lunes, 27 de agosto de 2012

PARTICIPACIÓN: CONOCIMIENTO, ACCIÓN Y EMOTIVIDAD


Todo el contenido de la Sacrosanctum Concilium está dirigido a hacer explicito el concepto de participación activa en la liturgia. La constitución conciliar usa en 16 números el término participación, acompañándola con diversos adjetivos que especifican su significado (11, 14, 17, 19, 21, 27, 30, 31, 41, 48, 50, 55, 79, 114, 121, 124). Los adjetivos que se utiliza más frecuente, con participación, son “activa” (5 veces), Consciente (4 veces), fructuosa, plena, comunitaria, pía, fácil. Todos estos adjetivos involucran las tres dimensiones de la persona humana: acción (voluntad), conocimiento (inteligencia) y emotividad (pía, fructuosa, plena).






            El aspecto cognoscitivo de la participación constituye una preocupación central de la Sacrosanctum Concilium. La participación consciente es una exigencia de la misma naturaleza de liturgia, y a la cual tienen derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano[1]. Los textos y los ritos deben estar ordenados de modo tal que expresen con claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, que los fieles puedan comprenderlas fácilmente[2]. Los padres conciliares insisten sobre la necesidad de la comprensión correcta de los contenidos de la celebración litúrgica. Por esto los clérigos, son los primeros que  «deben adquirir una formación litúrgica de la vida espiritual, […] que les permita comprender los sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma»[3], para que después, puedan transmitir esta experiencia a los fieles laicos.



            La participación consciente, no significa una comprensión integra del contenido de cada una de la oraciones que forman parte de la liturgia, sino un esfuerzo de interiorización de estas palabras, haciéndolas propias y dejando que ellas penetren en lo profundo del ser cambiando la propia existencia e involucrándonos vivamente en la celebración de los misterios de la salvación. Los cristianos no deben participar a los misterios de la fe como extraños o mudos espectadores. Los ritos y oraciones deben manifestar con claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión, para que sea posible la más fácil la piadosa y activa participación de los fieles[4].



            La participación consciente, relacionada con la dimensión cognoscitiva, está íntimamente relacionada con la participación activa, porque una persona no puede ser involucrada plenamente en el rito, sin un grado de comprensión de aquello que en él sucede. La participación activa, no se resuelve con la sola conciencia o conocimiento racional, en él entra en juego la acción litúrgica, ya que el rito es sobre todo acción. El lenguaje litúrgico implica todo el cuerpo. La participación activa es un cuerpo activo según las modalidades del rito.



            La acción en contexto litúrgico no significa solamente aquellos que se hace durante la celebración, sino en el dejarse mover por el rito. Se participa padeciendo la acción. La participación activa es ser parte de la acción ritual en la cual el hombre es pasivo porque se deja anticipar por el sacro, por misterio, por Dios. Cristo es el sujeto principal de la liturgia y nos hace partícipes de su obra[5].



            Insistir sobre el conocimiento y la acción, no debe llevarlos a considerar la esfera emotiva como un aspecto meramente subjetivo, fruto de la experiencia religiosa individual, porque en la liturgia es involucrada toda la personas, con todas su dimensiones[6]. No es justo contraponer el rito a las emociones por el solo hecho que ellas están relacionadas al aspecto subjetivo de la experiencia humana. El aspecto objetivo implica el “estar de frente” a la realidad, mientras que la participación implica el “estar dentro” la realidad que es típico del aspecto subjetivo. El sentir emotivo de ser parte del misterio, no tiene menor valor que el saber racional. El rito está formado por palabras, gestos, sonidos, silencios, imágenes, espacios, aromas, contactos, relaciones, que ponen al sujeto en dialogó con Dios, con los demás y consigo mismo, provocando la reacción de los sentimientos, que los empujan a dejarse conducir hacia la intima experiencia del misterio que se celebra.



            Pío XII en la Mediator Dei, cuando habla de la participación de los fieles en el sacrificio Eucarístico dice:



Conviene […] que todos los fieles se den cuenta de que su principal deber y su mayor dignidad consiste en la participación en el sacrificio eucarístico; y eso, no con un espíritu pasivo y negligente, discurriendo y divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote[7].



            Los cristianos deben hacer propios aquellos sentimientos de Cristo, cuando se ofrecía en sacrificio, suscitando el honor, la alabanza y la acción de gracias. Pablo exhorta a la filipenses: «Habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo» (2,5). Esto aplicando al rito es ofrecerse a sí mismo, junto con Cristo, por Él y con Él. Los fieles uniéndose a las palabras del sacerdote que celebra oran junto con él, con los mismos sentimientos de la Iglesia[8].

Tomás H. Jerez




                [1] Cf. SC 14.


                [2] Cf. SC 21.


                [3] SC 17.


                [4] Cf. SC 50.


                [5] En la liturgia  actúa el «Cristo total», Cabeza y Cuerpo. En cuanto sumo Sacerdote, Él celebra la liturgia con su Cuerpo, que es la Iglesia del cielo y de la tierra. La liturgia del cielo la celebran los ángeles, los santos de la Antigua y de la Nueva Alianza, en particular la Madre de Dios, los Apóstoles, los mártires y «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas» (Ap 7, 9). Cuando celebramos en los sacramentos el misterio de la salvación, participamos de esta liturgia eterna (Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, 233-234).


                [6] Tan lejos está la sagrada liturgia de reprimir los íntimos sentimientos de cada uno de los cristianos, que más bien los enfervoriza y estimula a que se asemejen a Jesucristo y a que por El se encaminen al Eterno Padre: por lo cual ella misma quiere que todo el que hubiere participado de la hostia santa del altar, rinda a Dios las debidas gracias. Pues a nuestro divino Redentor le agrada oír nuestras súplicas, hablar con nosotros de corazón a corazón y ofrecernos un refugio en el suyo ardiente (MD 155).


                [7] MD 99.


                [8]Cf. MD 128.

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