sábado, 8 de enero de 2011

EL PELÍCANO EN LA SIMBOLOGÍA CRISTIANA

 El pelícano es un gran palmípedo (tiene las patas en forma de mano) que actualmente vive en la zona del Mar Negro en Egipto y de Grecia a India.
Bajo el pico tiene la característica bolsa en donde coloca el pez una vez que lo ha pescado. Cuando regresa a su nido apoya enérgicamente el pico contra el pecho para sacar las provisiones de comida para sus crías.
Los antiguos observando este procedimiento imaginaron que el ave se lastimase a sí misma para alimentar los pequeños pelícanos hambrientos, transformándola en símbolo del altruismo llevado hasta el sacrificio completo de sí mismo.

jueves, 6 de enero de 2011

EL TEMPLO EN LA SAGRADA ESCRITURA


En todas las religiones es el templo el lugar sagrado, en el que se supone que la divinidad se hace presente a los hombres para recibir su *culto y hacerles partícipes de sus favores y de su vida. Desde luego su residencia ordinaria no pertenece a este mundo; pero el templo se identifica en cierto modo con ella, tanto que gracias a él entra el hombre en comunicación con el mundo de los dioses. Este simbolismo fundamental se halla también en el AT, donde el templo de Jerusalén es signo de la *presencia de Dios entre los hombres. Pero se trata sólo de un signo provisional, que en el NT será sustituido por un signo de otra índole: el Cuerpo de Cristo y su Iglesia.

SILENCIO

El silencio, precediendo, interrumpiendo o prolongando la *palabra, ilumina a su manara el diálogo entablado entre Dios y el hombre.

1. El silencio de Dios.

Antes de que el hombre oyera la palabra, «la palabra estaba en Dios» (Jn 1,1); luego vino la «*revelación de un *misterio envuelto en el silencio en los siglos eternos» (Rom 16,25). Esta maduración secreta de la palabra se expresa en el tiempo por la predestinación de los *elegidos : aun antes de hablarles los *conoce Dios desde el seno materno (Jer 1,5; cf. Rom 8,29). Hay, sin embargo, otro silencio de Dios, que no parece ya cargado de un misterio de amor, sino grávido de la *ira divina. Para inquietar a su pueblo pecador no habla Dios ya por sus profetas (Ez 3,26). ¿Por qué Dios, después de haber hablado tantas veces y con tanto *poder, se ralla ante el triunfo de la impiedad (Hab 1,13) y no responde ya a la *oración de Job {Job 30,20) ni a la de los salmistas (Sal 83,2; 109,1)? Para Israel que quiere *escuchar a su Dios, este silencio es un *castigo (Is 64,11); significa el alejamiento de su Señor (Sal 35,22); equivale a una cesación de la palabra (cf. Sal 28,1); anuncia el «silencio» del seol, donde Dios y el hombre no se hablan ya (Sal 94,17; 115, 17). Sin embargo, el diálogo no se ha interrumpido definitivamente, pues el silencio de Dios puede ser también un reflejo de su *paciencia en los días de infidelidad de los hombres (Is 57,11).

PIEDRA


La piedra, a causa de su increíble abundancia en Palestina, se halla siempre presente en la mano y en la mente de los hebreos. Por otra parte, en la mentalidad primitiva y en la simbólica común a todos los hombres, la piedra, sólida, duradera y pesada, es signo de fuerza. Estos dos hechos reunidos explican el que la Biblia se sirviera de las imágenes proporcionadas por las piedras, bajo sus diversas formas, para aplicarlas al Mesías.

PENTECOSTÉS



La palabra griega pentecostés significa que la fiesta celebrada ese día tiene lugar cincuenta días después de pascua. El objeto de esta fiesta evolucionó: en un principio fiesta agraria, conmemora en lo sucesivo el hecho histórico de la alianza', para convertirse al fin en la fiesta del don del Espíritu, que inaugura en la tierra la nueva alianza.
AT Y JUDAÍSMO. Pentecostés es — con pascua y los tabernáculos — una de las tres *fiestas en que Israel debe presentarse delante de Yahveh en el lugar escogido por él para que habite en él su *nombre (Dt 16,16).

PARAÍSO


La palabra griega paradeisos es un calco del persa pardes, que significa huerto. La versión de los Setenta emplea este término ora en sentido propio (Ecl 2,5; Cant 4,12), ora en sentido religioso, único del que nos ocupamos aquí.

1. El huerto de Dios.

En las religiones del Medio Oriente la representación de la vida de los dioses toma sus imágenes de la vida de los poderosos de la tierra : los dioses viven con delicia en palacios rodeados de huertos. por los que corre «el *agua de la vida», donde brota, entre otros *árboles maravillosos, «el árbol de vida», cuyo *fruto alimenta a los inmortales. Acá en la tierra, sus *templos, rodeados de huertos sagrados, imitan este prototipo. Estas imágenes, purificadas de su politeísmo, se aclimataron en la Biblia: según las convenciones del antropomorfismo, no se tiene . reparo en evocar a Dios «paseándose a la brisa del día» en su huerto (Gén 3,8); el huerto y sus árboles son incluso citados en proverbio (Gén 13,10; Ez 31,8s.16ss).

PUERTA

La puerta abierta deja pasar, entrar y salir, permite la libre circulación; expresa la acogida (Job 31,32), una posibilidad ofrecida (lCor 16,9). Cerrada, impide el paso: protege (Jn 20,19) o expresa una negativa (Mt 25,10).

I.                    LA PUERTA DE LA CIUDAD.

La ciudad guarda su entrada con una puerta monumental, fortificada, que protege contra los ataques del enemigo e introduce a los amigos: «el *extranjero que está dentro de las puertas» (Dt) participa de los privilegios de Israel. La puerta garantiza así la seguridad de los habitantes y permite a la ciudad constituirse en comunidad; junto a la puerta se concentra la vida de la ciudad : en este punto tienen lugar encuentros (Job 29,7; Sal 69,13), negocios comerciales (Rut 4,1-11), maniobras políticas (2Sa 15,1-6) y sobre todo juicios (Job 5,4; 31,21; Prov 22,22; 24,7). Una ciudad sin puertas es una ciudad sin unidad ni paz.