viernes, 28 de enero de 2011

LAS FIESTAS EN HONOR DE LA SANTA CRUZ

Son dos, llamadas en los libres litúrgicos romanos Invención de la Santa Cruz y Exaltación de la Santa Cruz, fijadas, respectivamente, el 3 de mayo y el 14 de septiembre. Pero el título de la primera es totalmente equivocado, porque el hecho de la invención, según nos parece, sucedió el 14 de septiembre. En cuanto a precisar el año y las circunstancias, nos encontramos en gran incertidumbre.
La crónica alejandrina, cuyos datos son generalmente dignos de crédito, señala a la Invención el 14 de septiembre del 320. Otras fuentes indican fechas diversas; el autor del Líber pontijicalis, el 310; la Doctrina de Addai la remonta nada menos que al tiempo de Tiberio, durante el episcopado de Santiago; Eteria supone que se ha encontrado antes del 335, cuando fueron dedicadas las dos basílicas constantinianas de la Anastasis y del Martyrium: El ideo propter hoc ita ordinatum est, ut quando primum sanctae Ecclesiae suprascriptae consecrabantur, ea dies esset qua Crux Domini fuerat inventa,, ut simul omni laetitia eadem die celebrarentur.
Al contrario, Eusebio, que estuvo presente en la consagración de aquellas iglesias y nos habla en su Vita Constantini, escrita en el 337, no alude para nada al hecho de la Invención. El primer dato seguro nos lo ofrece San Cirilo de Jerusalén, que en la 13 catequesis anagógica, acaecida en el 347, hace constar la larga difusión de las reliquias de la santa cruz: Sí nunc negavero (que Jesús haya sido crucificado), arguet me iste Golgothas, cui nunc omnes proxime adsistimus, arguet me Crucis lignum, quod per partículas ex hoc loco per unioersum iam orbem distributum est.
También sobre las circunstancias del encuentro estamos faltos de noticias precisas. Las lecciones del breviario lo atribuyen a Santa Elena, madre de Constantino el Grande. Ella durante su peregrinación a Tierra Santa, realizada en el 327, había hecho derribar un templo de Venus construido sobre el Calvario y erigir en su lugar una suntuosa basílica; en aquella circunstancia, después de ordenadas minuciosas excavaciones, habían sido encontradas tres cruces, una de las cuales mostró ser la cruz de Jesús porque, aplicada a una enferma, la curó instantáneamente. Pero este relato no tiene testimonios contemporáneos. Eusebio, a pesar de recordar el viaje de Elena a los lugares santos y los ricos regalos hechos a las iglesias erigidas por su hijo, calla absolutamente sobre la invención de la cruz, emprendida por ella de alguna manera. Constantino, en una carta del 326, encarga a Macario de Jerusalén cuidar de que la basílica que se estaba levantando sobre el sepulcro resultase de magnificencia real, pero no habla nada de la santa cruz. A San Cirilo, sucesor de Macario, se atribuye una carta, escrita en el 351 al emperador Constancio, en la cual se atestigua la invención de la cruz bajo Constantino, sin una alusión a Santa Elena. Sin embargo, la carta, al menos en su actual redacción, no puede ser auténtica, porque contiene una doctrina sobre el homousios repugnante para San Cirilo. Eteria, en fin, refiere, ciertamente, el hecho escueto de la invención, pero sin aludir a Santa Elena, a la cual alude solamente a propósito de las basílicas del Martyrium y de la Anastasis, que Constantino había mandado erigir sub praesentia matris suae.
En cambio, la narración de nuestro breviario, que se apoya sobre Santa Elena, está tomada de escritores tardíos, los cuales la repiten con notables variantes. Entre los primeros, encontramos a San Ambrosio en la oración fúnebre de Teodosio (a.395), seguido de San Paulino de Nola y Sulpicio Severo, y después a los historiadores Rufino, Sócrates, Sozomeno y Teófanes. Queda el hecho de que en los siglos IV-V circulaban fabulosas leyendas sobre la invención de la cruz, como la Doctrina de Addai, la siríaca de Judas Ciríaco y otra anónima, expresamente repudiada por el Decreto pseudo-gelasiano. Es, por tanto, muy probable que éstas hayan influido con particularidades legendarias sobre el hecho histórico.
