martes, 21 de diciembre de 2010

¿CÓMO PROYECTAR IGLESIAS DESPUÉS DEL CONCILIO?

Para comprender el alcance y profundidad de la renovación que pide la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, Sacrosanctum  Concilium, en relación con los edificios sacros, es preciso afrontar cinco puntos vitales: la Celebración Eucarística es ante todo Cristocéntrica; la participación activa de los fieles es el objetivo que debe considerar como prioritario; la Eucaristía es fuente y culmen de la vida de la Iglesia; los edificios deben distinguirse por su noble belleza; el edificio debe favorecer en todo la acción litúrgica.

El objetivo de este breve artículo es recoger algunas indicaciones prácticas que emanan de la Constitución Conciliar y de los documentos posteriores, que aun no han sido comprendidas y aplicadas en toda su profundidad. Es deber nuestro, fruto de la oración, reflexión y estudio hacerlo, florecer para el bien de todo el Cuerpo Místico.
La Iglesia es un organismo vivo, por eso aun permaneciendo la misma, se adapta a las exigencias de cada época utilizando con sabiduría la profundidad y los recursos de los que dispone, para adaptar la Iglesia a sus exigencias contemporáneas de su misión apostólica.
Juan XXIII escribe en la bulla de inicio del concilio, “Humanae salutis”: “La Iglesia quiere poner en contacto con la energía vivificante y perenne del Evangelio el mundo moderno”. Más delante añade: “Será ésta una demostración de la Iglesia, siempre viviente y siempre joven; que siente el ritmo del tiempo, que en cada siglo se orna de nuevo esplendores, irradia nuevas luces, realiza nuevas conquistas, aun permaneciendo siempre idéntica a sí misma, fiel a la imagen divina impresa  sobre el rostro del Esposo, que la ama y protege, Cristo Jesús”.
¿Cómo es que la Iglesia afronta una renovación en un campo tan delicado como es la liturgia? El Concilio responde de esta manera: “La Santa Madre Iglesia desea hacer una cuidadosa reforma general de la liturgia para adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia”.
La liturgia cuenta con una parte inmutable, porque es de institución divina, y de unas partes susceptibles de cambio, que en el curso del tiempo pueden o de hecho deben variar, para adaptarse a las necesidades del presente. Esto significa que más allá de los particulares cambios que puedan darse la naturaleza de la liturgia permanece invariable, ya que ni la autoridad de la Iglesia tiene la facultad de cambiarla.
Para entender esto podemos servirnos de algunos  ejemplos: la cuestión de estar sentados, el uso de púlpitos, la reserva de la especie Eucarística en el tabernáculo, la colocación del coro, la forma de los confesionales… son todos elementos que pueden cambiar y de hecho cambian. Pero el aspecto sacrificial de la Misa, la posición particular del sacerdocio ministerial en la asamblea Eucarística, el uso del agua en el Bautismo, o del pan y el vino en la Eucaristía, son intocables.
Es preciso recordar también el contexto histórico en el cual surge el Concilio que nos hace ver el porqué la promulgación del Concilio Vaticano II debe ser entendida más en sentido pastoral que dogmático, diverso a los Concilios precedentes, ya que éste no ha definido cuestiones de fe o de doctrina moral.
La Iglesia busca responder a las profundas transformaciones que se han dado, en los últimos años, en los sistemas mundiales. La reconstrucción de Europa después de las guerras mundiales, ha hecho convivir esperanza y materialismo, la guerra fría y la creciente amenaza del armamento nuclear han mantienen una paz efímera; el desarrollo de la energía atómica, de la informática y de los sistemas de comunicación a escala mundial, han producido un escenario en continuo cambio. En este contexto el Concilio Vaticano II está llamado a proclamar la verdad eterna del Evangelio.
Los peligros que pueden presentarse frente a la Sacrosanctum Concilium, pueden ser de muy variado origen, algunos de estos más peligrosos que otros. Un extremo sería ver el Concilio como una ruptura con la tradición milenaria de la Iglesia, esto lleva a un delirio de creatividad y personalismo fuera totalmente del verdadero espíritu del Concilio. La Iglesia en su esfuerzo de adaptación a los problemas del hombre de hoy, no se aparta ni un milímetro de la sana doctrina. A lo largo de los siglos, se ha ocupado de revestir la liturgia con palabras y con ritos que transmitan los misterios eternos en las diversas épocas. La Iglesia como Maestra de la verdad en sus oraciones y enseñanzas vela por las cosas antiguas, o lo que es los mismo, el depósito de la Tradición; al mismo tiempo realiza otra tarea, aquella de examinar y producir cosas nuevas. Como dice Juan Pablo II en la Vicesimus Quintus Annus, los principios  de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia “permanecen como fundamento en el objetivo de llevar a los fieles a una celebración consciente de los Misterios”.
