lunes, 27 de febrero de 2012

EL SIGNO EN LA CIUDAD


En el indiferenciado y caótico tejido del actual contexto urbano sería fundamental hallar un lugar más reconocible donde pudiera el espíritu humano encontrarse con Cristo en la liturgia. Tal lugar habrá de ser un espacio urbano destinado al encuentro con el Señor y en el que se agrupen los seres humanos en torno a la única mesa y la única palabra; habrá de ser sobre todo reconocible como lugar santo; no sólo por el hecho de celebrarse en él el santo sacrificio, sino también en virtud de la santidad de quienes allí se congregan. Deberá ser un espacio acogedor y accesible, donde pueda el hombre encontrarse consigo mismo y encontrar al Otro en una dimensión de diálogo, de amistad y de oración y que estimule, por otra parte, la realización de la solidaridad humana.

El programa, simplemente perfilado y grávido de esperanza, no apunta inmediatamente a una tipología arquitectónica predeterminada; sus características implicaciones son: a) la acogida, entendida —en lenguaje arquitectónico urbanístico— como comodidad y facilidad de acceso, predisposición de ambientes aptos para el encuentro, no referidos, por consiguiente, a elaboradas simbologías; b) la integración arquitectónica y urbanística, como correlación con los espacios y las realidades urbanas circundantes. Una realización de este tipo debe contar con las condiciones de la vida local, así como con la forma, dimensión y características de las instalaciones humanas de su alrededor. La preeminencia dimensional y su monumentalidad predeterminadas no serían justificables si no se las confronta con la exigencia de individuación de un espacio social apropiado para la función señalada; c) la apertura, como posibilidad integradora del momento cultual con el misionero: por consiguiente, flexibilidad, adaptación a la realidad local dentro de su devenir, siguiendo programas concretos en relación con la vida de la comunidad. Más que de una sala, debe hablarse de una domus ecclesiae donde el espacio para la asamblea litúrgica es el corazón de un organismo vivo; d) la reconocibilidad, como presencia permanente y real de Cristo en la eucaristía, dentro de la ciudad, como señal, incluso, arquitectónica de reconocibilidad de un lugar donde Cristo, único sacerdote, provoca una respuesta aun por parte de cuantos no tienen conciencia de vivir una dimensión de fe.
De E. Abruzzini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas

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