domingo, 4 de marzo de 2012

EL FUEGO DE LA VIGILIA PASCUAL

Desde siempre, la luz existe en estrecha relación con la oscuridad: en la historia personal o social, una época sombría va seguida de una época luminosa; en la naturaleza es de las oscuridades de la tierra de donde brota a la luz la nueva planta, así como a la noche le sucede el día.
La luz también se asocia al conocimiento, al tomar conciencia de algo nuevo, frente a la oscuridad de la ignorancia. Y porque sin luz no podríamos vivir, la luz, desde siempre, pero sobre todo en las Escrituras, simboliza la vida, la salvación, que es Él mismo (Sal 27,1; Is 60, 19-20).

La luz de Dios es una luz en el camino de los hombres (Sal 119, 105), así como su Palabra (Is 2,3-5). El Mesías trae también la luz y Él mismo es luz (Is 42.6; Lc 2,32).
Las tinieblas, entonces. son símbolo del mal, la desgracia, el castigo, la perdición y la muerte (Job 18, 6. 18; Am 5. 18). Pero es Dios quien penetra y disipa las tinieblas (Is 60, 1-2) y llama a los hombres a la luz (Is 42,7).
Jesús es la luz del mundo (Jn 8, 12; 9,5) y, por ello, sus discípulos también deben serlo para los demás (Mt 5.14), convirtiéndose en reflejos de la luz de Cristo (2 Cor 4,6). Una conducta inspirada en el amor es el signo de que se está en la luz (1 Jn 2,8-11).
Durante la primera parte de la Vigilia Pascual, llamada "lucernario", la fuente de luz es el fuego. Este, además de iluminar quema y, al quemar, purifica. Como el sol por sus rayos, el fuego simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminadora. Por eso. en la liturgia, los simbolismos de la luz-llama e iluminar-arder se encuentran casi siempre juntos.

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