viernes, 24 de mayo de 2013

CÁNTICOS DE LITURGIA DE LAS HORAS DEL APOCALIPSIS DE SAN JUAN

El juicio de Dios (11, 17-18; 12, 10-12)

«Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos, los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra».

«Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas».



El capítulo 11 describe la escena en la cual, al toque de la séptima trompeta, resuena en el cielo cantos de júbilo por el establecimiento de la soberanía de Dios en el mundo; los veinticuatro ancianos, que representan a todos los justos de la antigua y la nueva alianza, adoran a Dios entonando un himno que tal vez ya se usaba en las asambleas litúrgicas de la Iglesia primitiva. Adoran a Dios, señor del mundo y de la historia, dispuesto ya a instaurar su reino de justicia, de amor y de verdad.
Tocó el séptimo ángel su trompeta, entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: «Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; reinará por los siglos de los siglos». Es el canto de los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios se postran rostro en tierra y adoraron a Dios haciendo propias las palabras de los salmos: del 2, que es un himno mesiánico (2,1-5), y del 98, que celebra la realeza divina (98,1). Ensalzan el juicio justo y decisivo que el Señor está a punto de realizar sobre toda la historia humana.
Es significativa la identidad de los justos, salvados ya en el reino de Dios. Se dividen en tres clases de «siervos» del Señor: los profetas, los santos y los que temen su nombre (11,18). Es como un retrato espiritual del pueblo de Dios, según los dones recibidos en el bautismo y que se han hecho fructificar en la vida de fe y de amor (19,5).
El capitulo 12 relata la maravillosa escena del enfrentamiento de la Mujer y el Dragón. El vidente contempla en la mujer circundada de luz a una figura de grandeza y esplendor sobrenatural. En contraste con ella aparece el dragón, símbolo de las fuerzas del mal. La mujer lleva un niño en su seno, y le ha llegado el momento del parto; cuando lo dio a luz, el dragón quiso devorarlo, pero el hijo fue arrebatado hasta el trono de Dios y la mujer huyó al desierto. Entonces se trabó en el cielo una batalla entre Miguel y el dragón.
Al final de la batalla en la que el dragón es derrotado y arrojado a la tierra, una fuerte voz se hace oír en el cielo entonando el himno que celebra la importancia de lo sucedido.
La mejor ilustración de esta escena se halla en dos declaraciones de Jesús: «Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18), queriendo decir con esto que por obra suya Satán fue despojado de su poder. Dice también: «Ahora tiene lugar el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera» (Jn 21,31). La muerte de Jesús será su vitoria. El sentido exacto de este pasaje es la exaltación del Mesías a la diestra de Dios, recompensa de su obra en la tierra y de su muerte, representa la primera decisiva victoria sobre Satán; con ella su poder se ve destruido en principio o limitado a la tierra y a un determinado espacio de tiempo (12,12).
La importancia de la victoria obtenida se subraya con los nombres que el vidente acumula para ponderar la peligrosidad del vencido. Es «la antigua serpiente», que indujo a pecar a la primera pareja humana, es el «diablo-Satanás», o adversario de los hombres, el seductor de todo el mundo.
La victoria de Miguel sobre Satán es el principio de su derrota definitiva, y por eso bien se puede decir que con ella se ha inaugurado el dominio de Dios y de su ungido. Al ser arrojado del cielo, Satán se ve despojado de la posición influyente que hasta ahora ha tenido ante Dios.
El triunfo de Miguel es al mismo tiempo el triunfo de los hermanos de aquellos que cantan en el cielo (12,11). Con la caída de Satán se les dio también a ellos la posibilidad de humillar a quien antes era su acusador, de rechazar victoriosamente todos los ataques de su adversario; fue la victoria que consiguieron cuando valerosamente dieron testimonio de Cristo, testimoniandolo incluso con la propia sangre. Los «hermanos» (12,10) son los mártires cristianos y todos aquellos que ofrendarán su vida por la fe durante la gran prueba que está para sobrevenir.
Para los que cantan en el cielo, la victoria es ya una realidad, como lo es también el comienzo del reino de Dios, gracias a la muerte de Cristo.
La caída de Satán es para los ángeles y para los bienaventurados motivo de inmensa alegría (12,12), mientras para los hombres lo es de grandes lamentos, ya que la tierra se convierten ahora en el escenario de la lucha contra Dios y su ungido.

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