domingo, 26 de diciembre de 2010

LA JERUSALÉN CELESTE Y EL PARAÍSO CELESTE

El Templo Cristiano es la “Tienda de la Presencia de Dios” en medio de su pueblo, es el “Cuerpo de Cristo”, del Dios – Hombre que “ha puesto su morada en medio de nosotros”: «Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14); por eso en la fachada, de la Iglesia se podrían escribir estas palabras: «Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos» (Ap 21,3).
Esto nos recuerda el comentario del Misal de todos los días, en la Misa de dedicación de una iglesia: «La Iglesia externa – hecha de piedras y de material precioso – es solo un símbolo del edificio vivo hecho por los bautizados, de su fe y de la gracia que inhabita en ellos. Es la Iglesia así concebida y formada que representa la “santa morada”, que es en el mundo el signo viviente de la presencia de Cristo y de su Espíritu»28, Urbe Jerusalén Beata. El edificio de piedra es el símbolo de la Jerusalén Celeste, o más bien de la humanidad celeste, regenerada y glorificada, que bajaba del cielo, junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo: «Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo» (Ap 21,2). «Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero» (Ap 21,9). «Eres un jardín cerrado hermana mía, novia mía; eres un jardín cerrado, una fuente sellada» (Cant 4,12). «Yo entré en mi jardín, hermana mía, novia mía: recogí mi mirra y mi bálsamo. Comí mi miel y mi panal, bebí mi vino y mi leche» (Cant 5,1). Por lo tanto, la Iglesia en cuanto templo, no expresa solamente el esfuerzo ordenador del hombre, sino también, y, sobre todo, la venida de Dios al hombre, la presencia activa de un Dios que busca al hombre dentro de la misma búsqueda que el hombre hace de sí mismo.
El Templo, en cuanto imagen matemática del universo e imagen del Cuerpo de Cristo, es la fijación de la presencia espiritual en un soporte material simbolizando el proceso de la venida de Dios al hombre, la fijación de la influencia espiritual en la conciencia corpórea. En sintonía con esta concepción cristiana del templo, el Patriarca de Constantinopla, San Germán, comparaba la Iglesia con el Edén, lugar de la comunión plena entre Dios y el hombre
En el templo Cristiano se centran, por lo tanto, dos movimientos, uno vertical y otro horizontal; el primero es el de Dios que viene, expresado por las formas circulares y por la cúpula, y el segundo del hombre que camina más o menos consciente hacia Dios, expresado por las formas cuadradas o rectangulares. El Verbo Encarnado une a Dios y al hombre, al cielo y a la tierra; esta unión se materializa en la forma del templo en donde se unen el círculo, símbolo de lo divino y el cuadrado, símbolo de lo terrestre.
Dentro de la Iglesia, el altar es símbolo del trono del Cordero, contemplado en la Jerusalén Celeste: «El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán» (Ap 22,3); su importancia es subrayada por el sagrario que realiza con el altar un Templo en el templo. Por eso el sacerdote celebrante, al inicio de la Eucaristía, antes de saludar a la asamblea, besa el altar, como si se tratara del Señor mismo, sentado sobre el Trono.
Cercano al altar se reúnen los fieles quienes propiamente son el nuevo Templo, la Iglesia. Como dice el Apocalipsis: «No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero» (21, 22). El Apocalipsis ve en el Cordero y en la adhesión a Él, el templo vivo personal, que termina con todas las mediaciones metafóricas de los edificios y de los espacios sagrados. Se trata, por tanto, de un motivo que no significa la desacralización del espacio sino su integración plena en Cristo y en Dios.
La Jerusalén Celeste es la imagen plena de la felicidad eterna, accesible más allá de los confines de la historia y del mundo. El templo cristiano, imagen de la Jerusalén Celeste, se transforma en el lugar en que se celebra la salvación, la cual se recibe comunitariamente y en una acción de gracias. El edificio sacro está lleno de una simbología nueva y universal, se transforma en el seno de Dios desde el cual los hombres reciben la vida eterna en y por Cristo.
La Jerusalén presente es la Iglesia. En el arte esta adquiere siempre más los colores y los contornos de la Jerusalén Celestial, en el espíritu del Apocalipsis, que no es sólo el diseño de un Reino final y futuro, sino también un análisis simbólico de la historia y su fluir guiado por Cristo en medio de las dificultades y consecuencias del pecado y el mal, presentes en la historia de la humanidad. Un mal, sin embargo, vencido para siempre por la Muerte y Resurrección de Aquel que es el Señor de la Vida y de la Historia.
Podemos entonces concluir que el templo cristiano es símbolo y don de la Jerusalén Celeste: la luz, la decoración y la armonía de la construcción lo hacen, en algún modo, presente a los ojos de los fieles como un compendio sintético de la historia de la salvación.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que orientación tiene un templo de planta de cruz latina, interiormente y exteriormente. Gracias. amarelosolar@hotmail.com

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