lunes, 27 de mayo de 2013

CÁNTICOS DE LITURGIA DE LAS HORAS DEL APOCALIPSIS DE SAN JUAN

Himno de adoración y alabanza  (15, 3-4)

 
"Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!


¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos”.

En el capítulo 15 inicia la visión celestial de los siete ángeles que llevan en sus manos las últimas siete plagas. El canto de adoración y alabanza de los versículos 3 y 4 surge de la boca de los redimidos, al igual que de Moisés y los israelitas después de cruzar el Mar Rojo. El Himno se refiere al Cordero quien obtiene para ellos la liberación de los perseguidores.
Los siete ángeles que llevan las siete plagas que están por sobrevenir, se dicen que son las últimas, porque con ellas se satisface plena y definitivamente la ira de Dios. En el apocalipsis «las plagas» son símbolo de un juicio sobre el mal, sobre la opresión y sobre la violencia del mundo. Con la séptima plaga, símbolo numérico que indica la plenitud, culmina la intervención divina que detiene el mal.
Antes que los siete ángeles de las copas entren en escena, el vidente contempla a los vencedores del Anticristo, en el cielo, de pie ante el trono de Dios, y oye sus cantos que son acompañados con cítaras.
Los vencedores entonan «el cántico de Moisés» y «el cántico del cordero». El vidente nombra el himno con dos expresiones diversas, porque en este canto los vencedores de la bestia que agradecen a Dios su redención y su victoria, conseguida en virtud de la sangre del Cordero, se inspiran en el himno con que el cual los israelitas expresaron su gratitud por la liberación de Egipto, guiados por Moisés. En los tiempos de Jesús los israelitas consideraban el paso del Mar Rojo como un prefiguración de la redención mesiánica.
Este himno está compuesto con citas del AT con los que se ensalza las obras de Dios y santidad del Creador del mundo, así como la justicia y omnipotencia del que tiene en sus manos las riendas de la historia. El primer cántico de Moisés celebra al Señor «terrible en prodigios, autor de maravillas» (Ex 15,11). El segundo canto referido por el Deuteronomio al final de la vida del gran legislador, reafirma que su obra es consumada, pues «todos sus caminos son justicia» (Dt 32,4).
Esta intervención divina tiene una finalidad muy precisa: ser un signo que invita a todos los pueblos de la tierra a la conversión. El himno es una invitación a aprender a leer en la historia el mensaje de Dios. La historia de la humanidad no es confusa y sin sentido, ni está sin remedio a merced de los prepotentes y de los perversos. Es posible reconocer la mano divina, por medio de su providencia, oculta en la historia.
La dimensión universal del texto se refleja en la afluencia de las naciones que se dirigen hacia el Señor para reconocer que son «justos y verdaderos sus caminos» (cf. 15,4). Todas las naciones conocerán que Él es su Rey, y como tal le acatarán, viniendo a Él y postrándose delante de Él, pues reconocerán que Dios ha obrado justísimamente en los juicios punitivos contra el mundo y en la destrucción de la Bestia. La conversión de los paganos es presentada como el resultado de las últimas intervenciones divinas. En los profetas y en los salmos hallamos también muchas veces que las naciones se convertirán a Dios a la vista de los prodigios que obra a favor de su pueblo.
A modo de síntesis podemos decir que este canto del apocalipsis es una respuesta de alabanza al Señor victorioso, que hemos experimentado anticipadamente. Por medio de esta oración expresamos nuestra esperanza por la manifestación total del reinado de Dios, renovación y recreación de todas las cosas y de todos los hombres y pueblos.

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