Otro de los peligros es el de no ser capaces de comprender que hay aspectos de la Liturgia que pueden, y de hecho deben cambiar, para adaptarse mejor a las circunstancias de hechos y lugares. No se deben convertir en esenciales, aspectos de la liturgia o de los edificios sacros, que no lo son de ningún modo, y que no hablan ni dicen nada al hombre de hoy. Obviamente esto no quiere decir que no se tengan en cuenta y se preste especial cuidado a que el edificio sacro, con todos sus elementos constitutivos represente aquello que significan.
La celebración Eucarística es ante todo Cristocéntrica esto significa que la misa es una participación en la acción de Cristo mismo, de su sacrificio por nosotros. Nuestra participación en la Eucaristía es la unión en la muerte y resurrección de Cristo. Por medio de su Cuerpo Místico, Cristo atrae a cada uno de nosotros hacia Él, convirtiéndonos en parte de Sí mismo. San Agustín escribe: “¡si tú eres Cuerpo y Miembro de Cristo, es tu mismo misterio el que es colocado sobre la Mesa del Señor! ¡Es tu propio misterio el que estás recibiendo! ¡Estás diciendo Amén a lo que tú eres –tu respuesta es tu firma personal, afirmando tu fe! Cuando escuchas, El Cuerpo de Cristo –respondes, Amén. Por lo tanto, sé tú un miembro del Cuerpo de Cristo para que tu Amén sea también verdadero”. Por esto para que en la Eucaristía estemos centrados en Cristo es necesario llegar a ser uno con Cristo y por extensión, con el prójimo.
El Concilio promueve con énfasis la participación activa de los fieles durante la misa: “Es ardiente deseo de la Madre Iglesia que todos los fieles sean formados en la plena conciencia y activa participación a las celebraciones litúrgicas, que es un pedido de la naturaleza misma de la liturgia”. El laico es llamado a participar en la liturgia de una forma cada vez más consciente, plena y activa. Es esencial para que la Iglesia cumpla con su misión evangelizadora la participación de los laicos en la liturgia.
Algunos cambios que favorecieron la participación de los laicos fueron: el uso de la lengua vernácula en las lecturas, moniciones y algunas oraciones y cantos; se ha remarcado el valor de la liturgia de la Palabra, invitación a los laicos a participar en la liturgia como lectores, cantores, ministros extraordinarios de la Eucaristía.
La Mediator Dei dice en el número 192: “Que los fieles tengan una parte más activa en el culto divino […], es muy necesario que los fieles asistan a las ceremonias sagradas no como si fueran extraños o mudos espectadores sino que se les debe permitir un aprecio pleno de la belleza de la liturgia y tomar parte en las sagradas ceremonias, alternando sus voces con la del sacerdote y el coro, de acuerdo a las normas establecidas”. Más adelante Pío XII agrega: “que el clero y el pueblo sean uno en mente y en corazón y que el pueblo cristiano tome una parte activa en la liturgia que se convierte en una verdadera acción sagrada de culto merecido al Señor eterno en el cual el sacerdote, como principal responsable de las almas de su parroquia, está unido junto con sus fieles”. La Iglesia pone especial cuidado para que los files asistan a los misterios de su fe no como extraños o mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada.
La Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana, es el punto de encuentro de todo el pueblo de Dios. La celebración comunitaria de la liturgia es el culmen de la vida espiritual de cada individuo. El Cuerpo Místico de Cristo formado para las piedras vivas llega a la plena comunión con sus hermanos y con Cristo en la celebración de la Misa. 
El edificio sacro debe caracterizarse por su noble belleza. La Iglesia jamás ha tenido como propio un particular estilo artístico, ha admitido las formas artísticas de cada época. Expresa explícitamente su apertura a las expresiones artísticas del presente, de todos los pueblos y países, siempre que sirva a las exigencias propias de la acción litúrgica. La Iglesia aspira que los artistas contemporáneos sepan dar vida a nuevas obras de artes que con el lenguaje propios de nuestros tiempos favorezcan a los fieles el contacto con Dios.
