domingo, 26 de diciembre de 2010

EL ALTAR

El altar (altar = altius) es el punto de partida para la construcción de toda la capilla y el elemento unificante del presbiterio y todo el espacio litúrgico. Este debe ser «el centro hacia el cual convergen espontáneamente la atención de los fieles». El nombre altar viene de alta ara, que significa: lugar elevado de sacrificio. Es el vértice de la montaña santa y el punto de convergencia del centro del universo que representa el templo. Es la simbolización de la Mesa de la última Cena, que fue sacramento del Calvario. Es el lugar del memorial del Sacrificio del Cristo total, cabeza y miembros, esposo y esposa. El altar no es un accesorio, un mueble o un elemento decorativo, sino el centro arquitectónico del templo, constituido por la Mesa del Sacrificio Eucarístico y su espacio. Es el punto de referencia de todo el templo, pues en él se realiza el Sacrificio Eucarístico y el Banquete Sagrado. La centralidad del altar con relación al templo refleja la centralidad de Cristo en la asamblea litúrgica y en el mundo. 
El altar es de piedra y pegado al suelo, consagrado, con la mesa de una sola pieza. De piedra, porque Cristo es la piedra: «En efecto, bebían el agua de una roca espiritual que los acompañaba, y esa roca era Cristo» (1Cor 10,4). Es cuadrangular, porque es Mesa disponible a los cuatro vientos del mundo. Es único, porque Cristo es uno solo, una sola Eucaristía y un solo Calvario. Está elevado, pues al Calvario se elevan todas las miradas, y el cenáculo estaba en el piso alto. Pero a la vez es pequeño, pues no acoge multitud de víctimas cruentas, sino un solo Sacrificio. 
El altar es símbolo de Jesús, quien es simultáneamente el Sacerdote y la Víctima. «Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe» (Heb 4,14). Es el altar en quien se cumple la consagración, así como también el altar vivo del templo celestial: «Nosotros tenemos un altar del que no tienen derecho a comer los ministros de la Antigua Alianza» (Heb 13,10), Al instituir la Eucaristía en forma de banquete, el altar es mesa del Sacrificio y del convite pascual. 
Cristo es la piedra de ángulo (Hch 4,11; Ef 2,20), descartada por los constructores y la roca espiritual (1Cor 10,4), piedra viva, escogida y preciosa para Dios (1Pe 2,4).
El concilio Vaticano II pide que «la celebración del sacrificio Eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana»5. En el altar la Iglesia renueva el sacrificio de la cruz y actualiza el misterio pascual de Cristo, como proclama la asamblea cristiana después de la consagración: «anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección». Es de piedra para recordarnos que Cristo es la piedra viva en la que se fundamenta la Iglesia y la garantía de que sus seguidores, si nos apoyamos en él, podemos entrar «como piedras vivas en la construcción del templo espiritual» (1Pe 2,5).
Sobre el altar se encastran 5 cruces. Una a cada ángulo, y una al centro. Porque como dice Durando de Mende, las cruces significan que Cristo ha rescatado las cuatro partes del mundo, y la cruz del centro significa que el Salvador alcanzó nuestra redención en el centro del mundo, es decir en Jerusalén. Las cinco cruces también se relacionan a las cinco llagas del cuerpo del crucifijo, de donde surge la sangre portadora de salvación. 
El sacrificio de Cristo, renovado en el altar, es fuente de salvación para los hombres, en la realidad concreta y diaria de sus vidas; y que, cuando nosotros nos ofrecemos, juntamente con Cristo, al Padre, hemos de colocar sobre el altar nuestras vidas diarias, con todas las realidades que la integran: alegrías, penas fracasos y esperanzas. 
            En el altar el sacerdote, con Cristo sacerdote, ofrece al Padre el sacrificio de Jesús en la cruz, es la víctima que, con Cristo víctima se coloca en las manos del Padre para presentarle los sufrimientos de la humanidad. «Todo un cuerpo místico que con la cabeza, Jesucristo, ofrecen el sacrificio y son ofrecidos sobre el altar al Padre celeste por el sacerdote y en unión con él»53. Todo lo que sucedió en el calvario sucede en el altar durante la Misa, durante este momento  todo el paraíso dirige su mirada al altar. 
            Las gradas que van escalonándose hacia él indican un sentido de concentración y, en su verticalidad, de oblación. Las dimensiones con que está realizado el altar, su unidad y su posición aislada en medio del espacio del presbiterio, hacen que el poder de concentración de la arquitectura quede más acentuado. El altar elevado dominado por la cruz nos recuerda también el Gólgota.
            En la Biblia encontramos tres tipos de altar. En el Antiguo testamento, se habla de un altar del sacrificio, sobre el cual venían sacrificados animales para aplacar a Dios o agradecerle. El segundo, es el altar del calvario, el altar donde Cristo se ha inmolado por nosotros. El tercer altar es el trono de Dios descrito en el Apocalipsis, donde se habla de la Jerusalén celeste: aquí será la nueva habitación de Dios con los hombres, ellos serán su pueblo y Él será su Dios con ellos. Borromeo pedía que hubiese tres gradas para el acceso al presbiterio. Los escalones por los que se asciende al altar son las virtudes gracias a las cuales se llega a Cristo. Posiblemente la razón de la sugerencia del tratadista aludía a las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. 
            El altar cristiano es la sucesión y la síntesis de los altares hebreos y su sublimidad deriva de su conformación a su arquetipo celeste: el altar de la Jerusalén celeste en el que yace, desde la fundación el mundo el cordero inmolado: «Y la adoraron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no figuran, desde la creación del mundo, en el Libro de la Vida del Cordero que ha sido inmolado» (Ap 13,8). Porque el altar de nuestros tiempos no es otro que el símbolo terrestre del arquetipo celeste, así como la liturgia terrestre “imita” la liturgia celeste descripta en el Apocalipsis: «Nella Liturgia terrena noi partecipiamo, pregustandola, a quella celeste, che viene celebrata nella santa città di Gerusalemme, verso la quale tendiamo come Pellegrini, dove il Cristo siede alla destra di Dio quale ministro del santuario e del vero tabernacolo».

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