lunes, 20 de junio de 2011

El sacerdote en la “Praeparatio” y en la Acción de Gracias de la Santa Misa


1. La oración íntima y personal de Jesús
Para el sacerdote, dar fruto en la vida y en el ministerio depende de la unión con Dios, unión que está en la base también del hecho de que los fieles se dirijan a él para que rece por ellos. Jesucristo confió a aquellos que le seguían más de cerca una palabra que aclara el sentido de todo el bien que habrían hecho: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5). El mismo Señor Jesús, en el contexto de los muchos milagros realizados por él, estableció un tiempo para estar solo, para dedicar a la oración a su Padre celestial. Para Jesús, la oración oficial de la liturgia era soportada por una vida interior, en la cual la reserva apoyaba esa intimidad que nutre la oración personal. Las dimensiones eclesial y comunitaria se refuerzan por una relación personal similar con Dios, que cada fiel espera poder profundizar.

La búsqueda de Dios, que da significado a la vida de los que lo aman, sirve de recuerdo cotidiano del hecho de que toda bendición proviene y al mismo tiempo dirige hacia el Dios omnipotente. La Sagrada Escritura describe de forma vívida el alimento que Jesús tomaba de su vida de oración escondida: “él se retiraba a lugares desiertos para orar” (Lc 5,16). Del mismo modo, notamos la importancia de los distintos momentos del día, por el hecho de que Jesús se muestra particularmente atento al silencio de la oración, en la que busca la voluntad del Padre. Momentos similares animan un especial recogimiento y una cercanía ininterrumpida: “Por la mañana se alzó cuando aún estaba oscuro y, tras salir de casa, se retiró a un lugar desierto y allí rezaba” (Mc 1,35); “Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo” (Mt 14,23).
2. La oración íntima y personal del sacerdote
El sacerdote, consciente de participar en la obra de Cristo, se esfuerza por seguir su ejemplo, por guiar el santo pueblo de Dios al Padre, a través de Cristo en el Espíritu Santo. Él sabe muy bien que, dado que sus defectos dañan la credibilidad de su testimonio, debe pedir con no menor urgencia a Dios que infunda en él las virtudes propias de su estado. Parte de la homilía propuesta en el rito de ordenación del presbítero instruye a aquel que va a ser ordenado de esta forma: “Así continuarás la obra de santificación de Cristo. A través de tu ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque está unido al sacrificio de Cristo, es ofrecido a través de sus manos en el nombre de la Iglesia de forma incruenta sobre el altar, en la celebración de los sagrados misterios. Reconoce lo que haces, imita a aquel que tocas, para que celebrando el misterio de la muerte y resurrección del Señor, puedas mortificar en ti mismo todos los vicios y prepararte a caminar en una vida nueva” [1].
Se ve, por ello, que el motivo de una particular preparación del sacerdote antes de la Misa y el agradecimiento después de ella reside en el beneficio para la Iglesia entera, porque el sacerdote que santifica al pueblo cristiano necesita él en primer lugar ser colmado por el espíritu de santidad. Siempre es de ayuda al sacerdote haber tomado un momento para considerar los textos que rezará durante la Misa, sea en el día en el que participará la asamblea, sea cuando falta esta. Oportunas reflexiones previas sobre los textos pueden estimular un deseo más profundo de Dios. La preparación textual constituye una preparación litúrgica coherente para la Santa Misa, no en último término porque está basada en la Sagrada Escritura. Un sacerdote que cultiva el silencio personal en el tiempo que precede y que sigue a la Santa Misa, con su misma disposición animará el espíritu de meditación.