La motivación que debe estar presente en todo aquel que proyecta una nueva iglesia,  es que cada uno de los elementos presente en esta no sea un fin en sí mismos, sino que favorezca y estén en función de la liturgia.
Se debe evitar todo elemento superficial o banal, que más que ayudar a la participación de los fieles en la liturgia sea ocasión de distracción. Mientras más simple y sencilla sea la distribución de los diverso polos litúrgicos y más serenas sus formas, mayores serán las posibilidades que el fiel pueda centrarse en aquello que es verdaderamente importante.
¿Qué elementos se tienen que tener en cuenta en la proyección de los nuevos edificios sacros?  En el diseño de toda iglesia nueva se debe tener en cuenta: la cercanía de la sede a la asamblea, bien visible a todos, posiblemente en el límite del presbiterio. La colocación del ambón fuera del presbiterio, en un lugar elevado, y cercano a la asamblea.
Un adecuado uso de la luz, que enfatice los elementos importantes y que induzca a una encuentro íntimo y personal con Cristo. La colocación del coro en estrecha relación con la nave, de forma que las personas que están en el puedan participar adecuadamente de la celebración y cumplan con su función de guiar a la asamblea en el canto. Distribución orgánica de los diversos espacios, que no se vean como elementos completamente separados uno de otros sino integrados en el todo. Eliminar las barreras arquitectónicas internas que dificulten el contacto del fiel con el presbiterio, ya que este es el lugar donde los misterios de nuestra salvación se realizan para la vida del Pueblo de Dios. El presbiterio es un lugar mistérico, un lugar de acción, un lugar de vida.
El altar debe ser el lugar sagrado de encuentro en la relación entre Dios y el pueblo redimido por la sangre de Cristo.  La iglesia debe tener un solo altar, fijo y dedicado que significará en la asamblea de los fieles al único Cristo y a la única Eucaristía de la Iglesia y representa a Jesucristo, la Piedra Viva. En las iglesias de valor histórico puede suceder que se encuentre un altar que por su posición hace difícil la participación del pueblo y que si se moviese comprometería su valor artístico y su significado. En estos casos se deberá construir otro altar fijo y dedicado.
El antiguo altar  no debe adornarse en un modo especial y la liturgia ha de celebrarse únicamente en el nuevo altar fijo. No se debe poner nada sobre el altar excepto aquello que es necesario para la celebración de la Misa. Incluso las flores han de ser acomodadas con moderación alrededor del altar y nunca sobre de él.
Junto al altar o en proximidad e él se debe colocar un crucifijo, es decir una cruz con la imagen de Cristo crucificado. Debe ser claramente visible no solo durante la liturgia sino en todo tiempo, recordando a los fieles la pasión salvadora del Señor, y permanezca junto al altar también fuera de las celebraciones litúrgicas.
No se deben renunciar completamente al uso de imágenes ya que: “La Iglesia, en la liturgia terrena anticipa ya aquella liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, a la cual tiende como peregrina y donde Cristo esté sentado a la derecha de Dios; venerando la memoria de los Santos espera tener parte con ellos y disfrutar de su compañía, las imágenes ayudan a los fieles a comprender esta realidad sobrenatural. Las imágenes del Señor, la Bienaventurada Virgen María, y los Santos deben ser expuestas para la veneración de los fieles en las iglesias, donde se deben colocar de tal manera que conduzcan a los fieles hacia los misterios que ahí se celebran”.
El Tabernáculo debe ser colocado en un lugar especial y digno en la Iglesia y construido de tal manera que enfatice y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. Este pude estar colocado, dependiendo de las dimensiones del templo, en el presbiterio en una zona bien visible por todos, o un lugar propio e íntimo, cercano al presbiterio.
Los frutos de este Concilio tan fecundo para la Iglesia todavía están por florecer, hay que confiar en la Providencia Divina que guía a su Iglesia en los umbrales del tercer milenio. El Espíritu de la Iglesia es siempre joven y tiene palabras de verdad y esperanza para los hombres de todos los tiempos y culturas. Está en nuestras manos el tener la docilidad para dejarnos guiar por el camino de Dios leyendo los signos de los tiempos, como sabiamente los interpreta y sigue la Iglesia por medio de sus pastores.

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