miércoles, 25 de abril de 2012

LA PLEGARIA EUCARÍSTICA Y LAS DIVERSAS TRADICIONES LITÚRGICAS

Los textos de plegarias eucarísticas atestiguados por las diversas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente constituyen un campo de investigación tan vasto, que nos vemos obligados a limitar los acentos a algunas líneas esenciales.
Por lo que se refiere a Oriente, el análisis de los textos sugiere a los estudiosos el agrupar los textos en  torno a algunos ámbitos que resultan capaces de tipificar la riquísima producción al respecto: el tipo alejandrino, el antioqueno, el siriooriental; para Occidente se imponen las referencias a las cuatro grandes tradiciones: romana, ambrosiana, galicana e hispánica. Hay que notar que esta clasificación de carácter general no surge sólo de las consideraciones que ponen de relieve, dentro de las tradiciones de Oriente y de Occidente, una diversidad de estructura en el modo de componer entre sí los elementos de la anáfora; resultan todavía más decisivos los aspectos relevantes que connotan la especificidad de la inspiración temática propia de cada una de las tradiciones arriba indicadas. Bajo esta perspectiva debe decirse que la pluralidad de plegarias eucarísticas presentes en la tradición litúrgica revela las peculiaridades teológicas y espirituales de las "familias litúrgicas" a través de las cuales ella se ha ido expresando. Aunque no podemos aquí pretender ser completos, puede ser útil aludir a la riqueza y variedad de conclusiones a que conduciría un análisis comparado de plegarias eucarísticas de la misma época, pero provenientes de tradiciones litúrgicas diversas.


Ayudados también por estudios especializados, examinamos aquí el canon romano, la anáfora de la iglesia de Jerusalén y la de san Basilio".
El canon romano, como es sabido, está ya atestiguado en sus partes más antiguas por san Ambrosio en el De sacramentas (ca. 380), y ha sufrido en los siglos sucesivos una serie de integraciones y de modificaciones que deformaron la estructura original.
En su lenguaje solemne y hierático se ilumina una rica teología del ofrecimiento, y la temática del sacrificio encuentra en algunas referencias bíblicas acentos de un gran valor doctrinal; el esquema es articulado y complejo, muy diverso de las características totalmente peculiares de la tradición oriental. En cuanto al texto de la iglesia de Jerusalén, aparecen inmediatamente el esquema trinitario, dentro del cual se desarrolla una rica reflexión teológica, y la constante referencia a la Escritura; el tema epiclético encuentra un notable desarrollo, hasta el punto de aparecer capaz de interpretar en profundidad el significado de conjunto del memorial eucarístico; la oración de acción de gracias parte desde el  tema mismo de la creación. De la magnífica anáfora de san Basilio impresiona sobre todo la armónica fusión de las dos partes en las cuales se articula netamente: en la primera confluyen simultáneamente, dentro de una continua referencia a la biblia, una profunda contemplación del misterio y de los datos de un debate sobre los temas trinitarios y pneumatológicos, alcanzadas ya precisiones conclusivas y clarificadoras;  en la segunda, en cambio, la oración se abre a una súplica de intercesión, en la cual encuentran espacio simultáneamente todas las personas, grupos, experiencias que animan aquella concreta comunidad, y se da al misterio de la iglesia-comunión una consideración de gran amplitud.
Si nos hemos parado un poco, a modo de ejemplo, sobre estos aspectos, del todo insuficientes y esporádicos, es sobre todo porque creemos en el valor del método utilizado en este estudio monográfico y comparado; a parte de la ventaja de entrar a comprender la riqueza de muchas plegarias eucarísticas —las tres a las que hemos aludido constituyen sin duda ejemplos de entre los más significativos y merecedores de profundización—, una metodología como ésta permitiría captar, más allá de las muchas diversidades entre las tradiciones particulares, la presencia de constantes estructurales y temáticas de la anáfora cristiana.
También por esta razón nos parece necesario concluir esta rápida síntesis histórica con algunas consideraciones de orden general. Debe tenerse en cuenta ante todo que el progresivo proceso de separación y de superación de la matriz judía tiene lugar en virtud de una conciencia cada vez más lúcida de la novedad y de la definitividad de Cristo. Es su pascua, la alianza nueva ritualizada en la memoria litúrgica; en ella se hace a los creyentes el don del Espíritu de unidad y de reconciliación.
Aparece, por tanto, evidente que antes todavía de los debates teológicos, particularmente vivos por la insidia constante de las numerosas corrientes heréticas, la tradición anafórica cristiana se construye y se desarrolla a partir de la exigencia de confesar la fe en aquello que Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo. En esta perspectiva, no maravilla, de hecho, la presencia de un segundo dato complexivo proveniente de la tradición antigua: el de la pluralidad de los textos de plegarias eucarísticas. El Oriente, en particular, representa el testimonio al respecto más significativo, a causa de la riqueza y variedad de las tradiciones que lo constituyen.
Las múltiples vicisitudes que Dios ha vivido con su pueblo en el intento de conducirlo a la acogida de la realidad profunda de la alianza culminada en Cristo, hacen ya plausible, o incluso necesaria, una variedad de expresiones que revelen más adecuadamente su riqueza; a ello hay que añadir la progresiva experiencia de la palabra, que es propia del camino histórico de las iglesias particulares, y la intermitente amenaza de herejías.
El conjunto de estos elementos puede dar razón del hecho de que la  oración, que está en el corazón de la celebración eucarística, se vaya articulando en su formulación concreta también en referencia y como respuesta a esas realidades. Por su parte, la tradición litúrgica de Occidente —mucho menos rica y variada— presenta un dato singular: la tendencia a crear una relación más explícita entre el texto de la plegaria eucarística y los diversos misterios de Cristo celebrados a lo largo del curso del año litúrgico. Serían sobre todo el cuerpo prefacial de la liturgia romana y ambrosiana y diversos elementos de la tradición hispánica y ambrosiana quienes lo documentan; en todo caso, un dato de este tipo simplemente confirma, con un acento propio, la característica de fondo con que la antigüedad nos entrega el sentido de la anáfora: la de considerarla lugar autorizado de la confesión de fe del pueblo de Dios en la totalidad del misterio único e indiviso de Cristo.
F. Brovell

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