Un sacerdote en atención pastoral podría tener que luchar para establecer el silencio deseable en toda sacristía, especialmente si se presenta la necesidad de tener que recibir en ella a los fieles. Pero precisamente para él en particular, los textos de preparación antes de la Misa y de agradecimiento después de ésta pueden ser rezados en cualquier momento. Éstos reconocen también las limitaciones de tiempo y por ello se presentan como un apoyo espiritual más que como una imposición de obligación sobre el sacerdote que intenta celebrar la Misa del modo más reverente posible. Debe señalarse que la ligera categoría [blanda rubrica] que se encuentra bajo los títulos de la Praeparatio ad Missam y de la Gratiarum Actioen el Misal de 1962 reconoce estas exigencias concretas del sacerdote [2]. Ningún acto de amor, por definición, es apresurado. Habiendo ofrecido el supremo sacrificio del amor de Cristo, es de esperar que un sacerdote sea movido a hacer lo que sea posible para encontrar un tiempo, aunque sea breve, para una acción de gracias después de la Misa. Y se sentirá reforzado por haberlo hecho.
La preparación de un sacerdote para la Misa será ulteriormente apoyada por el ciclo de la Liturgia de las Horas, que enriquece la vida de todo sacerdote. La antigua sabiduría del Ritus Servandus in Celebratione Missae, que se encuentra aún en la primera parte del Misal de 1962, presume la importancia intrínseca del Oficio Divino para la vida interior del presbítero. Ésta establecía que los Maitines (actual Oficio de Lectura, n.d.t.) y los Laudes debían haberse completado antes de la celebración. También debe decirse que el contexto de esa prescripción secular no podía tener presente la Misa de la tarde [3].
Dado que la Misa se celebra actualmente en cualquier hora del día litúrgico, ya no se aplica esta norma de modo restrictivo, sin embargo los Principios y Normas para la Liturgia de las Horas explican atentamente la conexión entre la celebración de la Eucaristía y la Liturgia de las Horas: “Cristo ha mandado: 'Hay que rezar siempre sin descanso' (Lc 18,1). Por ello la Iglesia, obedeciendo fielmente a este mandato, no cesa nunca de elevar oraciones y nos exhorta con estas palabras: 'Por medio de él (Jesús) ofrecemos continuamente un sacrificio de alabanza a Dios' (Hb 13,15). A este precepto la Iglesia responde no solo celebrando la Eucaristía, sino también de otras formas, y especialmente con la Liturgia de las Horas, la cual, entre las demás acciones litúrgicas, tiene como característica, por antigua tradición cristiana, santificar todo el transcurso del día y de la noche” [4].
 3. La Praeparatio ad Missam
3.1. La comparación de los textos ofrecidos para la Praeparatiomuestran que las mismas oraciones están incluidas en las dos formas del Rito Romano, aunque hayan sido reducidas a cuatro en el Missale Romanum de 1970. En este, encontramos la oración Ad Mensam de san Ambrosio; la Omnipotens sempiterne Deus, ecce accedo de santo Tomás de Aquino; una oración a la Beata Virgen María, O Mater pietatis et misericordiae; y la Fórmula de Intención Ego volo celebrare Missam [5]. A raíz de una primera reforma de las indulgencias hecha después del Concilio Vaticano II y publicada en el Enchiridion de las Indulgencias de 1968, no se mencionan las indulgencias que fueron unidas a la recitación de estas oraciones por Pío IX, cuyos detalles habían sido publicados en el Misal de 1962.
3.2. Amplios textos adornan ese Misal, La antífona Ne reminiscaris pide a Dios que sea misericordioso a pesar de nuestros pecados y de los de aquellos que nos han precedido. Esta va seguida por los salmos 83, 84, 85, 115 y 129. El Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison y el Pater noster, cuyas dos últimas líneas forman el inicio de una serie de versículos, son seguidos por un número de colectas breves. En algunos manuales devocionales estas siete colectas se atribuyeron a san Ambrosio y asignadas a los diversos días de la semana. Sea como sea, por como están colocadas en el Misal, se considera que deben decirse sucesivamente bajo una única conclusión. Todas, excepto la séptima, se concentran sobre la obra de santificación del Espíritu Santo. La séptima colecta es seguida por una doxología más larga que concluye la serie. La primera colecta reza para que el Espíritu Santo resplandezca en nuestros corazones, para que podamos celebrar dignamente los santos misterios. La segunda pide que podamos amar a Dios perfectamente y alabarlo dignamente. La tercera, que podamos servir a Dios en la castidad y pureza de espíritu, mientras que la cuarta implora al Paráclito que ilumine nuestras mentes. La quinta pide la fuerza del Espíritu Santo para expulsar las fuerzas del enemigo. La sexta colecta pide la sabiduría y la consolación, y la última pide a Dios que nos purifique y que haga de nosotros el lugar de su morada.
