martes, 1 de mayo de 2012

PARA UNA CELEBRACIÓN AUTÉNTICA DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

Todas las consideraciones hechas en precedencia conducen ya a subrayar diversos elementos importantes que deben entrar a formar parte de una preocupación pastoral, para que la celebración de la plegaria eucarística sea lo más verdadera posible. Nos parece, sin embargo, que subrayar algunos aspectos de carácter conclusivo puede completar mejor nuestro discurso.
Pensamos, ante todo, en la dimensión propiamente catequética: un momento central como el de la participación en la eucaristía requerirá la constante preocupación de introducir a aquellos que participan en ella en la comprensión y la vivencia de lo que celebran. Bajo este aspecto, la comprensión vital de la plegaria eucarística —su sentido global, el significado de su estructura y de los elementos particulares que la componen, su inspiración de fondo— se revela como un aspecto prioritario de la acción pastoral. No es inútil recordar a propósito cómo la notable abundancia de textos de plegarias eucarísticas para el uso litúrgico permite una catequesis muy amplia y articulada; quien sepa valorar inteligentemente la peculiaridad de cada una de las anáforas tendrá un amplio abanico de perspectivas y de subrayados para introducir en la comprensión inteligente de aquello que la iglesia trata de hacer cuando invita a participar en la celebración de la cena del Señor.

Ya hemos indicado la preocupación de hacer también del momento de la anáfora un lugar de participación activa por parte de toda la asamblea, evitando el riesgo de que se transforme en el tiempo de mayor ausencia de los presentes y de su menor implicación en la acción ritual. El problema no es de fácil solución: por una parte, apuntar únicamente a la variabilidad continua de los textos, proponiéndose  primariamente mantener  viva la atención, podría correr el riesgo de sustraer o atenuar las ventajas  de una inteligente repetitividad; por la otra, una concepción formal de oración presidencial podría implicar  una excesiva lejanía respecto de la asamblea, eliminando las innegables posibilidades de participación que comportaría una serie más amplia de intervenciones directas. Tal vez la dirección emprendida por la reforma se revele como el sendero más equilibrado y fecundo; hay que auspiciar que permanezca lo más abierto posible, para que pueda expresar también todas las potencialidades que tiene dentro de sí. No nos parece, en cambio, inútil remitir a un problema más general de participación en la eucaristía; también a propósito de la plegaria eucarística se plantea la cuestión relativa a la parte de un todo. Por más que sea central, la anáfora no agota el rito eucarístico; para que  sea adecuadamente intensa y participada, exige ser celebrada por una asamblea que ya ha acogido dentro de sí la palabra de la fe: alimentada por este anuncio que convoca a la salvación, la comunidad se abre a la acción de gracias dirigida al Padre de nuestro Señor Jesucristo, en el Espíritu, para después significar en el gesto del pan compartido y en la participación en el cáliz la propia voluntad de comunión. Bajo esta perspectiva, la plegaria eucarística necesita estar implicada en toda la dinámica que recorre la celebración eucarística.
F. BrovellI


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