señal externa de la investidura feudal. En el s.XII esta costumbre se había hecho ya popular. El cardenal Langton, en el Sínodo de Oxford (1222) recomendaba a los fieles el estar 'iunctis manibus' en la elevación de la sagrada hostia en la Misa.
El gesto con las manos juntas es el más común en la liturgia, lo mismo para el sacerdote como para los ministros asistentes. Durante la Misa es propio de las oraciones que van después de las tres clásicas del núcleo más antiguo" [13] (Righ., t.I, p.346)
El gesto mencionado nació hacia el s.IX. El siervo se arrodillaba frente a su señor, juntaba sus manos y las ponía entre las de su señor, prometiéndole fidelidad. El señor lo abrazaba y declaraba recibirlo como su hombre. Probablemente de aquí viene la ceremonia en la ordenación sacerdotal por la que el ordenado jura fidelidad y obediencia a su obispo.

Simbolismo

Conforme a su origen este gesto simboliza nuestra sumisión a Dios; somos sus siervos. Él es el Señor que asegurará nuestra defensa y nos permitirá habitar en sus dominios: la Santa Iglesia.
También las manos rectas y unidas simbolizan el orden interior del alma; el recogimiento y la ascensión espiritual.
Por otro lado, nos recuerda que Cristo fue atado en su Pasión (Jn.18, 12)
"El cuerpo es instrumento y expresión del alma. Esta no se encuentra meramente en el cuerpo, como un hombre que está en su casa, sino que vive y obra en cada miembro y en cada fibra. Ella habla en cada línea, forma y movimiento del cuerpo. Pero en modo particular rostro y manos son instrumentos y espejo del alma.
Respecto al rostro esto es sumamente claro. Pero observa alguna vez en cualquier hombre - o en ti mismo- cómo un impulso del ánimo, alegría, sorpresa, expectación, se traduce en la mano. Un rápido levantar de la mano o un leve movimiento involuntario de ella, ¿no delata a menudo más que la palabra misma? La palabra pronunciada, ¿no parece a veces grosera al lado del lenguaje delicado de las manos, tan expresivo?
Después del rostro, la mano es la parte más espiritual del cuerpo. Ciertamente firme y fuerte, instrumento de trabajo, arma de ataque y defensa, la mano es sin embargo también algo finamente hecho, articulada, movible, y delicadamente atravesada por sensibles nervios. Órgano adecuado en el cual el hombre puede revelar su propia alma y recibir al alma ajena, cuando uno estrecha la mano extendida de aquel que le sale al encuentro? ¿Con todo lo que en ellla expresa confianza, alegría, consentimiento, pena?
Es posible entonces que la mano tenga también su lenguaje allí donde el alma muy particularmente habla o escucha: ante Dios; donde ella quiere darse a sí misma y recibir a Dios: en la oración.
Cuando alguien se recoge en sí mismo está solo en su interior con Dios. Entonces una mano se junta firmemente con la otra, los dedos se entrecruzan, como si el torrente interior que quisiera derramarse debiera ser conducido de una mano a la otra y refluir en nuestro interior, para que todo permanezca dentro, en Dios. Esto es un recogerse en sí mismo, un guardar un tesoro oculto. El gesto dice: 'Dios es mío y yo soy suyo, y nosotros estamos uno con otro solos en el interior'...
Pero cuando alguien se presenta ante Dios con una actitud de corazón reverente se coloca una mano bien extendida junto a la otra. Así, se da entonces, en completo orden, un decir bien la propia palabra, y Dios se lo concede, se da también un atento escuchar la palabra divina. También la sumisión se manifiesta como entrega cuando presentamos las manos, con las cuales nos defendemos, como si estuvieran unidas a las manos de Dios.
A veces ocurre que el alma se abre completamente delante de Dios en gran júbilo o acción de gracias. Porque se abren en ella, igual que en el órgano, todos los registros, y fluye la plenitud interior; o en el anhelo se eleva y llama a Dios. Entonces el hombre abre las manos y las levanta lo más ampliamente posible, para que el torrente del alma fluya libremente y esta pueda recibir plenamente lo que ella desea ... Y puede ser que alguien comprenda a sí mismo con todo lo que es y tiene, para ofrecerse en más alta entrega, sabiendo que es una ofrenda. Entonces cruza manos y brazos sobre el pecho en la señal de la cruz.
Bello y grande es el lenguaje de la mano. La Iglesia afirma que Dios nos la ha dado para que 'llevemos al alma en ella'. Toma seriamente este lenguaje sagrado. Dios lo escucha. Habla desde el interior del alma. También puede hablar desde la apatía del corazón, desde la disipación o desde algún otro vicio. ¡Mantén las manos correctamente y preocúpate de que tu interior coincida verdaderamente con esto exterior!" (Guardini, o.c., p.17-19)

5. Estar sentado

1. En la época primitiva y en la Edad Media no había bancos en las iglesias para los fieles; sí para el obispo y el clero. Los fieles, cuando se sentaban, lo hacían sobre esteras o directamente en el suelo.
Ya en los primeros "Ordines" se establecen los momentos en los cuales estar de pie o estar sentado.