3.3. La extensa Oratio Sacerdotis ante Missam está dividida en el Misal en siete partes, una por cada día de la semana, y forma una meditación orante sobre la imitación de las virtudes de Cristo, Sumo Sacerdote. Su significado es tan confortante como exigente. La relevancia de sus diversos temas es adecuada a su estilo literario, que es insistente e íntimo. El domingo, el sacerdote pide al Espíritu Santo que le enseñe a tratar los santos misterios con reverencia, honor, devoción e íntimo temor. El lunes, se concentra sobre su necesidad de castidad perfecta, mientras que el martes, el sacerdote reconoce su propia indignidad al celebrar la Misa y, mientras proclama su fe en que Dios puede suplir cuanto le falta, pide percibir su presencia mientras celebra y también ser rodeado por los ángeles. El miércoles sale a la luz el elenco de las necesidades sociales de las personas por las cuales Cristo derramó su Sangre. El jueves, el sacerdote, mientras mendiga la misericordia divina, recuerda cómo la providencia socorre la fragilidad humana: “Tu amas todo lo que existe, y no desprecias nada de cuanto has hecho” [6]. El viernes, el sacerdote reza especialmente por los difuntos y el sábado reflexiona sobre el gran don del Santísimo Sacramento y suplica que éste le pueda conducir a ver a Dios cara a cara.
3.4. El Ad Mensam de san Ambrosio pide que el Cuerpo y la Sangre de Cristo puedan perdonar al sacerdote sus pecados y protegerlo de sus enemigos. La Oración de santo Tomás de Aquino, en cambio, pide que el poder curador del Santísimo Sacramento pueda preparar al sacerdote a la visión eterna de Dios. En la Oración a la Beata Virgen María, el sacerdote reza no sólo por sí mismo, sino por todos sus hermanos que celebran la Misa ese día en todo el mundo. Siguen oraciones a san José, a todos los ángeles y santos y finalmente una oración al santo en honor del cual será celebrada la Misa. La Fórmula de Intención recuerda al sacerdote la intención de la Iglesia respecto a la celebración de la Misa, así como su papel dentro de la misma. El sacerdote no opera solo. Lo que él realiza ha sido entregado por Cristo a su Iglesia, confirmado por el Magisterio y apoyado por la Tradición. El sacerdote hace presente el Cuerpo y Sangre de Cristo. Él sigue el rito de la santa Iglesia católica. Su objetivo es el de alabar a Dios y a la Iglesia celeste, mientras reza por la terrena, y en particular por todos aquellos que se han encomendado a sus oraciones, como también por el bienestar de toda la Iglesia católica. Después, al rezar por todos los fieles, el sacerdote pide que el Señor le conceda a él y a todos alegría con paz, cambio de vida, un espacio de verdadera penitencia, la gracia y el consuelo del Espíritu Santo y la perseverancia en las buenas obras.
 4. La Gratiarum Actio post Missam
4.1. El cuerpo de textos que forma el agradecimiento tras la Misa muestra amor, humildad y fe que se exaltan en el don sublime de la Santísima Eucaristía. El Missale Romanum de 2002 contiene la Oración Universal atribuida al papa Clemente XI y el Ave María. Además, en común con el Misal de 1962, contiene la Oración de santo Tomás de Aquino; las Aspiraciones al Santísimo Redentor o Anima Christi; la Ofrenda de sí o Suscipe; la Oración ante Nuestro Señor Jesucristo crucificado e En Ego; y la Oración a la Beata Virgen María. A estos textos en el Misal de 1962 se anexaban las indulgencias de los papas Pío X, XI y XII, mientras que algunos textos del Missale Romanum de 2002 han sido incluidos también en el Enchiridion de las Indulgencias.