De lo que hemos dicho hasta ahora, se comprende cómo la fiesta del 14 de septiembre en un principio fue propia solamente de Jerusalén, donde adquirió en seguida importancia extraordinaria. La piadosa Eteria (c.394) ha dejado una interesante descripción, de la cual resulta que era equiparada a la Pascua y a la Epifanía y atraía inmensa turba de fieles y gran número de obispos. He aquí el texto:
"La dedicación de estas santas iglesias (el Martyrium y la Anastasis) se celebra con sumo honor, porque la cruz del Señor fue encontrada en el mismo día... Por tanto, cuando llegan los días de las recordación, éstas duran ocho días; y ya muchos días antes comienzan a llegar turbas de monjes de diversas provincias, es decir, de Mesopotamia, Siria, Egipto y Tebaida, donde viven muchísimos monjes; en efecto, no hay ninguno que en aquel día no vaya a Jerusalén para gozar de tanta alegría y de tan espléndidas jornadas; también los seglares, sean hombres o mujeres, vienen de todas las provincias a Jerusalén. Los obispos, cuando son pocos, son por lo menos más de 40 ó 50, y con ellos vienen muchos de sus clérigos. Y qué más? Cree que ha cometido un grave pecado el que no ha participado en tan grande fiesta sin estar impedido por una verdadera necesidad. En estos días, el adorno de las iglesias es el mismo de Pascua y de Epifanía, y así, en cada uno de los días, para los diversos lugares santos, se hace como en Pascua y Epifanía."
El Chronicon Paschale, redactado a principios del siglo VII, añade una particularidad importante, es a saber, que en esta circunstancia se mostraba al pueblo el leño de la santa cruz. Debemos creer, por tanto, que la fiesta en un principio tuvo por objeto el aniversario de la dedicación de las dos basílicas, mientras que el mostrar la cruz debía ser una ceremonia secundaria. Pero en seguida llegó ésta a ser lo principal de la solemnidad, hasta que poco a poco, creciendo en importancia, hizo casi olvidar la dedicación, para transformarse en una conmovida exaltación del santo leño de la redención. Alejandro de Chipre (s.VI), en su gran discurso sobre la Invención de la Cruz, designa ya la fiesta con este título: Exaltatio praeclarae Crucis.
De Jerusalén la solemnidad se difundió fácilmente en muchas iglesias orientales, sobre todo a aquellas que habían tenido la gracia de obtener reliquias de la cruz, como Constantinopla, Apamea y Alejandría. En Roma debió introducirse hacia la mitad del siglo VII, con la afirmación de la dominación bizantina. El Líber pontificalis, en efecto, deja entender que la fiesta preexistía en la época del papa Sergio (687-701), el cual, según parece, añadió el mostrar y adorar la cruz, es decir, el insigne fragmento de la cruz llevado a Roma bajo Constantino y conservado después en la capilla del Sancta Sanctorum, en el Laterano: Qui etiam ex die illo, oro salute humani generis ab ornni populo christiano die Exaltatlonis S. Crucis in basilicam Salvatoris, quae oppellatur Constantiniana, osculatur, et adoratur.
Mientras Rema en el siglo VII copiaba de Jerusalén la solemne conmemoración de la cruz, las iglesias galicanas adoptaban una fiesta análoga, titulada De Inventione S. Crucis, fijándola generalmente el 3 de mayo.
Baste observar que la primera antífona de laudes, O magnum pietatis opus... está sacada ad litteram del epígrafe métrico puesto por el papa Símaco (498-514) sobre el oratorio de la Cruz, erigido junto al baptisterio de San Pedro, y la segunda antífona, Salva nos, Christe... qui salvasti Petrum in mari... mientras parece a primera vista poco ligada con el oficio de la Cruz, está, al contrario, estrechamente unida con la basílica de San Pedro, que ha formado su escudo de aquel episodio.
Cuando en el 635 sucedió el hecho del rescate del santo leño de la cruz de manos de los persas como consecuencia de la victoria ganada por Heraclio Augusto, cuyas particularidades forman después materia de las lecciones históricas del breviario el 14 de septiembre, hubo en todo el mundo cristiano, pero especialmente entre los latinos, un despertar de la devoción hacia la santa cruz. Es probable que esto haya influido para una más precisa sistematización de su fiesta en Roma.

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