2. Solo a fines de la Edad Media se difundió el hecho de que los fieles se sentasen. Y se comenzó a introducir bancos en los países germánicos. Predicadores alemanes del s.XV mandan a los fieles sentarse durante la Epístola, Gradual y el sermón.[14]
En el Ordo de Bucardo se permite a los fieles sentarse en: el Kyrie, Gloria; Epístola y cantos intermedios; Credo, desde el Ofertorio hasta el Prefacio, desde la Comunión hasta la Postcomunión.

3. En la Baja Edad Media para las misas rezadas, se aplicaban las antiguas normas respecto de las misas de ferias simples: de rodillas durante el Confiteor, las oraciones y el Canon. Era obligación ponerse de pie para el Evangelio.
Para simplificar, es decir, para no estar cambiando de postura a cada rato, en el centro y en el norte de Europa se optó por quedarse de rodillas la mayor parte del tiempo (salvo el Evangelio).

Simbolismo

El sentarse era actitud propia del que enseñaba y del que escuchaba.
En la antigüedad el obispo hablaba siempre sentado en 'cátedra', y los fieles lo escuchaban sentados o parados.[15]
Según Lc.4, 20 se ve que en la sinagoga se sentaba el que hablaba. Vemos al Niño Jesús sentado en medio de los doctores de la Ley, enseñando y preguntando (Lc.2, 46); a María, a los pies de Jesús escuchando al Maestro (Lc.10, 39)

6. Genuflexión

1. Hasta el s.XVI no se usaba el gesto de genuflexión para honrar o adorar, sino una inclinación más o menos profunda. En la liturgia griega no se hace genuflexión.
No se hacía la genuflexión porque recordaba la burla de los judíos (Mt.27, 29). Pero por lo menos desde el s.XI se usaba en las devociones privadas.

2. En el O.R.XIV (primera mitad del s.XIV), como muchos libros litúrgicos del s.XV, se prescribe adorar al Santísimo Sacramento con una simple inclinación de cabeza.
Recién con el Ordo de Bucardo (año 1502) se introduce la genuflexión como gesto de adoración; y 70 años más tarde se incorpora en el Misal de San Pío V.

7. Inclinarse

1. En las Galias se usó esta postura desde muy temprano. Así, p.ej., San Cesareo de Arlés la prescribe para la oración sacerdotal y sobre todo para el Canon.[16]
En documentos de la época carolingia (s.IX) se prescribe que el pueblo se incline al oir el "Oremus" y permanezca en tal postura hasta el final de la oración.[17]
Igualmente el OR I prescribía dicha postura para los clérigos desde el Sanctus (acabado éste) hasta el fin del Canon.

2. Pero esta postura resulta bastante incómoda para hacer oración, por lo que pronto fue reemplazada:
- estar de pie, en las fiestas
- de rodillas, en los días de penitencia

3. Incluímos aquí tres tipos de inclinación:
a- "pequeña": la reverencia hecha con la cabeza solamente
b- "media": con los hombros y cabeza
c- "mayor": doblando todo el cuerpo, de manera que los manos puedan cruzarse sobre las rodillas.

4. En cuanto al significado es múltiple, y depende del contexto: puede significar adoración (antes de incensar al Santísimo); compunción (Confiteor), etc.






[1] Este vers. se utiliza en la incensación del Ofertorio
[2] Cf. Sal.105, 23
[3] S.J.Cris., Hom.18 ad Hebr., n.1
[4] OR I, n.8
[5] Cf. S.Cipr., De Dom. Orat., c.66
[6] Rit.Serv. V, 1. La disciplina actual se encuentra por primera vez en el "Ordinarium O.P." de 1256: "Manuum elevatio sic fieri debet ut altitudinem humerorum non excedet, extensio vero tanta sit ut retro stantibus manus appareant evidenter" . Cf. OR XIV, n.53
[7] San Ambrosio mismo murió en su lecho rezando con los brazos en cruz
[8] Cf. Clemente Romano, I Cor. c.29; San Cipriano, De Dom. orat., 23; S.J.Crisóstomo, In Phil. Hom.3, 4
[9] Tert., De Orat., c.14, 29; San Ag., Enarr. in Ps. 62
[10] De Orat., 14
[11] Según san Irineo, por mandato de los apóstoles. Cf."De corona", 3
[12] De Eccl.off. I, 33
[13] Colecta, secreta, postcomunión
[14] Según Righ. el uso popular de los bancos fue tomado del protestantismo
[15] Cf. San Ag, Serm.17, 2; San Justino, I Apol. 67
[16] Serm.76, PL 39, 2284 ss.; Serm. 73, PL 39, 2277
[17] Remigio de Auxerre, Expositio, PL 105, 1249 c

Fuentes: Ázcarate, c.VI; Dom Cabrol, c.VIII; Croegaert, passim; Eisenhofer-Tresns, p.41 ss; Guardini, o.c. passim; Jung., p.316-321; Kapellari, o.c., passim; Lubienska de Lenval, HélPne, "La liturgia del gesto" Centro de Est. S.Jerónimo, Santa Fe, 1994; Martimort, p.185-195; Righ, t.I, c.4

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