4.2. En el Misal de 1962, una antífona precede al Benedicite (cf. Dn 3,56-58) y al Salmo 150. Observando la misma estructura de la Preparación a la Misa, el Kyrie eleison y algunos versículos abren el camino a algunas colectas. La primera de ellas reza para que, como los tres jóvenes fueron sacados ilesos de las llamas, así puedan los siervos del Señor evitar las heridas del pecado. La segunda colecta pide que las obras buenas que Dios ha comenzado en sus siervos puedan llegar a su cumplimiento, mientras que la tercera, que tiene un tema semejante a la primera, es una oración a san Lorenzo, diácono y mártir, a quien se halló vencedor en el sufrimiento. Las devociones que el sacerdote puede recitar pro opportunitate poseen expresiones semejantes a las peticiones de protección en nuestro viaje hacia el cielo. Tras la oración de santo Tomás hay otra (alia oratio) y el himno métrico Adoro Te, sigue la amada oración del Anima Christi. El Suscipe y el En Ego preceden a otra oración que pide que la Pasión de Cristo sea la fuerza del sacerdote, su defensa y gloria eterna. Antes de las oraciones a san José y al santo en honor del cual se ha celebrado la Misa, la Oración a la Beata Virgen María ofrece a Jesús, que ha sido recibido en la Santísima Eucaristía, a la Virgen Madre, para que Ella pueda volver a ofrecerlo en el supremo acto de adoración (latreia), o culto perfecto, a la Santísima Trinidad.
 5. Conclusión
El Ordenamiento General del Misal Romano establece: “Es por ello de suma importancia que la celebración de la Misa, o Cena del Señor, esté ordenada de tal forma que los sagrados ministros y los fieles, participando en ella cada uno según su propio orden y grado, traigan abundancia de los frutos por los que Cristo instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre y lo ha confiado, como memorial de su Pasión y resurrección, a la Iglesia, su amadísima esposa” [7]. La preparación del sacerdote a la Misa y al acto de acción de gracias sucesivo se completan mutuamente. Estos nutren la reverencia en los corazones y en las mentes de los fieles que son ayudados a participar con mayor intensidad en la liturgia celebrada por un sacerdote que se ha beneficiado de la oportunidad de recogimiento. Lo que anima la preparación previa promueve también la acción de gracias sucesiva a la Misa. Ambas guían continuamente a la Iglesia hacia y desde el Sacrificio eucarístico que celebra y hace presente los frutos del misterio pascual hasta que Cristo vuelva en el fin de los tiempos


Notas
1) Pontificale Romanum, “De Ordinatione Episcopi, Presbyterorum et Diaconorum”, cap. 2, n. 151: Munere item sanctificandi in Christo fungéris. Ministério enim tuo sacrifícium spirituále fidélium perficiétur, Christi sacrifício coniúnctum, quod una cum iis per manus tuas super altáre incruénter in celebratióne mysteriórum offerétur. Agnósce ergo quod agis, imitáre quod tracta, quátenus mortis et resurrectiónis Dómini mystérium célebrans, membra tua a vítiis ómnibus mortificáre et in novitáte vitæ ambuláre stúdeas.
2) La expresión Praeparatio ad Missam impresa en negro está seguida por otra: pro opportunitate sacerdotis facienda escrita en rojo, lo que califica los textos como recursos facultativos que el sacerdote puede usar según las circunstancias.
3) Sacerdos celebraturus Missam […] saltem Matutino cum Laudibus absoluto.
4) Institutio Generalis de Liturgia Horarum, cap. 1, n. 10.
5) Missale Romanum, editio typica tertia 2002, nn. 1289-1291.
6) Sb 11,24 forma el introito del Miércoles de Ceniza, tanto en la forma ordinaria como en la extraordinaria del Rito Romano.
7) Institutio Generalis Missalis Romani, 2002, n. 17.

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