jueves, 6 de enero de 2011

EUCARISTÍA

I. SENTIDOS DE LA PALABRA.

1. Acción de gracias y bendición.

Eucaristía significa de suyo reconocimiento, gratitud ; de ahí, acción de gracias. Este sentido, el más ordinario en el griego profano, se halla igualmente en la Biblia griega, particularmente en las relaciones humanas (Sab 18,2; 2Mac 2,27; 12,31; Act 24,3; Rom 16,4). Para con Dios, la *acción de gracias (2Mac 1,11; lTes 3,9; lCor 1,14; Col 1,12) adopta de ordinario la forma de una oración (Sab 16,28; lTes 5,17s; 2Cor 1,11; Col 3,17; etc.), por ejemplo, al principio de las cartas paulinas (p,e., lTes 1,2). Entonces converge naturalmente con la *bendición que celebra las «maravillas» de Dios, pues estas maravillas se expresan para el hombre en beneficios que dan a la *alabanza un matiz de reconocimiento; en estas condiciones la acción de gracias va acompañada de una anamnesis por la que la *memoria evoca el pasado (Jdt 8,25s; Ap 11,17s), y el eukharistein equivale al eulogein (lCor 14,16ss). Esta eulogía-eucaristía se halla particular-mente en las comidas judías, cuyas bendiciones alaban y dan gracias a Dios por los alimentos que ha dado a los hombres. Pablo habla en este sentido de comer con «eucaristía» (Rom 14,6; lCor 10,30; lTim 4,3s).

LA CRUZ

Jesús murió crucificado. La cruz, que fue el instrumento de la redención, ha venido a ser, juntamente con la *muerte, el *sufrimiento, la *sangre, uno de los términos esenciales que sirven para evocar nuestra salvación. No es una ignominia, sino un título de gloria, primero para Cristo, luego para los cristianos.

 



CUERPO DE CRISTO

Según el NT, el cuerpo de Cristo desempeña una función capital en el misterio de la redención. Pero la expresión reviste diferentes sentidos: unas veces designa el cuerpo individual de Jesús, otras su cuerpo eucarístico, otras el cuerpo del que nosotros somos miembros y que es la Iglesia.

I. EL CUERPO INDIVIDUAL DE JESÚS.

1. Jesús en su vida corporal.

Jesús compartió nuestra vida corporal : este hecho básico aparece en todas las páginas del NT. Según la carne, dice Pablo, desciende de los patriarcas y de la posteridad de David (Rom 1,3; 9,5); nació de una mujer (Gá'l 4,4). En los evangelios se impone por todas partes la realidad de su naturaleza humana, sin que sea necesario mencionar explícitamente su cuerpo: está sujeto al *hambre (Mt 4,2 p), a la fatiga (Jn 4,6), a la sed (4,7), al *sueño (Mt 4,38), al *sufrimiento... Para insistir en estas mis-mas realidades, Juan habla más bien de la *carne de Jesús (cf. Jn 1,14), fulminando el anatema contra los que niegan a «Jesús venido en carne» (1Jn 4,2; 2Jn 7).

EL BAUTISMO EN LA SAGRADA ESCRITURA

El nombre de «bautismo» deriva del verbo baptein/baptizein, que significa «sumergir, lavar». El bautismo es, pues, una inmersión o una ablución. El simbolismo del *agua como signo de purificación y de vida es tan frecuente en la historia de las religiones que no puede sorprender su existencia en los misterios paganos. Pero las semejanzas con el sacramento cristiano son puramente exteriores y no afectan a las realidades profundas. Las analogías se han de buscar primero en el AT, en las creencias judías y en el bautismo de Juan.
1. AT Y JUDAÍSMO. 1. El papel purificador del agua es muy marcado en el AT. Aparece en diversos acontecimientos de la historia sagrada, que en lo sucesivo serán mirados como prefiguraciones del bautismo: por ejemplo, el *diluvio (cf. lPe 3,20s), o el paso del *mar Rojo (cf. lCor 10,1s). En numerosos casos de impureza impone la ley abluciones rituales que *purifican y capacitan para el culto (Núm 19,2-10; Dt 23, 10s). Los profetas anuncian una efusión de agua purificadora del pecado (Zac 13,1). Ezequiel asocia esta lustración escatológica con el don del Espíritu de Dios (Ez 36,24-28; cf. Sal 51,9.12s).

EL AGUA EN LA SAGRADA ESCRITURA

El agua es, en primer lugar, fuente y poder de vida: sin ella no es
la tierra más que un desierto *árido, país del hambre y de la sed, en
el que hombres y animales están destinados a la muerte. Sin
embargo, hay también aguas de *muerte: la inundación devastadora
que trastorna la tierra y absorbe a los vivientes. Finalmente, el culto,
trasponiendo un uso de la vida doméstica, se sirve de las abluciones
de agua para *purificar a las personas y a las cosas de las manchas
contraídas a lo largo de los contactos cotidianos. Asi el agua,
alternativamente vivificadora o temible, pero siempre purificadora,
está íntimamente unida con la vida humana y con la historia del
pueblo de
la Alianza.

El ÁRBOL EN LA SAGRADA ESCRITURA

El árbol es a los ojos del hombre el signo tangible de la fuerza vital
que ha esparcido el Creador en la naturaleza (cf. Gen 1,11s). A cada
primavera anuncia su renacimiento (Mt 24, 32). Cortado, vuelve a
brotar (Job 14,7ss). En el desierto árido indica los lugares donde el
*agua permite la vida (Ex 15,27; Is 41,19). Alimenta al hombre con
sus frutos (cf. Dan 4,9). Esto es suficiente para que se pueda
comparar con un árbol verdegueante, ya al hombre justo al que Dios
bendice (Sal 1,3; Jer 17,7s), ya al pueblo, al que colma de favores
(Os 14,6s). Es cierto que hay árboles buenos y malos, que se
reconocen por sus *frutos; los malos sólo merecen ser cortados y
arrojados al fuego; igualmente los hombres en el momento del *juicio
de Dios (Mt 7,16-20 p; cf. 3,10 p; Lc 23,31). A partir de este
significado general, el simbolismo del árbol se desarrolla en la Biblia
en tres direcciones.

miércoles, 5 de enero de 2011

L’ARTE DI CELEBRARE: UN IMPEGNO PER TUTTI

Il modo ordinario per alimentare la fede della maggior parte dei  fedeli passa attraverso la Messa domenicale. Essa è la normale catechesi e la preghiera basilare dalle quali la fede viene continuamente rinverdita e la spiritualità irrobustita. Ci si domanda tuttavia quali sono le condizioni perché tale incontro domenicale sia fruttuoso e non scada in un costume abitudinario senza incisività nella vita di fede. Questo è un pericolo sempre latente e richiede continua vigilanza. Il precetto domenicale, infatti, se da un lato stimola alla fedeltà, dall’altro può indurre ad una osservanza passiva, solo formale e quindi infruttuosa. Ecco allora il valore di una partecipazione cosciente e attiva alla celebrazione liturgica, che si esplica nell’arte del celebrare (ars celebrandi). Questa espressione però non riguarda solo alcuni fedeli: sacerdote, ministri, ecc., ma coinvolge tutti i partecipanti alla celebrazione.