martes, 21 de febrero de 2012

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA

La cuaresma se interpreta teológicamente a partir del misterio pascual, celebrado en el triduo sacro y con los sacramentos pascuales, que hacen presente el misterio, para que sea participado y vivido.
La cuaresma no es un residuo arqueológico de prácticas ascéticas de otros tiempos, sino el tiempo de una experiencia más sentida de la participación en el misterio pascual de Cristo: "padecemos juntamente con él, para ser también juntamente glorificados" (Rom 8,17). Esta es la ley de la cuaresma. De aquí su carácter sacramental: un tiempo en el que Cristo purifica a su esposa, la iglesia (cf Ef 5,25-27). El acento se pone, pues, no tanto en las prácticas ascéticas cuanto en la acción purificadora y santificadora del Señor. Las obras penitenciales son el signo de la participación en el misterio de Cristo, que hizo penitencia por nosotros ayunando en el desierto.

La iglesia, al comenzar el camino cuaresmal, tiene conciencia de que el Señor mismo da eficacia a la penitencia de sus fieles, por lo que esta penitencia adquiere el valor de acción litúrgica, o sea, acción de Cristo y de su iglesia. En este sentido, los textos de la eucología hablan de "annua quadragesimalis exercitia sacramenti" (Missale Romanum, colecta del primer domingo de cuaresma; la traducción castellana no refleja el sentido de la expresión latina); de "ipsius venerabilis sacramenti [quadragesimalis]
exordium" (ib, sobre las ofrendas; la traducción castellana elimina también la palabra "sacramenti"); de "solemne jejunium" (= ayuno que se repite regularmente cada año: oración del sábado después de ceniza en el Missale anterior a la reciente reforma), mediante el cual "tú [¡oh Dios!] refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo nuestro Señor" (actual prefacio IV de cuaresma).
La cuaresma tiene un carácter especialmente bautismal, sobre el que se funda el penitencial. En efecto, la iglesia es una comunidad pascual porque es bautismal. Esto se afirma no sólo en el sentido de que se entra en ella mediante el bautismo, sino sobre todo en el sentido de que la iglesia está llamada a manifestar con una vida de continua conversión el sacramento que la genera. De aquí también el carácter eclesial de la cuaresma. Es el tiempo de la gran llamada a todo el pueblo de Dios para que se deje purificar y santificar por su Salvador y Señor.
De la teología de la cuaresma que hemos expuesto nace, por tanto, una típica espiritualidad pascual- bautismal-penitencial-eclesial.
Desde este punto de vista, la práctica de la penitencia, que no debe ser sólo interior e individual, sino también externa y comunitaria, se caracteriza por los siguientes elementos: a) odio al pecado como ofensa a Dios; b) consecuencias sociales del pecado; c) parte de la iglesia en la acción penitencial; d) (nación por los pecadores.
Los medios sugeridos por la práctica cuaresmal son: a) la escucha más frecuente de la palabra de Dios; b) la oración más intensa y prolongada; c) el ayuno; d) las obras de caridad (cf SC 109-110).
La pastoral debe ser creativa para actualizar las obras típicas de la cuaresma (oración - ayuno - caridad), adaptándolas a la sensibilidad del hombre contemporáneo mediante iniciativas que, sin apartarlo de la naturaleza y del objeto propio de este tiempo litúrgico, ayuden a los fieles a vivir el bautismo en dimensión individual y comunitaria y a celebrar con mayor autenticidad la pascua. La vida cristiana, en electo, está esencialmente guiada por la dinámica pascual.
De A. Bergamini
Nuevo Diccionario de Liturgia – Ediciones Paulinas

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