lunes, 20 de mayo de 2013

CÁNTICOS DE LITURGIA DE LAS HORAS DEL APOCALIPSIS DE SAN JUAN

Himno de los redimidos (4, 11; 5, 9. 10. 12)

“Eres digno, Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.



Para la formación de este Cántico, la Liturgia une diversos versículos: el v.11 y último del cap. 4, y los vv. 9-10 y 12 del cap. 5. San Juan es transportado en espíritu al cielo. Allí contemplará las cosas celestiales y el anuncio de los sucesos futuros que tendrán lugar sobre la tierra. Pero antes de entrar oye una voz, la misma que había oído antes. Es la voz de Cristo revelador que aquí va a hacer de guía de Juan. Hasta ahora Jesucristo le ha mostrado cosas que son; mas en adelante le va a mostrar las cosas que ocurrirán en el futuro (4,1). Estas serán de grande importancia para la Iglesia y para el mundo.

Al entrar en el cielo, lo primero que ve Juan es a Uno que está sentado en un trono (4,2), rodeado de asistentes. Dios aparece como el Señor del universo y de los siglos. En el cielo, desde donde son dirigidos todos los sucesos del universo, Juan verá cómo el Señor Dios omnipotente confiere al Cordero el poder de su reino.

La corte celestial es representada por cuatro «Vivientes» (4,6), que evocan a los ángeles de la presencia divina en los puntos cardinales del universo, y por «veinticuatro Ancianos» (4,4), presbyteroi, que son los jefes de la comunidad cristiana, cuyo número alude a las doce tribus de Israel y a los doce Apóstoles, como síntesis de la Antigua y la Nueva Alianza.

Los veinticuatro Ancianos rodean el trono de Dios. Están sentados en sus tronos, vestidos de blanco y con una corona de oro sobre sus cabezas. Todo esto simboliza su poder y su gran dignidad. Las vestiduras blancas significan el triunfo y la pureza. Las coronas simbolizan su autoridad y la parte que toman en el gobierno del mundo. Además de reinar ejercen en la liturgia celeste un oficio sacerdotal.

Los veinticuatro Ancianos se asociaban a esta liturgia celestial postrándose de rodillas e inclinándose hasta tocar la tierra, según la costumbre oriental. Tomando luego sus coronas, que simbolizan el poder de gobernar el mundo, las arrojaban delante del trono de Dios (4,10). A estos signos de respeto y adoración añaden los Ancianos su propio himno litúrgico: «Eres digno, Señor, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas» (4,11). Esta doxología desarrolla el tema de la gloria de Dios en las obras de la creación. Dios es digno de que le alabemos, porque él es perfecto y su bondad se extiende a todo el universo. Ha creado todas las cosas y por su voluntad existen. La gloria y el honor es el reconocimiento de su dominio soberano sobre la creación.

Los ángeles del cielo, en quienes debe estar representada la creación entera, aclaman al Dios creador y conservador de todas las cosas.

La naturaleza con truenos y relámpagos contribuyen a realzar la majestad de Dios, como en la teofanía del Sinaí. Son la imagen tradicional de la voz y de la acción ad extra de Dios, sobre todo en las teofanías. Simbolizan, al mismo tiempo, el poder terrible que Dios tiene, y que manifestará castigando a los transgresores de su ley y a sus enemigos.

Los cuatro Vivientes, de los que habla Juan, están tomados de Ezequiel (1,10), y representan los cuatro reyes del reino animal: el león, rey de las fieras; el toro, rey de los ganados; el águila, rey de las aves, y el hombre, rey de la creación. La tradición cristiana ve también en estos símbolos a los cuatro evangelistas, que retratan la vida, la personalidad y las enseñanzas de Jesucristo. Los cuatro Vivientes no cesan ni de día ni de noche de ensalzar la santidad del Señor Dios todopoderoso. Los misteriosos Vivientes aclaman la santidad de Dios y, al mismo tiempo, su omnipotencia y eternidad (4,8). Esta doxología se inspira en Isaías (6,3), y corresponde al Sanctus que se canta en la misa.

El capítulo 5 tiene como tema central a Jesucristo redentor, al Cordero inmolado por los pecados del mundo. La adoración va dirigida al Cristo glorioso, vencedor por su pasión y muerte redentora. En sus manos pone el Padre Eterno los destinos futuros de la humanidad. Él llevará a cumplimiento los planes divinos, luchando contra las fuerzas adversas de su Iglesia, y logrando el triunfo definitivo sobre el mal. Al recibir el Cordero la suprema investidura de manos del Padre, todas las criaturas, ángeles, ancianos y los cuatro seres vivientes, cantan un himno de alabanza y adoración.

A la derecha de Dios ve el profeta un libro (5,1), es decir, un rollo de papiro conteniendo los decretos divinos contra el Imperio romano, modelo de todos los imperios paganos perseguidores de los cristianos. El contenido del libro es secreto por eso está sellado con siete sellos.

Un ángel grita con fuerte voz si hay alguien digno, o capaz, de abrir el libro (5,2), pero nadie responde. Nadie es digno, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los abismos, de abrir el libro (5,3). Nadie posee la dignidad suficiente para atreverse a escudriñar los destinos futuros de la humanidad.

Ante el silencio de toda la creación, el profeta, prorrumpe en llanto (5,4), porque comprende cuál es el contenido del rollo, y piensa que no será posible conocer la revelación de aquel libro misterioso, y, en consecuencia, tampoco tendrá la alegría de contemplar el triunfo final del reino de Dios y de su Iglesia sobre los poderes del mal, personificados en las autoridades del Imperio romano. Uno de los Ancianos lo tranquiliza diciendo: «No llores, mira que ha vencido el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, y que puede abrir el libro» (5,5). Sólo Cristo es capaz de abrir el libro porque Él ha triunfado, mediante su pasión y resurrección, del pecado y de la muerte.

El León anunciado aparece de repente bajo la forma de Cordero (5,6). Es Cristo, el cordero pascual inmolado por la salvación del pueblo elegido. El Cordero se acerca al trono y recibe el libro de manos del que está sentado en él (5,7). Los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postran, en señal de adoración, delante del Cordero glorioso (5,8). Tienen en sus manos cítaras, para acompañar el cántico nuevo que en seguida entonarán, y copas de oro llenas de perfume (5,9). Estos perfumes simbolizan las oraciones de todos los fieles de la Iglesia que aún viven en la tierra. Los Ancianos se muestran como suplicantes intercesores.

Los ancianos y los Vivientes cantan a Cristo redentor. Él ha rescatado con su sangre a toda la humanidad, confiriendo a todos los salvados la dignidad de reyes y sacerdotes (5,10). Todos los cristianos han comenzado ya a reinar espiritualmente desde que Cristo ha sido glorificado, y son poderosos delante de Dios por su intercesión.

El cántico de los Vivientes y de los ancianos es acompañado por el coro de ángeles, que aclaman y confiesan al Cordero, inmolado por la salud de la humanidad, proclamándolo digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (5,12). Estos siete términos indican la plenitud de la dignidad y de la obra redentora de Cristo. A la perfección de la obra divina, alcanzada por la redención, corresponde la perfecta glorificación de aquel que la ha realizado.

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